No está claro si dan risa o miedo: perfiles semanales con mala leche de los que nos mandan (tan mal) y de algunos que pretenden llegar al Gobierno, en España y en el resto del mundo.
Rosa Díez, la mujer que lucha contra molinos de viento, incluido el suyo
Rosa Díez (Sodupe, 1952), líder del partido Unión Progreso y Democracia (UPyD), vive uno de los peores momentos políticos de su carrera desde que se afilió a UGT en 1976 y al PSOE en 1977. Casi 40 años son toda una vida. No debe ser sencillo aceptar una jubilación forzosa y anticipada cuando uno siente que es incapaz de hacer otra cosa. No es un caso inaudito: el mito de Saturno devorando a sus hijos ha servido para trazar decenas de perfiles psicológicos de personas capaces de crear una gran obra e incapaces de retirarse a tiempo y evitar su derrumbe. No solo sucede en la política, también en el mundo de la empresa y en los medios de comunicación.
Díez, por seguir con los mitos, sería una émula de Moisés que saca a su pueblo cautivo del Egipto de los faraones, pero a quien el destino le tiene reservado el castigo de no ver la tierra prometida. El problema de esta segunda metáfora es que tras los resultados de UPyD en Andalucía no va a llegar nadie a la tierra prometida, ni Díez ni sus críticos que empiezan a ser legión.
Hay dos claves para entender su personalidad, para descifrar sus maniobras de distracción, ese intento desesperado de salvarse y aplazar lo que parece inaplazable hasta después de las elecciones de mayo, ya saben: votaciones en 13 autonomías y en miles de alcaldías de toda España que amenazan el actual mapa político.
Los partidos son como los equipos de fútbol: un estado de ánimo. Los votos serían el balón que a veces no quiere entrar, que no entiende de justicias ni merecimientos. Muchos de los que se afilian a esos partidos no lo hacen empujados por la defensa de valores democráticos ni poseídos por las más altas miras éticas, sino como parte de un plan para medrar y hacerse con una cuota de poder, o para forrarse como dijo aquel del PP en Valencia. La política se ha convertido en puesto de trabajo, sobre todo si uno es del PP o del PSOE.
Ahora que el barco de UPyD navega inclinado, casi hundido, son difíciles las amistades para toda la vida, los te quiero a las duras y a las maduras. Cada uno busca salvarse, incluida Rosa Díez. Escribía antes de la existencia de dos claves que explican su carácter. La primera es su educación política en el aparato del Partido Socialista de Euskadi, que debe ser parecido al andaluz que alumbró a Susana Díaz. A los aparatos les gusta la obediencia debida; en ellos rige el quien se mueva no sale en la foto, que decía Alfonso Guerra.
Como hija del aparato cree en las virtudes teologales de los aparatos. Le gusta rodearse de una guardia pretoriana de incondicionales. Todo el que no acate las órdenes emanadas de la cúspide es un disidente, peor: un enemigo. Una de las singularidades de UPyD es la bisoñez de muchos de sus cuadros. Un viejo zorro (permitan que no feminice en este caso) en los tejemanejes de un partido lo ha tenido fácil para sacar adelante sus propuestas, incluso ahora cuando la contestación es grande.
En el PSOE aprendió que el partido lo es todo y quien controla el partido tiene el poder. La Díez del norte es como Díaz del sur: una apparatchik con malas pulgas si uno se cruza en el camino. Ambas son mujeres en un mundo de machos alfa.
Ocupó destacados puestos en el Gobierno vasco tras el pacto PSE-PNV y perdió las dos votaciones internas en las que trató de hacerse con el liderazgo socialista. Primero en 1998 en el País Vasco contra Nicolás Redondo Terreros; después, en el Congreso del PSOE del año 2000 cuando disputó la secretaría general a José Bono (el favorito derrotado), José Luis Rodríguez Zapatero (el vencedor) y Matilde Fernández. Quedó última con un 6,5% de los votos. Fue cabeza de lista del PSOE en las elecciones europeas de 1999, en las que obtuvo un excelente resultado, de ahí su intento de saltar a la jefatura en Madrid. Repitió en 2004 y dejó el PSOE en 2007 por discrepancias con su política en el País Vasco y ETA. Nunca se recuperó de la decepción del Congreso de 2000. Se sintió minusvalorada.
La segunda clave es ETA. Esta organización dedicada a la delincuencia y a la extorsión trató de matarla con un paquete bomba enviado a su domicilio en noviembre de 1997. No estalló por un fallo de fabricación, pero la advertencia estaba lanzada. Debe ser muy difícil vivir bajo la amenaza constante, la presión de que el atentado es posible mientras que otros militantes y amigos del PSOE o del PP mueren asesinados.
Esa supervivencia en condiciones extremas ha marcado su carácter: se ha convertido en una resistente. Este esquema, el del enemigo que trata de acabar físicamente con el rival y la necesidad de mantenerse vivo, marca su lectura de cualquier realidad. Es su universo emocional, su ADN. Le ha sido útil hasta las elecciones europeas de 2014. El panorama político español ha cambiado de manera radical con la irrupción primero de Podemos y la de Ciudadanos, después. De repente, Rosa Díez se ha quedado antigua, tan antigua como el bipartidismo que combate.
