El Ministro que instrumentalizó a las mujeres
Al comienzo de esta legislatura nos preguntábamos cómo era posible que el hombre que había defendido el matrimonio gay fuera el mismo que pretendía satisfacer a la Conferencia Episcopal con la reforma del aborto. En la rueda de prensa que dio el pasado martes, el Ministro se escudaba en el mandato del gobierno para esgrimir el argumento de que la ley del aborto en realidad había sido un proyecto del gobierno, y no del Ministerio de Justicia. Ese tono quejumbroso mostraba el lamento de una traición, probablemente la de la jugada maquiavélica de Rajoy que al guardar esta ley en el cajón, ha permitido finalmente quitarse de en medio a su delfín. Conviene recordar que hubo un tiempo en el que Gallardón era quien le hacía sombra desde el sector más centrista del partido. Conviene recordar también que supuestamente Gallardón era un liberal; más aún, un “político atractivo” entre los votantes de la izquierda y del centro. Es muy probable que por todo esto haya ido traicionando la expectativa de lo que para mucha gente significaba su figura dentro del Partido Popular.
Pero todo cuanto ha ocurrido en torno a él y a su gran contrarreforma debe analizarse con cautela para extraer algunas conclusiones en clave política. Aunque es fundamental dejar claro que todas estas conclusiones nos deben ayudar a detectar el trasfondo que han marcado las maniobras del Ministro. Ese trasfondo, no lo olviden, ha sido el de la instrumentalización de las mujeres. En ningún momento al Señor Ministro le ha temblado el pulso al ir diseñando una ley que era a todas luces humillante para las mujeres, porque con su contrarreforma, Gallardón impuso una mirada penalista sobre el aborto que nada tenía que ver con la vida, con el valor de la vida, con la protección del derecho de las mujeres a vivir vidas que fueran significativas para ellas y elegidas por ellas mismas.
El Ministro instrumentalizó a las mujeres para garantizarse los votos del ala extrema del mercado electoral de su partido, de la misma manera que el gobierno las ha vuelto a instrumentalizar ahora para conservar los votos del sector más centrista de ese mercado electoral. Así lo aconsejaban los estudios sociológicos de Pedro Arriola al apuntar que al parecer, muchos de los votantes del PP se estaban “sintiendo incómodos con el tema”. De esto cabe concluir que tanto en un momento como en otro, las conminaciones de los consejeros y expertos electorales del PP han sido las que realmente han obligado a dedicarse a lo que importaba: la conquista de los votos. Habrá pocas leyes que atraviesen de forma tan profunda el proyecto de vida de las mujeres, y sin embargo lo que estaba en juego no eran las vidas que ellas querían vivir, ni el derecho a decidir sobre las mismas. Ni siquiera la supuesta protección del nasciturus. Sin lugar a dudas con este espectáculo, parte del mundo político se ha visto reducido a una suerte de circo entregado a cálculos electoralistas carente de toda convicción, proyectando una visión cínica del mundo político sin precedentes.
Pero además con el Ministro Gallardón hemos asistido a dos hechos inauditos hasta ahora en nuestra vida política. En primer lugar, un personalismo llevado hasta sus últimas consecuencias, pues la retirada de una ley ha supuesto el retiro automático de quien la defendió. De quien la defendió además con una forma de comunicación política completamente novedosa, pues también conviene recordar que con Gallardón nos enfrentábamos a un adversario armado con un lenguaje progresista. El titular de Justicia hablaba de los derechos de las mujeres mientras las instrumentalizaba, y de luchar contra la violencia estructural de género al mismo tiempo que emprendía su revolución conservadora. Ahora sabemos que bajo esta circulación retórica en realidad subyacía la lógica calculadora de alguien que iba ofreciendo un servicio ideológico a cambio de una posición de poder.
En segundo lugar, Gallardón ha inaugurado una nueva forma de hacer política a partir de un código de activación y desactivación del tiempo político para entrar en la agenda, sin dejar nunca de estar ahí. En realidad había una producción de discurso que no problematizaba la violencia estructural ejercida contra las mujeres, ni la lucha contra desigualdad de género con un alcance social transformador. No existía una mirada interseccional que dialogara con los múltiples problemas a los que las mujeres se enfrentan cuando tienen que decidir si siguen adelante o no con un embarazo. Por el contrario, había momentos. Momentos en los que se hablaba mucho de un Ministro que se enarbolaba como el guardián de las mujeres, y momentos en los que estratégicamente el Ministro se replegaba. Sin embargo, ese código de activación y desactivación de la agenda ayudaba a mantener la tensión social y la atención mediática. Profundizaba en su afán personalista, intercalando Consejos de Ministros, comités de expertos, manifestaciones y declaraciones parlamentarias. Nos encontrábamos ante la lucha por un capital simbólico que se servía de una política de la presencia mediática permanente para procurar la cotización al alza de sus aspiraciones políticas personales.
Sin embargo, el Ministro que instrumentalizó a las mujeres acabó siendo víctima de otra instrumentalización basada en un cálculo electoral distinto al que él estaba haciendo. Es importante no engañarse en relación a esto; Gallardón no ha dimitido, lo han echado. Por esto mismo, no debemos perder de vista todo lo que queda tras su ausencia. Por lo pronto, el recurso interpuesto ante el Tribunal Constitucional contra la ley de plazos del 2010. Mucho nos conviene no bajar la guardia.