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Échale la culpa a la poesía

Rafael Reig

Claudicar quería decir cojear y, por extensión, hoy significa andar no muy derecho, es decir, ceder, rendirse, someterse.

Hay quien piensa que la poesía ha claudicado hace ya tanto tiempo que hoy no tiene remedio ni hay forma de enderezarla.

Bertolt Brecht, por ejemplo, escribió su Lied des Lyriker, su canción del poeta, en 1931 y, aunque es larga, merece la pena leerla entera (o bien no leerla en absoluto).

El subtítulo sitúa el poema als schon im ersten Drittel des 20. Jahrhunderts für Gedichte nichts mehr gezahlt wurde, es decir, cuando en el primer tercio del siglo XX no se pagaba ya nada por la poesía.

Sigo (no sin algunos caprichos míos, bastante veniales) la traducción de aquellos Poemas y canciones, de Alianza Editorial, obra de Jesús López Pacheco y Vicente Romano; un librito con portada en rojo, que transportábamos antes los jóvenes en el bolsillo de la trenca, por parques, cines, barras de bares y transbordos de metro.

Dice así:

1 Esto que vais a leer está en verso. Lo digo porque acaso no sabéis ya lo que es un verso ni un poeta. La verdad, no os portasteis muy bien con nosotros.

2 ¿No habéis notado nada? ¿Nada tenéis que preguntar? ¿No observasteis que nadie publicaba ya versos? ¿Y sabéis la razón? Os la voy a decir: Antes, los versos se leían y pagaban.

3 Hoy nadie paga ya nada por la poesía. Por eso hoy no se escribe. Los poetas preguntan: “¿Quién la lee?” Mas también se preguntan: “¿Quién la paga?” Si no se le paga, no escribe. A tal situación los habéis reducido.

Este estado de emergencia lo reconocemos ahora tanto como en 1931. Salvo chavales que llevan libros en el bolsillo, la poesía no tiene interés para la mayoría de los adultos y nadie está dispuesto a pagar a cambio de poesía. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

4 Pero ¿por qué?, se pregunta el poeta. ¿Qué falta he cometido? ¿No hice siempre lo que me exigían los que me pagaban? ¿Acaso no he cumplido mis promesas? Y oigo decir a los que pintan cuadros

5 que ya no se compra ninguno. Y los cuadros también fueron siempre aduladores; hoy yacen en el desván... ¿Qué tenéis contra nosotros? ¿Por qué no queréis pagar? Mientras leemos que os hacéis cada día más y más ricos...

La historia que nos cuenta Brecht es el pecado original de la poesía (o del arte en general, ya que lo mismo sucede con la pintura, para no hablar del cine, por ejemplo en España): la claudicación.

No se trata de que el poeta Fulano o la poetisa Zutana claudiquen, se dejen condecorar en Jerusalén o en Estocolmo, reciban el premio Loewe o el Reina Sofía, ni de que Perenganito, con corona de laurel, escriba ditirambos en verso para la toma de posesión del emperador Obama o de que el novelista Menganito compare a Esperanza Aguirre con Juana de Arco. Para Brecht es algo más grave: una enmienda a la totalidad. Es la poesía la que siempre ha cedido y se ha sometido, al servicio de quienes la pagan. Es nuestra concepción del arte la que se arrastra cojeando, claudicante, a la sombra del poder.

6 ¿Acaso cuando teníamos el estómago lleno, no os hemos cantado sobre todo lo que disfrutabais en la tierra? Así lo disfrutabais otra vez: la carne de vuestras mujeres, la melancolía del otoño, el arroyo, sus aguas bajo la luna...

7 La dulzura de vuestras frutas. El rumor de la hoja al caer. De nuevo la carne de vuestras mujeres. Lo invisible por encima vosotros. Hasta el recuerdo del polvo en que os habéis de transformar al final.

