Hace años que atravesamos el rubicón del cénit del petróleo a partir del cual se inicia el declive en la disponibilidad de este recurso energético fundamental para el funcionamiento del sistema-mundo. Además, en algún momento de las dos próximas décadas vamos a alcanzar el cénit del conjunto de fuentes no renovables (petróleo, gas natural, carbón y uranio). Por lo tanto, en el siglo XXI asistiremos a una transición energética en la que ya no serán asequibles el uranio y los combustibles fósiles utilizados de forma masiva desde la Revolución Industrial.
A esta escasez energética se le suman numerosos problemas ambientales que están poniendo en serio peligro la posibilidad de una vida buena en el planeta Tierra. Por ello en los últimos meses se han sucedido movilizaciones internacionales sin precedentes que exigen una acción urgente frente a la emergencia climática y los escenarios de colapso a los que nos dirigimos.
Toda vez que podemos descartar por inciertas y en todo caso muy lejanas fantasías tecnológicas como la fusión nuclear fría, la esperanza para mitigar la escasez se encuentra en las energías renovables. Pero hay una condición de partida que ya es reveladora de las dificultades que afrontamos: por mucho esfuerzo que hagamos no vamos a poder cubrir con fuentes renovables la demanda energética actual, así que no tenemos más remedio que reducir nuestro consumo energético. Para muestra dos botones: la mayoría de biocombustibles no suponen una generación neta de energía pues tienen una tasa de retorno negativa, es decir, se consume más energía en su producción de la que conseguimos cuando los usamos. Y aunque es un dato todavía desconocido, la tasa de retorno de las placas solares fotovoltaicas también es muy baja lo que no evita que la mayoría de los gobiernos como el español, el alemán o el chino estén apostando claramente por ellas.
Por lo tanto, ahora mismo los ojos del mundo científico, del ecologismo, y obviamente de los grandes capitales están puestos sobre la energía eólica que tiene una mayor tasa de retorno energético.
Sin embargo, también existen limitaciones importantes para el desarrollo de esta fuente energética. En primer lugar, no todos los espacios tienen buenas condiciones de viento para la instalación de estructuras de producción masiva de energía eólica (los llamados parques eólicos).
A este problema hay que sumarle otro factor limitante para los parques eólicos: los impactos ambientales que generan sobre el medio, incluyendo claro está, la ocupación y transformación del territorio en el que se instalan. Aunque existen ciertas compatibilidades de usos, si el parque eólico no se ha construido respetando la agricultura y la ganadería, puede limitar o eliminar esta actividad. Además, la población no puede residir bajo los molinos eólicos ni en lugares cercanos, por el riesgo de accidente y porque generan ruidos y otras molestias que afectan a la salud humana.
Finalmente existe el problema añadido de que el modelo de producción de las energías renovables tiende a seguir el patrón masivo, centralizado y jerárquico de los combustibles fósiles y las nucleares. Los megaproyectos eólicos que se nos venden como sostenibles, muy al contrario, generan transformaciones que atentan de manera directa contra el derecho al territorio y en definitiva contra el derecho a existir de las comunidades donde se instalan. Esta nueva forma de expolio incluye en muchos casos pérdidas irreparables de la memoria biocultural que las poblaciones campesinas y/o indígenas han ido acumulando durante siglos en forma de estructuras territoriales y saberes esenciales en la obtención de manera sostenible los recursos necesarios para la vida.
Este escenario de gran demanda energética, escasez de territorios óptimos y megaproyectos supone que se multipliquen las tensiones sobre los suelos disponibles y se intensifiquen las guerras coloniales por el territorio y los recursos.
Uno de los mayores ejemplos de esta nueva ola colonial, es el megaproyecto eólico del istmo de Tehuantepec en el sur de Oaxaca (México) que se analiza con detalle en un reciente documento de Ecologistas en Acción. Se trata de la mayor infraestructura de este tipo en Latinoamérica con 28 parques eólicos que incluyen un total de 2.122 turbinas instaladas (y alrededor de 3.000 más en proyecto) en uno de los territorios más biodiversos del mundo. Como ocurre en otros sectores extractivistas, las empresas transnacionales tienen un papel central como agentes colonizadores y ejecutan los proyectos acaparando tierras comunales e impidiendo el acceso de la población a los parques eólicos (algo ilegal en Europa). Con ello expulsan a quienes habitan esos territorios desde hace siglos y acaban con sus sistemas agrarios tradicionales.
