El sentido acrítico de Luis García Martín
UNO
No sabría decir cuándo fue maldita la hora en que empezó todo esto. Debió de ser hace meses. Vivía yo entonces en la bendita ignorancia de creer que la corrupción de los premios de narrativa era insuperable. Insalvable, incluso. Vivía yo así, ya digo, ignorante, cuando un amigo llamó mi atención al decirme, un poco de pasada y otro poco no, que si creía que los premios de narrativa estaban corruptos tendría que ver los de poesía. No le creí. Es decir, sí, le creí, pero haciendo algún esfuerzo (tampoco mucho). Además creo que por entonces acababa de enterarme de que a Los enamoramientos de Javier Marías le habían dado no sé qué premio europeo o de la crítica o algo muy importante, por lo que mi fe en el sistema (la poca que me quedaba) estaba lo hundida que pueda imaginarse. Parecía imposible caer más bajo. Me equivocaba.
No volví a pensar en los dichosos premios hasta que en noviembre o diciembre leí en una esquina de la revista Qué leer no sé qué polémica con el premio Ciudad de Burgos. Sí, yo creo que se puede decir que fue entonces cuando empezó todo, cuando a raíz de aquello, —tirando de un hilo que más tarde supe infinito— descubrí que mi amigo estaba equivocado: los premios de poesía no están corruptos; los premios de poesía eran la corrupción versificada.
Sé lo que están pensando: ¿qué tiene esto que ver con Luis García Martín? ¿Qué tiene que ver él con la corrupción, los premios, los amiguismos, la crítica y/o la poesía? Veámoslo. Pero déjenme ir poco a poco; este es un hilo con mucho cabos de los que cuelgan otros hilos de los cuelgan otros cabos y es fácil enredarse, asustarse y salir corriendo. El futuro soy yo deshaciendo un tafetán. En cualquier caso, vaya por delante que utilizo a Luis García Martín sólo como la excusa para presentar la punta de un iceberg de proporciones épicas. Líricas, más bien. Reconozco también que, al menos para mí, representa nada más que uno de los tantos hilos de los que he ido tirando y de los que sigo tirando y de los que creo que podría seguir tirando el resto de mi vida sin dejar nunca de tirar. Moriré de viejo y aún quedará hilo, urdimbre, trama. Sobre todo, trama.
DOS
Les pongo en antecedentes (parte de ellos, al menos): Luis García Martín dirige la revista Clarín, que es una revista que me libro de leer gracias a que no tiene una distribución que se pueda calificar de ejemplar. Quizá me equivoque pero no creo estar perdiéndome gran cosa. Esto lo digo porque Luis García Martín también tiene un blog llamado Crisis de Papel desde el que ejerce ese mal incurable que es la crítica literaria. Pues bien, después de leer algunas de sus críticas tenía yo a Luis por un tipo serio, formal, educado, con una marcada tendencia a las fotos horteras y al aburrimiento, pero también con cierta disposición a ejercer la crítica no-complaciente.
Pues bien, estaba yo un día sentado en una hamaca tomándome una cerveza y tirando del dichoso hilo (que a estas alturas se había traducido en bufanda gris plomo fea de morirte) cuando di con un artículo bastante interesante, escrito por Luis, llamado “Justicieros” en el que criticaba (¡y cómo!) al Colectivo Addison de Witt (fue publicado el 9 de julio de 2011 en el suplemento cultural del Abc y el 21 de ese mismo mes en su blog personal).
TRES
Hagamos una pausa para hablar de Addison de Witt.
A este colectivo, formado por cinco poetas y/o críticos, lo descubro, como casi siempre, demasiado tarde, esto es, después de su despedida. Una despedida que tiene lugar en un artículo que publican el 10 de julio de 2012 en el que dicen lo siguiente: “El objetivo inicial del blog fue denunciar tanto la corrupción existente en los premios de poesía como la forma en la que el amiguismo se ha apoderado de toda la crítica hasta el punto de que ya no se lee una sola reseña negativa de un libro (con alguna honrosa excepción)”. (La cursiva es mía). Cuesta no darles la razón. Dicen más cosas en esa despedida; dicen, por ejemplo, que “A nivel de premios los casos de corrupción, de amiguismos y endogamias no se han reducido ni un ápice desde que comenzamos este blog”. Resumiendo, que han acabado hasta las narices de denunciar el calamitoso estado de las cosas sin obtener ningún resultado satisfactorio (entendiendo esto como acabar con la corrupción) y se van a su casa a leer o a dar de comer al gato.
Por aquello de no quedarme con el regusto amargo de su despedida hago un poco de historia. Echando un vistazo a sus aviesas intenciones recuerdo que en su primera entrada, fechada el 4 de mayo de 2007, se hacían eco de aquello que Anson había denunciado desde su tribuna en El Cultural unos meses antes: “El Cervantes es un premio absolutamente politizado que debería otorgarse directamente en Consejo de Ministros”. En los siguientes artículos hilaron más fino, pero seguir ese camino es tirar de otro hilo y aunque la tentación es grande (porque es un hilo mucho más jugoso que este de hoy) la voluntad es fuerte y yo soy un hombre con una misión.
CUATRO
Vuelvo a Luis García Martín y a su artículo “Justicieros”.
