Sheila Blanco: “Tenemos que cambiar la idea de que las musas pasivas siempre son ellas”
A la pianista y compositora Sheila Blanco el oficio le viene porque en su casa se respiraba música. Sus padres se empecinaron en que las tres hijas fueran al conservatorio, así que estuvo años compaginando su formación en periodismo con el piano académico.
Rodeada de discos de copla y The Beatles, con 15 o 16 años empezó a cantar y componer, y ahora defiende la universalización de la educación musical, no por virtuosismo, sino por las puertas (mentales) que abre el dominio del lenguaje musical.
En 2016 descubre a las mujeres de la Generación del 27 y su vida da un vuelco, se obsesiona con ellas, las rastrea y a los versos vernáculos de algunas les compone notas que las arropan y engrandecen. Ahora publica Cantando a las poetas del 27 , un disco en el que brinda piano y voz, ritmo y compás, a poemas de Carmen Conde, Ernestina de Champourcín, Concha Méndez, Elisabeth Mulder, Pilar de Valderrama, Margarita Ferreras, Josefina Romo Arregui y Dolores Catarineu. Se puede escuchar en Bandcamp.
¿Por qué dice que conocer a estas mujeres le cambió la vida?
Siempre he sido muy aficionada a la literatura y la Edad de Plata me ha gustado mucho. Hace seis años, estando impregnada en la causa feminista, una persona como Tània Balló saca un libro y un documental llamado Las sinsombrero [Espasa, 2016] que cuenta que en España sí había mujeres en los años 20 escribiendo, esculpiendo y pintando. Me dio mucha alegría y a la vez me indigné porque nadie me había contado que existían ELLAS (en mayúsculas). Estas mujeres estaban (hoy en día) desaparecidas, y como yo las quería leer tuve que investigar. Y cuando las leí me emocionaron tanto que me animé a musicalizarlas en homenaje y para que la gente las conozca. La música hace accesible a todo el mundo algo como la poesía, que en ocasiones no interesa a todos los públicos.
Las sinsombrero es una etiqueta que le pone Tània Balló a las mujeres creadoras que estaban en Madrid, relacionadas con el Lyceum Club Femenino, posición económica acomodada y compañeras de los hombres archiconocidos como Lorca, Dalí, Luis Cernuda, Rafael Alberti o Pedro Salinas.
Lo de 'Las sinsombrero' viene a cuento de que Maruja Mallo, Margarita Manso, Lorca y Dalí iban paseando por la Plaza de Sol y en un momento se quitaron el sombrero como en un acto de rebeldía, como para escenificar el destape de las ideas. Cuenta Maruja Mallo que la gente al verles les arrojó piedras y les llamó maricones.
¿Qué le interesó de ellas?
Aunque el término es moderno y lo hemos empezado a emplear ahora, aquellas mujeres tenían sororidad. Eran amigas, se intercambiaban correspondencia, tenían un sentido muy agudo de la libertad, del avance de los tiempos, de la modernidad. Hay otras mujeres que no son 'sinsombreristas', por ejemplo, en mi proyecto yo canto letras de la poeta catalana Elisabeth Mulder. Ahora cuando voy de gira investigo las mujeres poetas de esa ciudad y hablo de ellas en el concierto, e incluso les compongo. El 4 de junio voy a Palma de Mallorca a tocar, y he descubierto a la poeta Maria Antònia Salvà, de mediados del S.XIX, es una especie de Emily Dickinson pero en mallorquín. Estoy a ver si hago algo con ella porque lo que he leído me apasiona.
Los nombres masculinos de la Generación del 27 los tenemos claros y aprendidos. Pero el de las mujeres aún tenemos mucho campo que sembrar. Para empezar en los libros de texto.
Fueron la primera generación de mujeres escritoras, pero la guerra y el Franquismo cercena totalmente los pasos hacia adelante de las mujeres por el hecho de ser mujeres. Las invisibilizó y les anuló el relato. Esas mujeres que existieron y que compartieron con ellos imprentas, recitales, fiestas y lectores son ocultadas porque el Franquismo las quiere en casa de cuidadoras, de criadoras. Las quiere calladas y ya es hora de que los libros de texto hablen de ellas.