La gran mayoría de los parques son construidos y operados por empresas españolas (p. eje. GAMESA, GAS NATURAL FENOSA, ENDESA, ABENGOA, ACCIONA, IBERDROLA, RENOVALIA, PRENEAL), italianas (p. eje. SIGMA, ENEL) y francesas (p. eje. EDF). Y además, la producción energética está destinada casi en exclusiva a grandes industrias de capital transnacional como Bimbo, Coca Cola, Cemex o WallMart (práctica que también es ilegal en Europa). De este modo las comunidades locales a las que expolian sus recursos y que reciben los impactos ni siquiera se benefician directamente de la energía que se produce en sus territorios.
Desde hace más de una década, numerosos colectivos sociales y los pueblos indígenas del istmo de Tehuantepec están resistiendo a este extractivismo de nuevo tipo. A pesar de que venden los proyectos eólicos como inversiones sostenibles en realidad se trata de un expolio de tierras comunales que se ha podido consumar a través de pagos irrisorios y mediante presiones de todo tipo, incluyendo agresiones a la población y asesinatos de activistas en defensa del territorio. Es el capital de las empresas transnacionales, principalmente españolas, el que constituye una parte fundamental de la violencia estructural que sufre la región, ya que ataca a la sociedad civil y se apoya en los caciques locales que son la base de una economía criminal.
Otro megaproyecto regional similar es The Sahara Wind Project. Se trata de 5 parques eólicos con 336 turbinas en total construidas en el Sáhara Occidental por el gobierno de Marruecos, junto con otros países y organismos internacionales, y en partenariado con empresas transnacionales europeas.
En este caso la producción de energía eólica se desarrolla gracias a la ocupación militar del territorio por parte de Marruecos y sirve para abastecer a las industrias de este país incluyendo las mineras que despojan al pueblo saharaui de sus recursos. The Sahara Wind Project está vinculado a un megaproyecto que incluye la construcción de grandes infraestructuras de producción y transporte de energía en la región del Sahara que sería finalmente utilizada por Europa.
Siguiendo un esquema de colonialismo interno, en Andalucía también se está produciendo una extraordinaria expansión de los megaproyectos de energía renovable y de las redes de alta tensión para enviar la producción a los lugares de más consumo en el centro y norte del país. Sirva de ejemplo la nueva autopista eléctrica para el norte de la provincia de Granada que está diseñada para evacuar la energía que producirían unas 5000 turbinas. Incluso las cooperativas de energía renovable cuya clientela se concentra en las zonas ricas del país, están deslocalizando su producción al sur peninsular con la excusa de que el suelo es más barato.
Es profundamente injusto y paradójico que las comunidades campesinas y los pueblos de las regiones periféricas que son quienes menos se han beneficiado del desarrollo generado gracias a la utilización de sus recursos (incluyendo los combustibles fósiles) tengan que llevarse (de nuevo) la peor parte de la transición energética que pretende ser sostenible pero que finalmente vuelve a reproducir las lógicas de expolio y dominación colonial.
Por lo tanto, para abordar la crisis climática siendo coherentes con el componente social de la sostenibilidad tenemos que apostar claramente por sociedades de bajo consumo energético. Además, la energía que utilicemos debe producirse principalmente de forma local en lugares adecuados utilizando fuentes renovables en el contexto de sistemas descentralizados y conectados en red para compartir los sobrantes. Este modelo es posible con las energías renovables que no tienen por qué seguir con la estructura de grandes instalaciones propugnadas por la forma colonial de jerarquías territoriales y productivas del actual sistema-mundo.
Si les interesan estas cuestiones, durante los próximos días hay previstos diversos debates gracias a la presencia en nuestro país Mariana Solórzano y Josefa Sánchez Contreras, activistas en defensa del territorio del istmo de Tehuantepec (Oaxaca, México).
Madrid 21 de Noviembre, 18:30 en el Espacio Abierto FUHEM.
Madrid 23 de Noviembre, 19:00 en el Ateneo Cooperativo Nosaltres.
Granada 26-29 de Noviembre, Universidad de Granada.
Sevilla 4 de Diciembre, 20:00, Lanónima-tramallol.