¿Han hecho eso el arte y la poesía? ¿Tanto han claudicado? ¿Han levantado un inventario de los bienes de los poderosos y se los han entregado, embellecidos, revestidos de cualidades espirituales, para que pudieran disfrutarlos aún más a gusto? ¿Les han facilitado los poetas a quienes les pagaban la pacífica posesión de lo material y de lo inmaterial, la carne y el espíritu; les han ofrecido un alma y unos sentimientos, das Fleisch eurer Weiber y das Unsichtbare über euch? ¿Han cobrado por eso durante siglos de andar cojeando, desde el buen caballero Garcilaso hasta su último escudero?

8 Pero no es sólo esto lo que pagabais gustosos. Lo que escribíamos sobre aquellos que no se sientan como vosotros en sillas de oro, también nos lo pagabais siempre. ¡Cuántas lágrimas enjugamos!

Así que la poesía también ha proporcionado alivio a la mala conciencia de los explotadores: les ha convencido de que ellos también tienen sus corazoncitos y hasta sensibilidad ante el dolor de los demás. En ese caso, ¿no tiene aún más delito?

9 ¡Cuántas veces consolamos a quienes vosotros heríais! Mucho hemos trabajado para vosotros, jamás nos negamos. Siempre nos sometimos. Lo más que decíamos era “¡Pagadlo!” ¡Cuántos crímenes hemos cometido así por vosotros! ¡Cuántos crímenes! ¡Y siempre nos conformábamos con las sobras de vuestra comida!

10 Ay, ante vuestros carros hundidos en sangre y porquería nosotros siempre uncimos nuestras grandes palabras. A vuestro corral de matanzas le llamamos “campo del honor”, y “hermanos de labios largos” a vuestros cañones.

11 En los papeles que pedían impuestos para vosotros hemos pintado los cuadros más maravillosos. Y declamando nuestros cantos ardientes siempre os volvieron a pagar los impuestos.

12 Hemos estudiado y mezclado las palabras como drogas, aplicando tan sólo las mejores, las más fuertes. Quienes las tomaron de nosotros, se las tragaron, y se entregaron a vuestras manos como corderos.

Wieviel Untat! ¡Cuántos crímenes, cuántos delitos! ¿Es la poesía, entonces, cómplice del poder y sus crímenes, auxiliar necesario para la explotación? ¿Y todo a cambio tan sólo de las sobras de la comida, todo pagado sólo con el premio Cervantes, con unos canapés, con la alfombra roja de los Goya?

13 A vosotros os hemos comparado sólo con aquello que os placía. En general, con los que fueron también celebrados injustamente por quienes les calificaban de mecenas sin tener nada caliente en el estómago. Y furiosamente perseguimos a vuestros enemigos con poesías como puñales.

14 ¿Por qué, de pronto, dejáis de visitar nuestros mercados? ¡No tardéis tanto en comer! ¡Se nos enfrían las sobras! ¿Por qué no nos hacéis más encargos? ¿Ni un cuadro? ¿Ni una loa siquiera? ¿Es que os creéis agradables tal como sois?

15 ¡Tened cuidado! ¡No podéis prescindir de nosotros! Ojalá supiéramos cómo atraer vuestra mirada hacia nosotros! Creednos, señores: hoy seríamos más baratos. Pero no podemos regalarles nuestros cuadros y versos.

16 Cuando empecé a escribir esto que leéis —¿lo estáis leyendo? me propuse que todos los versos rimaran. Pero el trabajo me parecía excesivo, lo confieso a disgusto, y pensé: ¿Quién me lo pagará? Decidí dejarlo.

La poesía es culpable, como el cine o la pintura: ha claudicado y ahora ¿qué puede hacer, salvo manifestarse gemebunda reclamando subvenciones en nombre de la cultura?

Roma no paga traidores. El desenlace de la claudicación, el resultado de ceder ante el poder, siempre es el mismo: cuando ya no te necesiten, te abandonarán a tu suerte.

Y entonces es demasiado tarde para amenazas vacías. ¡Tened cuidado!, dicen los poetas, pero nadie está leyendo ya.

La poesía, la claudicación del arte, es culpable de muchos crímenes, pero sobre todo de su actual insignificancia también en este primer tercio del siglo XXI.

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