Análisis del desenlace de la serie

'BoJack Horseman': un final honesto para una de las mejores series de la historia de Netflix

Diane y BoJack en la última temporada

Francesc Miró

Cuando se estrenó la primera tanda de capítulos de la última temporada de BoJack Horseman, se nos hacía necesario reflexionar sobre cómo una serie sobre un caballo antropomórfo que empezó siendo una relectura moderna de la consabida historia del precio de la fama había llegado a ser lo que era. Cómo se había convertido en un retrato generacional crudo y descarnado abanderando el humor y la empatía, aunando profundidad y carácter.

Seis años después de estrenarse en Netflix, la BBC la proclamaba 'La mejor serie de animación del siglo XXI', mientras crítica y audiencia se reconciliaban momentáneamente reconociendo el talento que en ella había trabajado con sendos premios: los de la crítica nortemaricana -Critic's Choice Awards-, del sindicato de guionistas -WGA-, y del sector especializado -los premios Annie de la International Animated Film Association-.

También tocaba preguntarse, a la luz del desarrollo de los primeros ocho episodios de esta temporada, si la narrativa elegida por el equipo creador de BoJack Horseman quería conducirse hacia la posible redención de un personaje que ha sido tóxico desde que le conocimos. Pero con el que la audiencia ha sido capaz de empatizar y, mejor aún, reconocer en él actitudes propias. Visto el desenlace podemos afirmar que ese no era el camino previsto, pero que tampoco importaba: BoJack Horseman ha decidido fundir a negro -o a un azul oscuro casi negro- con un final honesto, respetuoso con sus personajes y sus fans, haciendo dialogar a su público con la propuesta como muy pocas ficciones lo consiguen.

Netflix muestra a un reflexivo 'BoJack Horseman’ en el tráiler de sus últimos capítulos 360

Cuando hacer borrón y cuenta nueva no basta

Durante esta última temporada hemos visto a un BoJack diferente, uno que busca redirigir su vida para conducirla hasta un lugar esperanzador alejado de “aquel caballo del pasado” al que dice no reconocer. El vuelo hasta Toronto para visitar a Diane (sin que la causa de la visita fuera el propio BoJack), el intento de reconectar con Hollyhock, su hermana, y el convertirse en un referente para sus alumnos de interpretación...

Pero incluso recorriendo el camino de la redención, con BoJack ayudando a personas con adicciones como la suya y reconciliado con personas a las que hizo daño, el espectador reconoce en sus actitudes un deje ya reconocible que suena a 'equinocentrismo'. Uno que brota en el momento más inesperado.

Para BoJack la vida es un cosmos del que él es el centro gravitacional: todo gira a su alrededor. Las vidas de cuantas personas le rodean son apéndices de la suya. Y reconocer que no es así es una enseñanza que, a pesar de haber hecho borrón y cuenta nueva, a pesar de haber pedido toneladas de perdones a quienes le rodeaban, el protagonista de la obra de Raphael Bob-Waksberg aún no ha terminado de comprender.

BoJack ha tenido muchas oportunidades de cambiar. Le intentó pedir perdón a Herb Kazzaz, el creador de la serie que le hizo famoso, pero llegó tarde. Intentó reconciliarse con Charlotte Carson en la segunda temporada y salió peor. Persiguió a Kelsey Jannings hasta el fondo del mar para pedirle disculpas, en aquella joya animada llamada Como pez fuera del agua de la tercera temporada, y tampoco resultó. Tampoco pudo llevarse bien con los ocho padres de Hollyhock, o ser un amigo y un apoyo para Sarah Lynn y bueno... suma y sigue.

Por eso, en esta temporada, el equipo de Bob-Waksberg no se conforma con guiar por el camino de la redención a su protagonista: se plantea si tal redención es justa para con el daño ya realizado. La respuesta, obviamente, es negativa. Y en un alarde de responsabilidad para con la temática, convierte el destino de su protagonista en un ejercicio de honestidad intelectual y respeto por su desarrollo.

Hay caídas de las que uno no se levanta

Superado el ecuador de la temporada, BoJack Horseman vuelve a replicar una estructura bien marcada: la serie se ha convertido casi en una fabulación sobre la arquitectura de la depresión, los andamiajes necesarios para afrontarla y la inestabilidad del suelo sobre la que se construye una recuperación.

