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Quién iba a decir que encarcelar niños traería tantos problemas

El problema de encarcelar bebés, además de todo lo demás, es que cuando tienes prisa por soltarlos, no tienen a dónde ir. El Gobierno de Trump los separó por la fuerza de sus padres y ahora, con medio mundo escandalizado, resulta que no es nada fácil devolver 3.000 críos a sus familias. Especialmente el centenar de ellos que tiene menos de cinco años y, vaya usted a saber por qué, no son capaces de dar sus señas y ayudar a localizar a sus familias.

Todo esto no sería necesario, claro, si este Gobierno racista y chapucero no hubiera perdido junto a la vergüenza gran parte de los papeles que identificaban a los niños. Se ha destruido la documentación en la que figuraban junto a sus padres, así que se multiplican los problemas: están los críos que ahora mismo no tienen familia conocida, pero también los que sí la tienen, pero no se la puede localizar. Algunos padres han sido deportados, otros siguen en manos de inmigración, otros han sido liberados dentro de EEUU, pero no saben cómo contactar con sus hijos... una verdadera desgracia burocrática.

Así que, en las últimas horas, Trump tiene a un ejército de funcionarios haciendo horas extras para revisar, ¡uno a uno!, los expedientes originales de cada uno de los 12.000 niños que están bajo custodia de su Departamento de Salud y Servicios Sociales. Van buscando a los 3.000 que fueron separados de sus familias en la frontera. Y después de eso, aún les queda la tarea de hacer pruebas de ADN a los implicados para asegurarse de que todo el mundo es quien dicen los papeles que es. Y reunirlos, claro está, ya sea para encarcelarlos a todos juntos o para ponerlos en libertad.

No hay nada como una política cruel y terrible, ejecutada además del modo más torpe posible, para que revertir sus efectos sea bien difícil. De la noche a la mañana se decidió separar a padres e hijos en la frontera y de la noche a la mañana se decidió dejar de hacerlo. Entre medias nadie pensó un sistema lógico para volver a reunirlos por la simple razón de que no pensaban volver a reunirlos. Querían deportar a los padres por la vía rápida y que “aprendieran la lección” perdiendo a sus hijos por el camino. Lo que le pasara a los niños les daba igual y sólo la presión social obligó a Trump a corregir el rumbo.

Este espectáculo lamentable está lejos de acabar. Un juez ha ordenado al Gobierno que devuelva a los niños a sus padres, empezando por los menores de cinco años, pero la Administración de Trump ya ha dejado claro que no será capaz de cumplir el plazo. Bebés de un año siguen “declarando” en pañales ante los jueces de inmigración, que les preguntan si comprenden las leyes de asilo. La mayoría va sin abogado, y de esos un 90% acaba deportado. A una niña de cinco años le preguntaron el otro día si tenía miedo de regresar a Guatemala. Como dijo que no, el juez la puso en un avión de regreso. En el país más rico del mundo en el año 2018, mientras el presidente tuitea sobre la calidad del periodismo.

El problema de encarcelar bebés, además de todo lo demás, es que cuando tienes prisa por soltarlos, no tienen a dónde ir. El Gobierno de Trump los separó por la fuerza de sus padres y ahora, con medio mundo escandalizado, resulta que no es nada fácil devolver 3.000 críos a sus familias. Especialmente el centenar de ellos que tiene menos de cinco años y, vaya usted a saber por qué, no son capaces de dar sus señas y ayudar a localizar a sus familias.

Todo esto no sería necesario, claro, si este Gobierno racista y chapucero no hubiera perdido junto a la vergüenza gran parte de los papeles que identificaban a los niños. Se ha destruido la documentación en la que figuraban junto a sus padres, así que se multiplican los problemas: están los críos que ahora mismo no tienen familia conocida, pero también los que sí la tienen, pero no se la puede localizar. Algunos padres han sido deportados, otros siguen en manos de inmigración, otros han sido liberados dentro de EEUU, pero no saben cómo contactar con sus hijos... una verdadera desgracia burocrática.