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Tent City, un “campo de concentración” en Arizona durante 24 años

Los presos reciben un nuevo uniforme con la bandera de EEUU en un acto ante la prensa en la cárcel en julio de 2016.

Valeria Fernández

Phoenix —

“¡Hitler! ¡Hitler!” gritaban como protesta los presos ante las cámaras de televisión. Era el 4 de febrero de 2009. Más de 200 hombres de origen latinoamericano, vestidos con uniforme a rayas blancas y negras y encadenados uno a otro, eran llevados a una unidad al aire libre especial para presos “extranjeros ilegales” en la infame Tent City de Arizona.

Los gritos iban dirigidos al sheriff del condado de Maricopa (que incluye la ciudad de Phoenix), Joe Arpaio, quien unos meses antes, durante un encuentro con sus seguidores en un club italo-estadounidense, había llamado “campo de concentración” a esta cárcel cercana al centro de Phoenix, nacida como una de sus medidas contra el crimen.

Cuando the Guardian le pidió a Arpaio que comentara esas palabras, el sheriff dijo que había sido una broma. “Pero incluso si fuera un campo de concentración, ¿qué diferencia hay? De todas formas, sobreviví. Me siguieron reeligiendo”, contestó.

Y la cárcel también sobrevivió. Durante más de 20 años, Tent City fue parte de un complejo penitenciario dentro de una zona industrial, a 10 minutos al sur del centro de Phoenix. En su máximo apogeo, a fines de los 90, estaba formada por 82 tiendas de campaña militares de la época de la guerra de Corea y albergaba a 1.700 prisioneros. Después de 2009, llegó a contar con hasta 200 inmigrantes ilegales.

A pesar de numerosas demandas de expresos por malos tratos, de la indignación pública y de fuertes críticas de grupos como Amnistía Internacional, que definía las instalaciones como inhumanas, superpobladas y peligrosas, esta cárcel al aire libre siguió abierta. Incluso el Departamento de Justicia acusó a Arpaio de perseguir especialmente a los latinoamericanos y de negar a los presos los derechos humanos más básicos en sus cárceles.

Pero ahora, igual que el legado de Arpaio, parece que Tent City está llegando a su fin, haciendo que muchos habitantes de la zona, grupos de derechos civiles y expresos se pregunten: ¿por qué estuvo abierta tanto tiempo?

Las instalaciones nunca fueron hechas para estar abiertas dos décadas. Todo comenzó como una solución temporal a la superpoblación de las cárceles del condado de Maricopa en agosto de 1993. Arpaio dijo que costaría menos de 68.000 euros construirla, ya que utilizarían unas tiendas de campaña militares que habían sobrado de la guerra de Corea.

Los presos con sentencias por delitos menores pasaban meses durmiendo en estas tiendas de campaña verdes, en literas pegadas a bloques de cemento sobre la gravilla. En el verano, con el calor seco de Arizona, las temperaturas dentro de la tienda de campaña podían ascender a 54 grados. Aunque había una unidad con aire acondicionado donde los presos podían ducharse y refrescarse, para dormir debían volver a la tienda de campaña.

Los presos llevaban ropa interior color rosa, sandalias rosa y les daban toallas rosa mojadas para ponerse en el cuello y aliviar el calor. El sheriff dijo que eligió el color rosa para que los presos no quisieran robarse nada.

Una prisión humillante

Arpaio se había ganado la fama de “sheriff más duro” de Estados Unidos desde principios de los años 90, cuando declaró la guerra al narcotráfico y a las bandas. Pero en 2007, cuando la frontera del Estado de Arizona se convirtió en la principal entrada de más del 50% de los inmigrantes indocumentados y creció el miedo por el terrorismo, cambió de objetivo y se concentró en luchar contra la inmigración ilegal. Tent City fue un proyecto que causó grandes divisiones, provocando la admiración de algunas personas de la comunidad local y fuertes críticas de aquellos que lo veían como un sitio humillante.

Orgulloso de su experimento penitenciario, Arpaio a menudo invitaba a los medios de comunicación para que vieran nuevos grupos de detenidos que eran llevados a Tent City, como hizo en 2009. Arpaio decía que era una forma barata de que el mensaje antimigratorio llegara al público.

Para justificar ante los medios el uso de tiendas de campaña y alambre de espino, Arpaio decía que los criminales que eran llevados allí (estadounidenses y extranjeros con sentencias por delitos menores, como tenencia de drogas, hurto o, en algunos casos, trabajar con documentos falsos) eran “más propensos a escapar”.

Jaime Valdez, de 35 años, pasó cuatro meses de 2012 en una unidad separada para unos 200 inmigrantes sin papeles. Para darle mayor impacto, Arpaio llamaba a esa unidad un sitio para “extranjeros ilegales”, pero en realidad era para cualquiera que estuviera a la espera de un traslado a otra instalación a cargo de otra agencia de seguridad.

“Se burlaban de nosotros por no hablar inglés”, recuerda Valdez de los guardias. “Les hablábamos y nos ignoraban”. Valdez, que fue enviado allí después de ser condenado por conducir ebrio, dice que “los presos de Tent City sabíamos que estábamos allí porque habíamos cometido un error, pero era humillante”.

