Volver a Grecia
Volvemos a Grecia. El mismo lugar donde comenzó la democracia, celebra hoy una de las elecciones que más expectación ha suscitado de los últimos años. Probablemente porque estas elecciones ponen de manifiesto que se nos ha caído un modelo, y que comienza a abrirse otro que da una oportunidad a la acción política. Uno de los ejemplos más evidentes de esto, de que se nos derrumba un modelo, ha sido la decisión tomada esta semana por el Banco Central Europeo de inyectar liquidez en la zona euro. Tal y como sostenía José Moisés Martín, “se trata sin duda de la mayor operación monetaria del BCE desde su creación” y una “consecuencia del agotamiento de las políticas convencionales”.
Hace años que Europa no es europea. Con su lepenismo, su nacionalismo rancio y reaccionario, su “tecnoestructura” sometida a imperativos sistémicos y al régimen económico de la austeridad. Habíamos olvidado que el proyecto de radicalización de la unión pasaba por hacerlo más próximo a los ciudadanos, y especialmente a los jóvenes alejados de la política que han hecho los políticos. Ese determinismo económico puso en marcha una política de despolitización. Una tecnificación de la política que con su conocimiento experto, tal y como ha señalado algún sociólogo, fue mermando cada vez más las posibilidades de acción y decisión colectiva. Pero además, esa subversión tecnocrática cumplió una función ideológica; después de observar las reacciones habidas en la crisis, a nadie se le escapa que muchas consideraciones políticas se escondieron detrás de supuestas decisiones presentadas ante la ciudadanía como “necesarias”.
Lo verdaderamente extraordinario del momento es que hablar de Grecia pasa inevitablemente por hablar de Europa, y hablar de Europa, pasa inevitablemente por observar lo que pase en Grecia, hoy y a partir de ahora. Por primera vez en mucho tiempo incluso para los griegos, unas elecciones nacionales se interpretan en clave europea. Es inevitable, al mismo tiempo, que desde nuestro país, todas las miradas estén puestas en Grecia, y más extraordinario aún que se haga desde ese doble enmarque nacional y europeo. ¿Significa esto que hemos recuperado Europa? ¿Por qué son tan paradigmáticas estas elecciones?
En primer lugar, tanto aquí como en Grecia, estas elecciones se han vinculado con un proceso de regeneración democrática. La vertiginosa subida de Syriza en las encuestas se debe en parte a que su estrategia ha consistido en equiparar su propia victoria con la victoria de la democracia. Aunque Syriza no ha renunciado a su identidad de izquierdas, es cierto que progresivamente ha ido moderando su discurso, y conectándolo con otros términos o “significantes” con los que la gente que no es necesariamente de izquierda radical pudiera sentirse identificada. Nos referimos a la utilización de palabras como justicia, democracia o decencia que no sólo representan a la izquierda, sino que se conectan con un proyecto de regeneración, de cambio de país con el que se puede identificar gente que viene de todas partes. Estos términos potencialmente funcionan para producir un amplio consenso en torno a la identificación que se quiere generar.
Todas estas invocaciones además, han conseguido producir posiciones de identidad, de una identidad patriótica. De este modo, votar por Syriza es votar por Grecia, por un proyecto que ponga en marcha un verdadero “rescate” del país. El contexto de desposesión de la ciudadanía ha abierto la posibilidad de reapropiarse de ese código patriótico para mostrar la fragilidad de las políticas y los discursos que supuestamente actuaban en beneficio del país. Desde el análisis del discurso y de la comunicación política se sabe que las reglas que estructuran la significación y que generan la posición de los actores políticos, son las mismas que permiten su subversión y un cambio automático de posiciones de los actores políticos en el sistema de partidos. El contexto hace que sea posible crear un consenso amplio de gente empobrecida que encuentra una vía alternativa al estatus quo. Una vía alternativa que no identifica necesariamente con una fuerza que representa a un partido de izquierdas, sino con el partido que realmente representa los intereses de la nación.
La gente piensa que el cambio es Syriza, frente a todo lo demás, y que ese cambio puede ir más allá de sus propias fronteras. Se piensa que con una posible victoria de Syriza se podrá recuperar la acción política frente a los condicionantes sistémicos de los mercados, ensayando medidas nuevas, nuevas conversaciones entre países, nuevos ejes de fuerza que despiertan en oposición a los tradicionales. También nuevas líneas de división dentro de la propia unión que van emergiendo desde el sur. El hecho de haber podido marcar esa nueva división y haber establecido nuevas alianzas implica que, quizás ahora, es posible escuchar la voz de aquellos países que la posición de poder de otros tendía a silenciar. Esto no quiere decir necesariamente que Europa está ahora más dividida, sino que existen nuevas voces en Europa con las que se tendrá que negociar. Y que en parte, el éxito o no de esas negociaciones condicionará lo que ocurra en nuestro propio país, porque cualquier fracaso de Tsipras será interpretado como un fracaso de Iglesias, del mismo modo que cualquier victoria de Tsipras reforzará el proyecto político que defiende Iglesias en nuestro país. Todos sabemos que esto puede ser un arma de doble filo.
Pero lo más curioso es que después de tanto tiempo volvamos otra vez a Grecia, donde se gestó el núcleo normativo de nuestras democracias, y donde pese a todo, comienza a recuperarse lo mejor de nuestra tradición; una acción política que pueda devolver un renovado sentido al mundo político y al mundo social donde vivimos, comenzando desde ahí, desde la política misma.