En este artículo, fechado el 21 de julio de 2011, Luis pone de vuelta y media a los Addison de Witt. Critica su sistema de crítica porque le parece demasiado matemático y ya se sabe que la poesía, al operar desde el sentimiento, no es precisamente una ciencia exacta. No quería hoy a entrar a juzgar si la forma de Addison es correcta o no o si Luis tiene más razón que un santo porque, al igual que hace un momento, he visto que ese hilo conduce a un lío de mil demonios (es casi una colcha de cama). El fondo del asunto es lo mucho que me llama la atención que a Luis le moleste especialmente que los Addison tengan en cuenta la relación existente entre los miembros del jurado, o el hecho de haber publicado en la editorial que otorga el premio. Entiendo que si a Luis le molesta esto, a Luis le molesta todo. Como no tiene pelos en la lengua (o de tal cosa parece presumir) dice lo siguiente de la valoración de esos impresentables: “No importa que el jurado esté compuesto por cinco, seis o más miembros. Si uno de ellos es profesor y el poeta ganador también lo es, la objetividad queda fuertemente mermada. Y desaparece por completo si se puede establecer algún vínculo con Luis García Montero o la editorial Visor”. ¡Zas!, ya salió. Lo retrasé lo posible, pero ha sido inevitable: ya lo tenemos aquí. Me refiero, cómo no, a Luis García Montero. El hombre. El sospechoso habitual número uno. Así, en general.
El artículo no es tanto un análisis detallado de la mecánica crítica como el desquite de Luis ante la acusación de los Addison de Witt de que uno de los premios en los que Luis García Martín ejercía de jurado (junto con Luis García Montero, Josefina Martínez, Aurora Luque, Chus Visor y Carlos Marzal) estaba poco menos que amañado. Se trataba del premio Emilio Alarcos y el ganador fue Eduardo Jordá, a quién Martín aseguró haber reconocido de inmediato cuando lo leyó, algo que suena bastante a disculpa por parte de Martín (a quien llamaré así a partir de ahora para distinguirlo del otro Luis García [Montero]). Tampoco voy a tirar de este hilo, porque he mirado y lleva directamente a un calcetín.
A cambio sí voy a llegar a donde quería, al fin, después de tanta palabrería. Presten atención, por favor, al final del artículo de Luis García Martín:
“Pero no se trata de defender la ‘ecuanimidad’ del premio Emilio Alarcos ni de ningún otro premio concreto, que no puede ser cuestionado por quien lo ignora todo sobre su desarrollo, sino de poner en cuestión la credibilidad de quienes van de anónimos justicieros por la vida y denuncian, no ya sin pruebas, sino con caprichosos argumentos.
Que hay premios amañados, de acuerdo. Que conviene denunciarlos, por supuesto. Pero para eso hace falta algo más que desinformadas buenas intenciones (damos, por supuesto, que al menos las intenciones son buenas). Hace falta —además de algún indicio, aunque sea mínimo— cierto conocimiento del medio literario y, sobre todo, alguna inteligencia“.
¡Y se queda tan ancho! El tipo, perdón, el crítico, es capaz de decir, con la boca grande, que le consta que hay premios amañados que conviene denunciar pero sin embargo no sólo no hace el menor esfuerzo desde su tribuna personal para llevar a cabo tal denuncia sino que tiene las santas narices de tachar de tontos e ignorantes desinformados a unos anónimos que sí lo hacen por el simple hecho de que al bueno del señor no le gusta que hayan cuestionado su honradez como jurado en un momento determinado y eso aun dando por supuesto que las intenciones de los Addison son buenas. Si las intenciones son buenas, Luisito, y, como tú bien dices, los premios se amañan y hay que denunciarlos y Luis García Montero, de profesión sospechoso, está metido en el ajo, a lo mejor, Luisito, lo que hay que hacer es ayudar a despejar dudas y no, como haces tú, echar balones fuera, que pareces de la escuela de Rajoy, tú, con tanto mirar para otro lado y decir que no a todo con la cabeza y con la boca pequeña que, bueno, que sí, que alguna cosa sí.
Sorprende que Luis García Martín, que no duda en ironizar sobre el hecho de que el libro de Pere Gimferrer (Alma Venus) pueda ser “uno de los grandes libros del año, sin duda alguna, para los suplementos culturales más prestigiosos y para la crítica acrítica habitual en ellos”, (anticipándose cinco días a un Luis García Jambrina que considera que en ese mismo revolucionario libro hay un “Gimferer pletórico”), sorprende, digo, que así como reclama justicia sobre los premios amañados no dude en tachar al crítico (en general) de perfecto inútil o de hablar de crítica acrítica cuando ésta no atiende a sus intereses particulares (prestigio personal, amistad…). Sorprende, y mucho, este ejercicio suyo tan de estar por encima de todo, y porque me sorprende es por lo que empiezo a tirar de ese hilo del que les vengo hablando desde hace demasiado rato; un hilo tras el que me he encontrado más de lo que se puede contar en un solo artículo.
Si les parece bien (y si no también) otro día hablamos de tantos y tantos poetas y escritores y críticos anexos a Martín y más concretamente de Montero, ese personaje que parece salido de una película americana de gánsteres enamorados de la luna. Me quedo también con ganas de hablar del Premio Ciudad de Burgos; de descubrir cómo se silencia una acusación; de entender cómo se defiende lo indefendible. No sabe uno a veces si está hablando de política o de poesía o de ambas cosas a la vez, o si acaso en el fondo lo que ocurre es que todo es la misma mierda, que se camufla entre tanto hedor.