Incluso en los años 20 no todo era fácil para las escritoras. Está el caso de Elena Fortún, cuyo marido no quería que escribiera. Llegó a escribir los Celias en el lavabo encerrada. Hay editoriales que están haciendo buena labor en rescatarlas, como la editorial Renacimiento. En su caso, ¿cómo ha tenido acceso a los poemas de las mujeres que ha musicalizado? ¿Las ha encontrado reeditadas?
En cinco años ha cambiado muchísimo porque ahora se están empezando a publicar. En 2016 cuando empecé a investigar a estas mujeres iba a Wikipedia y no estaban, ni fotos, ni versos, muy pocas huellas. Mujeres totalmente perdidas. Tuve que ir bucear a librerías de segunda mano, y gracias a Ediciones Torremozas encontré algunas cosas. Esta editorial, que invito a seguir, la fundó en 1982 la poeta Luzmaría Jiménez Faro, y ahora la dirige Marta Porpetta con la idea de publicar a mujeres cuyas obras estaban perdidas. A Marta le debo mucho, ahora es amiga y me ha ayudado a encontrar la manera de tener los permisos de las familias de estas poetas para musicalizar su obra.
En los conciertos cuenta quiénes son estas mujeres más allá de las biografías y obras, narras curiosidades que le han ido pasando en los procesos de investigación. Por ejemplo, ¿qué pasó con la poeta Dolores Catarineu?
No encontraba nada de ella y estaba llegando a la desesperación. Y la casualidad es que estaba dando clases de canto a un alumno y le conté que estaba buscando los poemas de Dolores Catarineu y me dijo: “¿De la tía Lola? Fue la tía de mi mejor amigo”. Así que me puso en contacto con los descendientes y fui a la casa de Dolores Catarineu, donde las ventanas dan al Museo Sorolla.
Su sobrino nieto me regaló un pendrive con toda la obra inédita y yo lo he movido en editoriales para que eso salga, y sí, lo van a publicar. De ella he musicalizado Amor, del poemario Amor, sueño y vida, del año 36, lo he compuesto como un chotis. En este poema el objeto de deseo es el hombre, la musa es él, y es muy bonito ver que la creadora es ella y el muso su novio. Tenemos que cambiar la idea de que las musas pasivas siempre son ellas. En el 36 Dolores ya no era la musa.
¿Y de Concha Méndez qué ha rescatado?
Ella era una apasionada del mar y tiene un poema llamado Nadadora. Yo además también lo soy. Concha ganó varios campeonatos de natación en San Sebastian, sin neopreno ni nada en las aguas heladas del Cantábrico. El poema dice: Mis brazos/ los remos. / La quilla:/ mi cuerpo. /Timón: mi pensamiento./ (Si fuera sirena mis cantos serían versos). La música que he compuesto suena a agua.
En Ediciones Torremozas encontramos a Margarita Ferreras, que editó Pez en la tierra, ¿qué ha hecho con sus versos?
Margarita es de un pueblo de Zamora, se viene a Madrid porque se queda huérfana de padre y eran familia lejana del doctor Gregorio Marañón. Eso hizo que la niña tuviera acceso a la educación, e incluso fue miembro del Ateneo. Fran Garcerá es investigador del CSIC y es quien preparó esa edición. El año pasado Garcerá descubrió dónde estaba enterrada Margarita Ferreras: en un convento de Palencia cuando murió en el 64.
Margarita tenía problemas mentales y una relación muy tortuosa con su madre, y el machismo la acribilló porque la tildaban de descarada por ser una mujer muy libre y adelantada. Pez en la tierra es un poemario muy sensual, yo he musicalizado un romance llamado por la Verde verde oliva con un tono muy lorquiano, porque así es el poema.
Este proyecto tiene una parte didáctica que podría dialogar muy bien con el trabajo en institutos, por ejemplo. ¿Actúa solo en salas de conciertos o tiene pensado llevarlo a otros escenarios?
Pues he tocado hasta en clubs de lectura, bibliotecas y por supuesto en institutos. Los alumnos previamente trabajan quiénes son estas mujeres y sus poemarios, y luego voy yo. La poesía requiere una mirada educada, como un paladar que se acostumbra. A veces es difícil acercar a los chavales poesía, pero con música es más fácil que les entre. Estoy tocando en sitios muy grandes y muy pequeños, pero lo importante es que la gente escuche y conozca a estas mujeres.
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