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El Ogooué: otro río, otro loco, otro sueño…

Carlos Conde

Con los años se me ha ido ablandando un poco el espíritu y los días de lanzarme a la aventura empujado por algún juramento nocturno o en busca de un beso inalcanzable empiezan a dar paso a los de disfrutar releyendo aquellas aventuras cercanas a la fantasía que tantas veces me hicieron soñar y que a tantos líos me llevaron.

Y será que por fin voy madurando, porque esta noche estoy encantado recordando una gran locura de la exploración africana cuyos pasos intenté seguir, a mi manera y con resultado desigual.

Me refiero a la gesta de Emile Gentil. Hace unos días escribía sobre las aventuras para desvelar el secreto del río Níger, y esta vez os llevo al río Ogooué, más al sur. Otro río, otro loco, otro sueño…

Aquella locura ideada por Gentil consistía en recorrer el interior de Gabón por el río en un barco de vapor, desmontarlo al llegar a su nacimiento y llevarlo a cuestas atravesando selvas, sabanas y zonas pantanosas para montarlo nuevamente en el Chad y navegar por los ríos Logone y Chari hasta llegar a la ciudad mercado de Kousseri, en el extremo norte de Camerún…

Y aunque así contado parezca de sencillísima ejecución, el asunto se veía complicado por las enfermedades, los animales salvajes y los hostiles habitantes del reino de Kanem Bornu.

Una idea descabellada, pero como dijo Unamuno “solo el que intenta lo absurdo es capaz de conquistar lo imposible”. Y yo, que no he conseguido ningún imposible, pero cosas absurdas he hecho unas cuantas, fui y navegué por aquellos ríos, y por supuesto, entré en Kousseri. Todavía no sé bien porqué lo hice, si fue porque se encontraba en el límite de todo, y los limites siempre me han tentado o simplemente fui porque nunca antes había estado allí. El caso es que entré.

No suelo planear mucho las cosas, que planear en África es fantasear, que lo dijo Moravia y yo lo aprendí en mi primer día. Viajo ligero, aunque nunca me falta en la mochila un trozo de fuet, una navaja, mi moleskin, un mapa, el pañuelo que me regaló un saharaui, un kikoi manta keniata, un par de camisetas y mis calzoncillos de la suerte (limpios). Eso es lo único que necesito para dejar todo atrás y desaparecer… y con ello me subí a una destartalada barcaza (sin intención de desmontarla) y puse rumbo al rio Ogooué, para terminar una aventura empezada mucho tiempo atrás.

Recorrimos en ella las playas salvajes de Gabón, viajando a media marcha, entre densos manglares rojos y negros o bosques inundados, atravesamos aldeas perdidas de los fang entre bosques primitivos y pequeños claros, donde suelen acudir a beber tímidos sitatungas o búfalos y elefantes de bosque. Fue el final de una gran aventura a plazos. Apegado a los placeres de la carne, regresé cuando se terminó el fuet. Además, aunque disfruté, reconozco que algo de miedo me daba aquella noche, tan negra, invadida por los cánticos de las ranas, algún inquietante chapoteo cercano, el chillido de los monos o el movimiento invisible de algunos mamíferos… esa noche todo me mantenía alerta.

Tiempo atrás había recorrido los ríos Chari y Logone, navegando en canoa entre aldeas de los Saras por el Chad, o visitando poblados Musgum en el Camerún, con aquellas edificaciones tan características. Allí empezó para mí esta aventura. Recuerdo los atardeceres en el Chari, el olor a mango o nuez de cola, las bandadas de garcetas saliendo en grupo de una acacia solitaria o el ronroneo cercano de una familia de hipopótamos. Ahora desde la lejana prisión de mi oficina, recuerdo con especial nostalgia aquellos días.

Por el Chari llegué a Kousseri, la ciudad mercado, donde todavía quedaba en pie el Palacio del sultán Rabih, aquel que dio batalla a Gentil en el rio, y perdió. Además del palacio había un colorido mercado de miserias, alimentado por un tráfico incesante de motos, camiones y camellos todos enormemente cargados, que atravesaban sin cesar el Chari por el único puente existente y que terminaba en la frontera con el Chad. Allí, bajo un ritmo incansable, todo se vendía y todo era posible.

Y esta noche, mientras recordaba que atravesaba las aldeas perdidas de los fang, navegaba entre los hipopótamos del Chari o veía los elefantes de Kalamaloue acercándose a la ciudad de Kousserí, pensaba feliz que había sido una increíble aventura, otra más.

Y como diría Hellen Keller, sorda, ciega y luchadora, la vida, o es aventura o es nada…