La falta de tiempo, ¿un déficit democrático?
Los medios de comunicación se han hecho eco en las últimas semanas de la demanda, un tanto acuciante, del Banco de Alimentos para conseguir personas voluntarias que colaboren en “El Gran Recapte”. Al mismo tiempo leemos que más de 3.000 asociaciones del tercer sector esperan personas voluntarias que se sumen a sus proyectos sin ánimo de lucro con los que podrán ayudar a personas en riesgo de exclusión, personas con discapacidad, con trastornos mentales, adictas a sustancias tóxicas o, simplemente, a mejorar cualquier aspecto de nuestra sociedad.
Nunca ha sido fácil reclutar a personas voluntarias para trabajos altruistas, pese a que a veces se ha magnificado este extremo, sin duda con el propósito de aumentar la autoestima colectiva. Los datos que nos ofrece el CIS indican que nuestro país no es demasiado proclive a la participación. En diferentes encuestas de la última década aparece una participación en torno al 26%, dato que coincide con los análisis del Eurobarómetro que sitúa a nuestro país a la cola en la participación social y el asociacionismo, tan solo detrás de Italia y lejos de la media europea, que se halla en torno a un 31%.
Tampoco entre la juventud (que es el segmento poblacional más participativo) los datos son demasiado alentadores. Según el Consejo de la Juventud de España las tasas de asociacionismo se mantienen estables en torno a un tercio de la población joven, si bien los chicos se siguen asociando más que las chicas: un 43’6% y un 31% respectivamente. Estos porcentajes no llegan a alcanzar, sin embargo, las tasas de asociacionismo juvenil de nuestro entorno y deben ser matizados ya que incluyen a la juventud perteneciente a asociaciones y grupos deportivos, en donde los varones son clara mayoría.
Las actividades de voluntariado que más horas de dedicación reciben son las relacionadas con los deportes y con la asistencia social. También en esta elección incide la segregación según el género ya que los hombres participan mayoritariamente en asociaciones deportivas mientras que las mujeres lo hacen en otras de orientación cultural y de asistencia social, de ahí que esté tan extendida la idea de que las mujeres participan más. Los datos muestran que no es así globalmente, lo que ocurre es que sí son mayoritarias en el voluntariado relacionado con el tercer sector y en las actividades culturales.
¿Por qué la participación social es menor en nuestro país?
Existen condicionantes socioeconómicos que explican esta situación. El famoso y ya clásico estudio de Marie Jahoda (1982) mostró que las personas desempleadas veían disminuidos sus intereses sociales y culturales en general, de modo que un paro elevado en una población conducía a una pérdida de afiliación en asociaciones culturales y asistenciales, sindicatos o partidos políticos, resultando de ello una sensación colectiva de apatía y desmotivación. Otros factores, como el nivel sociocultural y la capacidad de decidir el propio tiempo son también muy influyentes, como puede observarse en el siguiente gráfico.
Fuente: Eurobarómetro European Social Reality (2007)
Hay, no obstante, un factor absolutamente contemporáneo que pocas veces se ha tenido en cuenta en los análisis de la participación social, y es el tiempo. Nuestra sociedad vive inmersa en una vorágine temporal, donde el reloj no solo marca las horas sino también algunos aspectos fundamentales de nuestro ciclo vital. Esta situación se ve agravada en nuestro país, donde los horarios responden a épocas y necesidades ya obsoletas que impiden el adecuado equilibrio entre la vida personal y la laboral. Las largas y rígidas jornadas laborales que acaban bien entrada la tarde (a diferencia de los países europeos) junto a los extremos horarios del prime time televisivo (dos horas más tardío que en el resto de Europa) hacen de la nuestra una ciudadanía más estresada, menos saludable y, en última instancia, menos rica y productiva que en los países de nuestro entorno.
El primer sacrificado en la actual desorganización horaria es el tiempo de libre disposición personal, especialmente entre las mujeres, quienes sufren la llamada sobrecarga de rol, lo cual significa que a la jornada laboral remunerada deben sumar una segunda de tareas domésticas y de cuidado de personas en el hogar, la llamada doble jornada. Esto se debe a que el tiempo libre se considera un tiempo subordinado al resto de tiempos, siempre detrás del trabajo remunerado y, para las mujeres, también detrás del trabajo doméstico y reproductivo. Según el Instituto Nacional de Estadística ellas continuan dedicando casi dos horas diarias más al hogar y a la familia que los varones, así que el tiempo personal dedicado a ellas mismas, al ocio, la cultura o la política es casi inexistente. Miren ustedes en el gràfico anterior quiénes son el segundo colectivo con menor participación después de las personas desempleadas: las personas que cuidan del hogar, es decir, las mujeres.
Por tanto, la relación “menor tiempo libre - menor participación social” parece evidente y resulta extraño que apenas sea tenida en cuenta cuando se habla de la escasa participación de la población española.
En Cataluña, en una investigación sobre el uso del tiempo, el IDESCAT (2011) analizó cuántas personas habían realizado alguna tarea de voluntariado en el último mes de pasar la encuesta, resultando que lo había hecho el 12’8% de la población. Los varones dedicaron el 14’2% frente a las mujeres que dedicaron un 11’4. Estos datos son diferentes de los estatales porque no se ha medido el asociacionismo en general sino la realización de tareas concretas. Lo que vuelve a resultar significativo es el bajo nivel de participación general y, una vez más, los varios puntos porcentuales de diferencia entre hombres y mujeres que constatan las diferentes obligaciones cotidianas y horarias.
El déficit en tiempo de libre disposición tiene, en definitiva, consecuencias graves tanto en la reducción de las prácticas culturales como en el ámbito de la participación social. Muchas personas no pueden implicarse de forma estable en proyectos comunitarios o desarrollar actividades cívicas o políticas, sencillamente, porque no tienen tiempo. La falta de tiempo revierte, en consecuencia, en un déficit democrático que, sin lugar a dudas, debería ser reparado.