Los días de frío, las temperaturas bajaban a cinco grados. Los agujeros de las tiendas de campaña dejaban pasar el viento y la lluvia, empapando las camas. Con bolsas de basura negras que les daban como chubasqueros, Valdez y otros presos hacían cuerdas para sostener las telas de las tiendas de campaña una junto a la otra e impedir que entrase el agua.

Los presos trabajaban encadenados

Los presos estaban obligados a trabajar encadenados uno a otro, lo cual –salvo excepciones– es una práctica (chain gang) que se había abandonado en Estados Unidos en 1955. El condado de Maricopa era el único que encadenaba a presas mujeres en todo el país. Otros presos hacían trabajos forzados dentro de la cárcel, y otros se beneficiaban de un sistema de permisos que les permitía salir a trabajar y regresar a dormir a Tent City. Valdez trabajó sin recibir ninguna compensación, lavando ropa y organizando los pedidos de uniformes de otras cinco cárceles.

Las tiendas de campaña pronto se ganaron mala fama, según Tom Bearup, que fue director ejecutivo de la oficina de Arpaio hasta 1998. “Al principio los guardias no querían trabajar allí, porque era peligroso”, afirma. “Si había una pelea, no había muchos guardias”. Durante una revuelta en 1996, Bearup vio cómo los presos prendían fuego a las tiendas de campaña.

Pero esto no impidió que Arpaio lograra un amplio apoyo político a su proyecto. “Desde el primer día, siempre dije a los críticos: ‘nuestros hombres y mujeres defienden nuestro país durmiendo en estas tiendas de campaña, ¿así que por qué os quejáis de que los presos tengan que dormir en ellas?’”, dijo Arpaio a the Guardian.

Bearup dice que el proyecto pronto se convirtió en una “superproducción” del sheriff, cuando éste se dio cuenta de que podía labrarse una carrera política a base de ropa interior rosada, prisioneros encadenados, tiendas de campaña y una imagen casi caricaturesca de la lucha contra el crimen.

“Toda su forma de operar las prisiones era inconstitucionalmente inhumana e inconstitucionalmente peligrosa”, dice Michael Manning, abogado y uno de los más fervientes críticos de Arpaio.

Manning ganó más de una decena de demanda por malos tratos y muertes no justificadas en las cárceles de Arpaio en la condado a lo largo de 15 años. Consiguió también un acuerdo antes de juicio por el que pagó dos millones de dólares por la muerte de Brian Crenshaw, un preso ciego que tuvo una discusión con un agente en Tent City. Crenshaw murió por el empeoramiento de su salud tras ser mantenido en confinamiento solitario en otra cárcel. Otro preso, Phillip Wilson, murió después de recibir una paliza por otros presos ese año en Tent City. La familia rechazó un pago como indemnización de un millón de dólares y perdió en el juicio.

Varios informes sobre Tent City advirtieron a Arpaio de las condiciones de inseguridad de las instalaciones, incluido el tema de la falta de guardias: en una carta de 2003, el departamento de control de riesgo del condado advirtió a Arpaio que debía mejorar las condiciones o pagaría él mismo las costas de los juicios por demandas de malos tratos que estaban presentando los antiguos presos.

Se sabía que las condiciones eran inhumanas

“La gente sabía que era inhumano, pero mis colegas republicanos le tenían tanto miedo al sheriff que le dejaban salirse con la suya”, explica Mary Rose Wilcox, que fue durante 21 años supervisora demócrata del Consejo del Condado de Maricopa, un organismo de cinco miembros que supervisa el presupuesto del sheriff.

Aún así, la cárcel siguió abierta. Candidatos presidenciales la visitaban, y llegó a los titulares de periódicos extranjeros cuando la visitaron periodistas de Japón y Reino Unido. También fueron de visita turistas y el público en general. “Hacía mucho calor”, recuerda Kathryn Kobor, una mujer de 74 años que fue de visita a la cárcel en 2015, pero aclara que no era “tan espantoso” como le habían hecho creer. “Si cometes un crimen, tienes que asumir las consecuencias”, dice, haciéndose eco del latiguillo de Arpaio.

La carrera política de Arpaio comenzó a decaer en 2016. Muchos republicanos le dieron la espalda durante la campaña porque estuvo involucrado en varias demandas muy costosas. Recientemente, un juez le dio el tiro de gracia político cuando lo condenó por desobedecer en 2011 la orden judicial de detener las patrullas contra inmigrantes que suponían ilegales, a quienes detenían aunque no hubieran cometido ningún delito.

El próximo 5 de octubre, Arpaio iba a escuchar su sentencia y se enfrentaba a una pena de hasta seis meses de cárcel por violar deliberadamente una orden de un tribunal federal. Sin embargo, este viernes, Donald Trump le concedió el indulto. Antes de hacerlo, declaró a Fox News: “Quizás lo haga pronto, esta misma semana. Me lo estoy pensando seriamente.” Y añadió que Arpaio es un “gran patriota estadounidense” que había “hecho mucho por la lucha contra la inmigración ilegal”.

Traducido por Lucía Balducci

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