Tras el varapalo de Andalucía, que parece anticipar otro en las autonómicas y municipales de mayo, si hacemos caso a las encuestas, Díez ha tirado de su manual contra los críticos: “Algunos de los que me quieren matar me harían un funeral de lujo”. Otra vez el esquema mamado en el País Vasco, que entiende cualquier disidencia como un ataque personal, como un intento de asesinato. Detrás de su imagen de mujer dura, capaz de sacar de sus casillas a Mariano Rajoy, un hombre tan poco dado al esfuerzo que ni siquiera se sale de sus casillas con facilidad, debe haber una mujer frágil, más de lo que parece. No debió ser fácil la vida en Euskadi en aquellos años. Díez parece una Quijota luchando contra los molinos de viento, incluido el suyo.
La líder de UPyD ha llegado a afirmar que existe una conspiración del Ibex-35 contra su partido. En los últimos días se muestra nerviosa, más estridente en su voz -ya algo estridente de por sí cuando se envalentona-, porque se sabe en el centro de todos los corrillos dentro de UPyD. Lucha de nuevo por su supervivencia personal.
Si se analiza la hemeroteca de los últimos meses se puede ver que no le falta razón; si no hay una conspiración, al menos sí existe una apuesta clara del sistema a favor de Albert Rivera, a quien se considera la única persona capaz de frenar a Podemos. El sistema son los bancos y las empresas que controlan los medios de comunicación. A Ciudadanos se le ve como un partido bisagra que negociará con el PP o el PSOE, según convenga a todos en su momento. A Díez le ha pasado factura su lucha contra la corrupción, que algunos tildan de oportunista. Lo cierto es que UPyD es el único partido, junto a Izquierda Unida, que a menudo ha ido a remolque, que ha interpuesto todo tipo de demandas en el caso de Bankia y la estafa de las preferentes, entre otros casos.
UPyD aún tiene una buena imagen entre la ciudadanía. Pablo Iglesias confesó en privado a un miembro del partido de Díez que evitaba meterse con ellos porque están bien vistos. El problema de Díez, dice un politólogo consultado, es que la odian muchos socialistas, que aún la consideran una traidora, una tránsfuga; y también la odian los del PP, que la tildan de submarino socialista. Su espacio eran el centro y la contestación social a la hegemonía del bipartidismo. En tres meses, el centro lo está devorando Ciudadanos y la hartura social se ha ido con Podemos. UPyD se ha quedado sin espacio. Es un pez fuera de la pecera. Los críticos de su partido se quejan de que su testarudez lleva al matadero a una buena idea y a cuadros que podrían ser útiles en este momento de transformación en España.
La Díez luchadora cree que solo necesita tiempo, resistir, para sobrevivir. Su cálculo es este: Ciudadanos se va a desinflar antes de noviembre porque se está llenado de oportunistas que huelen poder, algunos con un currículo lamentable, que acabarán dando serios problemas a Albert Rivera. Su tesis es que si Podemos está perdiendo fuelle en las últimas encuestas, que lo sitúan en un empate técnico con el PSOE en la disputa de la segunda plaza y ya no en cabeza, también bajará el suflé de Ciudadanos. Su entorno destaca los primeros disgustos en los medios que apoyan el pacto Susana Díaz-Ciudadanos, molestos por el empeño de Rivera de no coger el teléfono hasta que no caigan Chaves y Griñán. Camilo José Cela dijo que en España triunfan los que aguantan. Es cierto que también dijo que era capaz de succionar un litro de agua por sus partes traseras y nunca dio pruebas de ese habilidad.
Rosa Díez es una mujer tenaz, se esté o uno de acuerdo con ella. Es diputada desde 2008. Su partido logró ese año un solo escaño, el suyo, y en 2011 pasó a cinco. En 2015 puede volver a uno o desaparecer, quedar extraparlamentario.
Se ha criticado con tanta frecuencia su carácter autoritario que ha pasado a ser un lugar común. Mande mucho o menos, Díez es una dirigente a la que le gusta tener todo controlado. UPyD es su chiringuito, lo que le da la vida, lo que le permite luchar por tener una voz, denunciar la corrupción. Prefiere un espacio pequeño, pero suyo, a la posibilidad de un pacto con Ciudadanos que abra las puertas del Gobierno. Las conversaciones con Rivera se rompieron ante la pretensión de este de celebrar primarias internas en ambos partidos. Otra cosa que ha aprendido Díez en su carrera política es a no confiar en las elecciones internas no controladas por el aparato, es decir por quien las organiza.
UPyD es un partido extraño; progresista en algunas cosas, como el aborto, y alineado con la línea dura del PP en los años de negociaciones con ETA durante la presidencia de Zapatero. Díez mudó su opinión en varios temas relacionados con el terrorismo, como la agrupación de los presos. Se manifestó junto a la Asociación de Víctimas del Terrorismo, secuestrada por el PP desde la época de José María Aznar y lanzada contra Zapatero, a quien llegaron a vincular en pleno desvarío con ETA.
Esa imagen intransigente con los que le mandaron la bomba a casa dio a UPyD un barniz de derechas, y ahí anda con la mezcolanza. Sucede algo parecido a Ciudadanos. Nació como centro izquierda antinacionalista en Catalunya, una posición que automáticamente sitúa al afectado en la derecha españolista más rancia. Ciudadanos y UPyD son dos partidos unidos por la visión del Estado, pero separados por años de trabajo. “Rivera siempre parece que acaba de salir de la ducha”, me dicen en UPyD, una queja que trata de destacar que aún no tiene polvo en los zapatos. La vida política española parece ir tan deprisa que tras Andalucía incluso Podemos parece viejo. Estamos subidos todos a un tiovivo loco en el que triunfarán aquellos que sepan ilusionar a una ciudadanía necesitada de sueños. En esto, debemos admitirlo, el PP lo tiene francamente (y esta es una palabra no malintencionada) difícil.