El correo del sur

El francés Pierre-Georges Latécoère ideó la creación de una línea aérea transatlántica de servicio postal y por ello en 1918 fundó la ‘Société des lignes Latécoère’.

Carlos Conde

Esta vez os voy a llevar por una ruta que siempre ha ocupado un lugar especial en mi mapa de deseos. Una ruta que abrieron un puñado de soñadores como Saint Exupéry, Jean Mermoz o Guillaumet, pilotos de la línea Aeropostale que arriesgaron tantas veces sus vidas enfrentándose a la noche, al mar o a un Sahara insumiso, con tal de llevar a toda costa el correo entre Dakar y París. Hombres de acción y amantes de la literatura, que aventura y poesía a menudo caminan de la mano.

Aquella ruta estaba diseñada para completarla en menos de un día, mediante relevos en escalas intermedias en aeródromos solitarios: Casablanca, Agadir, Cabo Juby, Port Etienne, St Louis y finalmente Dakar. En palabras de Exupéry, una ruta de viento, arena y estrellas, a la que yo, que no encuentro mejor reclamo que ése ni necesito mucho más, me siento totalmente unido. Cada kilómetro que recorro de ella acelera mi corazón haciendo sentir la victoria de mi espíritu libre sobre la esclavitud de la oficina. Y eso que, a diferencia de ellos, yo suelo tener la avioneta estropeada y tengo que hacer la ruta por tierra… Disfruto cada segundo, desde el encanto colonial de St Louis, al silencio de las dunas del Azefal o el bullicio del mercado de camellos de Guelmin. Es una autentica ruta de los sentidos y como tal, me dejo arrastrar por todos ellos, menos del sentido común (el menos común de todos mis sentidos), porque así lo exige la aventura…

Suelo imaginar los sentimientos que pasarían por los corazones de aquellos pilotos cada vez que salían de Dakar, volando bajo sobre la interminable playa que lleva a St Louis, mientras observaban la llegada de los pescadores en las aldeas de Kayar y Potou. O volando sobre los pequeños bosques de baobabs, las extrañas dunas de Lompoul (¡quedaos allí una noche!) y las marismas de la Langue de Barbarie, donde miles de pelicanos paran a descansar del largo viaje. Realizarlo con el coche, por la playa hasta que la marea lo permita, te da otra perspectiva que también tiene sorpresas escondidas, como unas simples cervezas en un chiringuito de nombre irrecordable…

Enseguida llega St Louis, la etapa final del primer día. Entrar en la isla cruzando el Senegal es entrar en otro sueño, en el que aquellos lugares remotos que se inventara Herodoto, se convierten en realidad. Déjate hipnotizar por el golpe de las olas batiendo el malecón de la isla exterior o por la visión de cientos de pirogues acumuladas en el barrio de Guet N’Dar. Pasea tranquilamente por el barrio colonial o dalo todo en los peores garitos que frecuentaba Mermoz. Y si te gusta el jazz, que he oído que hay gente que sí, ese es el lugar.

Para llegar a la siguiente etapa, Port Etienne,  la actual Nouadhibou, la mejor idea es trazar un plan descabellado y complicarlo sobre la marcha, pero como mínimo ese plan tiene que pasar por los oasis del Ametlich, para después llegar a las playas del Banc D´Arguin donde mueren las suaves dunas del Achkar. Si no, no es un buen plan.

A mí me gusta mucho el Banc D´Arguin, aunque no siempre presente su cara más amable. Hay que llegar de día, porque los caminos son casi invisibles y hay una aldea, Arkeiss, que le encanta ocultarse en la noche y es difícil de localizar. Allí viven los Imraguen, unos pescadores que mantienen desde siempre una alianza de pesca con los delfines. Suele haber además miles de pájaros que paran de camino a las frías tierras del norte, enormes colonias de cangrejos y hasta los restos de una ballena convertida en desierto.

El final de ésta etapa en Port Etienne tampoco deja indiferente, los acantilados de Cabo Blanco, las  callejuelas del colorido mercado, nuestra ciudad de La Güera, y desde hace años mi parte favorita, el cementerio de barcos varados en la playa. Eso sin olvidar saborear una baila en el centro de pesca, que a veces hay que complementar la dieta del fuet.

La siguiente y última etapa antes de Casablanca era Cabo Juby, uno de los puestos más al norte del otrora Sahara español, cuando nuestra presencia allí se reducía a un grupo de pequeñas guarniciones diseminadas en la inmensidad. Villa Cisneros, Tifariti, Bir Nzaran, Bir Gandus, Smara, Mahbes, Bir Lehlu… y por supuesto Edchera. Allí, en Cabo Juby, en ese lugar de arena y silencio estuvo Exupéry como jefe de etapa, volando y escribiendo, que era lo que le gustaba. Afortunado él.

Después de Cabo Juby y antes de llegar a Agadir, ya en Marruecos, venían Puerto Cansado y más al norte Sidi Ifni, pasión paracaidista, o donde fuera que emplazaran la misteriosa torre de Santa Cruz de Mar Pequeña. Siempre deseo volver a recorrer y rememorar nuestras viejas glorias en los zocos de Telata de Sbuia, el Arba del Mesti o Ercunt. Pero esta vez, mi aventura terminó en el Sahara, justo entre las alturas que dominan Playa Blanca y la isla del Dragón. Y allí impresionados ante el paisaje de la entrada a la ría de Villa Cisneros, pensando con tristeza en tan buenos tiempos lejanos, dije adiós a tres amigos que me dio el camino y me fui a otra parte, como siempre, persiguiendo el viento…

Etiquetas
stats