Hace unos días un artículo de Benito Arruñada se preguntaba si la culpa de la crisis política y económica que vive España no es solo de políticos e instituciones sino también de la sociedad. El artículo se hacía eco de una encuesta de la Fundación BBVA en la que aparecemos como los europeos más críticos con políticos e instituciones mientras somos los que menos nos molestamos en informarnos.
No obstante, otros datos que hemos publicado nos indican que la crisis ha aumentado el interés de los ciudadanos por la política. Si en 2006 eran un 43% los españoles que decían hablar o discutir sobre política al menos una vez por semana, hoy ese porcentaje se eleva hasta el 59%. En particular, se ha duplicado el porcentaje de ciudadanos entre 18 y 54 años que afirman hablar sobre política todos los días.
Este mayor interés por la política coincide con el hecho de que el 26,2% de los españoles considera que los políticos, los partidos y la política convencional son uno de los principales problemas de España. Esto nos podría suscitar dos preguntas a las que intentamos responder en esta nota.
¿Somos más críticos con la política como reacción a la crisis política y económica en que estamos inmersos? ¿O es que ha crecido nuestra información política, transformando nuestra cultura política, y ello nos está haciendo más exigentes con nuestra clase política?
En cuanto al primer interrogante, Diego Muro y Guillem Vidal se han preguntado si la corrupción sólo nos importa cuando la economía va mal. Parece que, cuando los ciudadanos nos vemos amenazados por circunstancias económicas adversas, somos más proclives a buscar culpables y nos mostramos menos tolerantes frente a la corrupción, percibida como un mal de las instituciones o de la ‘clase política’ que nos ha llevado a esta situación. En este sentido, los niveles de desempleo evolucionan de una forma muy similar a los cambios en la percepción de la corrupción, aunque esta elevada correlación no necesariamente significa que una sea consecuencia de lo otro.
De forma más optimista, el segundo interrogante estaría sugiriendo que la crítica ciudadana a los políticos sería el reflejo de un aumento del conocimiento sobre la política. Sin embargo, no hay que olvidar lo que nos recuerda nuestro editor Juan Rodríguez: más bien parece que la decepción de los ciudadanos puede ser el producto de la propia desinformación y alejamiento de la política. Así, se hace difícil pensar que el conocimiento sobre la política que tiene un país, y las preferencias políticas individuales resultantes, hayan podido cambiar mucho en pocos años. La ingeniería social de este tipo suele conllevar generaciones. La calidad democrática de la ciudadanía no se produce espontáneamente ni caprichosamente. En una encuesta de 2009 España ya estaba a la cola. Además, las circunstancias actuales pueden favorecer el desarrollo pero también pueden perjudicarlo. ¿Cómo?
Quienes saben menos de política suelen ser aquellos que disponen de menos recursos socioeconómicos. Quienes menos tienen son quienes menos participan, quienes saben menos del sistema político y, en consecuencia, se ven a sí mismos como ciudadanos menos eficaces e influyentes. Es obligatorio preguntarse, por tanto, en qué medida el hecho de que España sea ya, en estos momentos, el país más desigual de Europa puede afectar al conocimiento de la política por parte de capas importantes de la población y a su participación política. ¿La producción de desigualdad en el presente condicionará y perjudicará la democracia el futuro? Uno de los riesgos inminentes de este fenómeno perverso es que cada día más serán “unos pocos” los que puedan establecer la agenda política.
La crisis económica y las políticas de austeridad están afectando la inversión en educación. En este sentido, y como nos indica Máriam Martínez-Bascuñán, Martha Nussbaum nos alerta de una “crisis silenciosa” (“Sin fines de lucro”, Ed. Katz) que tiene que ver con el recorte del presupuesto asignado a la educación. Y con ello, la “erosión grave de las cualidades esenciales para la vida misma de la democracia”. En este sentido, nuestra editora Argelia Queralt alertaba del riesgo de que la nueva LOMCE debilitara el aprendizaje de los valores constitucionales en el itinerario curricular.
Otra derivada que debe centrar nuestra atención es la tendencia, en los medios de comunicación, a convertir la política en un tema morboso, conflictivo o incluso caricaturesco. Ante el crecimiento del interés por la política, los medios pueden tratar de satisfacer al público sacrificando la función de informar –y con ello, de formar- en aras del entretenimiento. Así, se han multiplicado los programas de infoentretenimiento, y a partir del análisis de Carol Galais podemos señalar que a más exposición a programas de información, más polarización de la audiencia.
Finalmente, en la era del Big Data, la fractura digital se sobrepone a las viejas fracturas. Según los datos del trabajo “Internet y participación política en España” (2010), a mayores niveles de estudios mayores niveles de utilización de Internet. Nuestras sociedades se hallan abrumadas ante una ingente cantidad de información. Pero seguirá siendo necesario disponer de un capital cultural, cívico y humanístico, para procesarlo, comprenderlo y digerirlo. Los estudios muestran que en España persiste un déficit de comprensión e interpretación de los acontecimientos que sólo es posible fomentar desde el ámbito educativo. De lo contrario, podemos convertirnos en meros consumidores pasivos de información preseleccionada. Y sin las herramientas y las actitudes precisas, informarse puede no significar formarse, sino conformarse con la realidad.
En 1914, Ortega y Gasset lanzaba la iniciativa de una Liga de Educación Política para superar la ‘vieja política’ que estaba lastrando la sociedad española. Cien años después no resulta menos perentoria una coalición similar formada por la escuela, los medios de comunicación públicos y privados, la red, el Parlamento y muchos otros foros de la sociedad civil.