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Las limitaciones de la desigualdad

Octavio Medina

Desde que empezó la crisis, la desigualdad ha saltado a la palestra como uno de los temas principales, ya sea en el papel de causante de la crisis o en el de consecuencia de ella –o, por qué no, ambas cosas–. Sin embargo, a pesar de su relevancia y presencia en los medios, pocas veces se ha discutido las dos vertientes, o tipos, de desigualdad con respecto a ingresos.

Me explico. Las métricas más comunes que utilizamos para medir la desigualdad, como el índice de Gini o qué fracción de los ingresos totales de un país recibe el 10% de ciudadanos más ricos, son apenas fotos de un momento concreto, y no nos dan una imagen completa de la situación. Por poner un ejemplo, imaginad una sociedad en la que solo hay dos personas, Antonio y Beatriz. Antonio gana 3000 euros al mes, y Beatriz no gana nada. Cualquier persona diría que se trata de una situación muy desigual, en la que una persona recibe el 100% de los ingresos, y la otra el 0%.

Pero ahora imaginemos que al año siguiente se revierten los roles y Beatriz pasa a ganar 3000 euros al mes mientras Antonio se queda sin ingresos. Si tenemos en cuenta los dos años, de repente hemos pasado a una sociedad completamente igualitaria, en la que todos los individuos reciben el mismo salario. El coeficiente Gini de desigualdad para los dos periodos sería igual a 0, el valor más bajo.

La crítica habitual es el cuestionar el realismo de esta situación, ¿en cuántas sociedades se alternas salarios? Pero si lo analizamos con calma, y pensamos en etapas vitales en vez de en años o meses, es una situación más común de lo que nos imaginamos. Por ejemplo, un joven que deja su trabajo para hacer un máster aumentará la desigualdad de un país –porque dejará de percibir su salario– pero a la vez esperará ganar un salario más elevado una vez acabe. Alguien que deja su trabajo temporalmente para cambiar de sector también tendrá un efecto similar sobre las métricas de desigualdad.

Esto es lo que en la literatura sobre el tema se llama desigualdad temporal, porque desaparece cuando se tiene en cuenta el ciclo vital de cada individuo –como en el caso de la sociedad de Antonio y Beatriz. En una economía desarrollada, en todo momento hay Beatrices que están estudiando a la espera de un aumento salarial futuro o Antonios que se jubilan que están dándonos una imagen que no necesariamente se corresponde con la realidad –o, más bien, que se corresponde con la realidad pero que no es muy informativa–.

Conviene separar estas desigualdades desde un punto de vista de políticas públicas por su relevancia relativa. Podría argumentarse que el aumento del comercio internacional, la competencia y el descenso de la vida media de los trabajos –por el dinamismo con que productos y tecnologías aparecen y desaparecen– tiende a aumentar esta desigualdad temporal, ya que supone un número mayor de brechas de ingresos en la vida laboral de un individuo (los periodos durante los cuales está en transición de una empresa a otra, por ejemplo), sin que ello esté reñido con un nivel de ingresos mayor a lo largo de todo el ciclo vital y con una sociedad más igualitaria en el sentido permanente. Se trata, por lo tanto, de una desigualdad menos mala.

Por supuesto, este argumento teórico es interesante, pero sin evidencia empírica poco nos puede ayudar. Hoy voy a hablar de dos casos específicos, el de España y EEUU.

En España, como todo el mundo sabe, durante los años de crecimiento acelerado y boom inmobiliario, muchos jóvenes dejaron los estudios para trabajar en el sector de la construcción, que ofrecía salarios bastante competitivos. El resultado fue un incremento de la tasa de empleo y una disminución del coeficiente de Gini. Es decir, la ola de la burbuja consiguió elevar los salarios de los grupos socioeconómicos más desfavorecidos, reduciendo las diferencias. No obstante, como se puede apreciar en el gráfico, al estallar la burbuja crediticia, la desigualdad vuelve a despegar, hasta situarse en niveles que no veíamos desde hace más de diez años. El caso de España es relevante porque nos da un ejemplo de la desigualdad temporal a la inversa. Es una sociedad en la que tanto Antonio como Beatriz ganan €3000, pero el sueldo de Antonio tiene fecha de caducidad. Una vez más, si hubiéramos tomado como referencia varios periodos y nos hubiéramos fijado en el ciclo vital de cada individuo, nos habríamos dado cuenta de que poco había cambiado.

El problema de esta desigualdad temporal es que es difícil de medir, porque requiere seguir a los mismos individuos durante varios años. Por suerte, en el caso de EEUU, Jason DeBacker y sus coautores consiguieron hacerse con una gran base de datos que sigue el historial de ingresos de miles de individuos durante más de veinte años (en concreto desde 1987 a 2009). Lo bueno de esto es que nos permite comparar por un lado la desigualdad temporal y por el otro la permanente.

Los resultados son muy curiosos, si bien no muy esperanzadores. Para los ingresos masculinos (los datos no nos permiten ver los femeninos), la totalidad del aumento de la desigualdad de 1987 a 2009 fue resultado de factores permanentes. Es decir, el argumento de que parte del argumento del coeficiente de Gini es apenas el resultado de un mercado laboral más dinámico o una proporción mayor de estudiantes no parece sostenerse.

El punto positivo está en que en el caso del ingreso por hogares, los cuales sí tuvieron un componente de desigualdad temporal relevante, –aunque solo un 25% del aumento total, minoritario comparado con la desigualdad permanente–. Una explicación interesante podría ser la mayor participación de la mujer en el mercado laboral. Si una mujer trabaja, pero tiene un hijo y deja el trabajo durante unos meses, eso supondría un aumento de la desigualdad temporal, pero esta desaparecería una vez la madre se reincorpore al trabajo.

En conclusión, cuidado con la desigualdad. El coeficiente de Gini de un año en concreto nos ofrece una visión muy limitada de cómo de desigual es un país. Incluso cuando tenemos una serie amplia, la desigualdad de ingresos es muy difícil de medir. Si hay algo que hemos aprendido durante estas últimas semanas es que, a la hora de analizar datos, hay que andarse con mucho ojo. Mientras que en España la bajada de la desigualdad parece haber sido algo temporal, en EEUU el aumento del coeficiente de Gini es permanente, y resultado de otros factores. Pero eso queda para otras entradas.

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