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Artículo 20

Azahara Alonso

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Tenemos chico nuevo en la oficina. El jurista Santiago Muñoz Machado ingresó hace unos días en la Real Academia Española. Experto en la estructura territorial del Estado, catedrático de Derecho Administrativo y autor de numerosos libros, el nuevo académico estuvo arropado durante el acto por Wert, Ana Mato y otras figuras de la vida política española. También por José Manuel Blecua, el director de la RAE, y numerosos académicos de la Lengua, entre ellos Arturo Pérez-Reverte, Luis Mateo Díez, Soledad Puértolas y Luis María Anson.

Lo más destacado de la celebración fueron las palabras de Muñoz Machado que, bajo el título “Los itinerarios de la libertad de palabra”, fueron un elogio a la libertad de expresión. Un derecho fundamental que tuvo que superar muchos obstáculos a lo largo de los siglos hasta ser reconocido como tal, y que hoy está recogido en nuestra Constitución: “Se reconocen y protegen los derechos a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”. O en una versión más radical atribuida a Voltaire: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

El discurso de Muñoz Machado se redujo a las treinta páginas que resumen el ensayo al que pertenece, de trescientas. Porque una cosa es el derecho a la expresión, pero otra dejarse llevar en público por el amor a la palabra.

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