De ahí que a partir del episodio 11, en el que el actor equino se percata de que unos periodistas le están investigando por su implicación en la muerte de Sarah Lynn, todo se vuelva de nuevo oscuro y lacerante en términos dramáticos. Se debe a las mismas razones de siempre: la incapacidad de BoJack para asumir sus responsabilidades. Buena muestra de ello es la escena en la que Princess Carolyn y Diane, que intentan ayudarle ante el chaparrón mediático que se le viene, se sitúan en primer plano con cara de preocupación mientras al fondo vemos al 'profesor caballo' entregando los premios a sus alumnos. Su capacidad de abstracción con respecto a todos los conflictos que le rodean e impactan en sus amigos es, quizá, una de las principales muestras de egoísmo.

Pero el punto álgido de la recaída llega con el episodio lisérgico que muchos echaban de menos. Un capítulo conceptual, penúltimo de la temporada, que a la manera de Como pez fuera del agua o La flecha del tiempo, encierra algunas de las grandes tesis de la serie en cápsulas narrativas independientes. Con Las vistas desde la mitad de la caída, Amy Winfrey firma una historia de una brillantez cegadora, que recupera las personas que pasaron por la vida del protagonista y terminaron convertidas en fantasmas. No en vano, Winfrey fue quien dirigió también Free Churro, uno de los mejores capítulos de la historia de la televisión según IMDB.

“Lo que está hecho, está hecho”, le decía por teléfono la voz imaginada de Diane su amigo caballo en ese episodio. En esta última temporada, BoJack Horseman ha establecido un interesante diálogo con el final de otras grandes ficciones contemporáneas, pero especialmente con Mad Men. Don Draper, al igual que el protagonista equino, es como un agujero negro lleno de problemas que arrastra todo lo que se encuentra a su alrededor. Ambos tienen problemas con el alcohol, con los impulsos sexuales, con sus seres queridos... Y ambos llegan a un punto aparente de no retorno en el que parecen ser conscientes de la toxicidad que generan.

Si para BoJack la liberación está una universidad de Connecticut como profesor, para Draper estuvo en una comunidad hippie en California. Una suerte de retiro espiritual con el que aprender, de una vez por todas, a conectar con quienes se encuentran a su alrededor y arrepentirse sin tapujos de la persona que fue tiempo atrás. Pero la última escena de Mad Men, probablemente una de las más brillantes de la televisión, está para recordarnos que en el fondo todavía queda algo podrido. En realidad Don aprovechó ese “retiro” para hacer un anuncio de Coca Cola.

La ficción como una amistad recíproca

En el último episodio de la primera temporada, BoJack y Diane se encontraban en el tejado de su casa. A él le acababan de ofrecer el papel de su vida, el de Secretariat, pero le daba miedo afrontarlo. “Bueno, ese es el problema de la vida”, le contestaba ella, “o sabes lo que quieres y nunca lo consigues, o lo consigues y entonces ya no sabes lo que quieres”.

Estos dos personajes, corazón real de la serie, se vuelven a reencontrar en un tejado en el último capítulo titulado nada inocentemente Fue bonito mientras duró. Una finale de estructura previsible pero ejecución impoluta cuya primera mitad consiste en un ejercicio de despedida del protagonista -y con él, inevitablemente, el espectador- para con sus amistades más cercanas: Mr. Peanutbutter, Todd Chavez y Princess Carolyn.

Tras esto, la segunda mitad del episodio concentra toda su autoridad discursiva y expresiva en una conversación aparentemente tranquila en un tejado, igual a aquel en el que Diane y BoJack compartían discusiones, confidencias y consejos. Conscientes, claro, de que la suya no ha sido una relación fácil. Como tampoco lo ha sido la del espectador para con una serie que le ha exigido mucho, que ha abordado dolorosas dudas generacionales al tiempo que ha jugado con lo emotivo de su desarrollo.

“Hay gente que te ayuda a convertirte en la persona que eres y hay que estarles agradecidos aunque su destino no fuera estar en tu vida para siempre”, afirma Diane en esta larga y postrera conversación. Una sentencia que sirve exactamente igual para la ficción de la que forma parte.

Hay productos culturales que te ayudan a convertirte en la persona que eres y hay que estarles agradecidos. Sobre todo, porque su destino no es estar en tu vida para siempre. De lo contrario, estos se convierten en un fetiche, en un hito cultural del que la industria mercanitiliza nostalgia.

Estas ficciones, como BoJack Horseman, constituyen a la larga un pedazo de un puzle que no es sino nuestra educación sentimental y audiovisual. Y tienen como misión última acompañarnos en un momento de nuestra vida. Porque siempre hay un después. Queda saber cuál es el de los fans de Bob-Waksberg y su tropa, y cuál el de la animación en Netflix tras haber despedido a una de las mejores series de todo su catálogo.

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