Las trampas de la claridad
Una de las cuestiones que más ha ocupado a los observadores de los procesos independentistas en contextos democráticos es la de la claridad. Se entiende por “claridad” algo que afecta al procedimiento en su conjunto: claridad de la pregunta, claridad de la mayoría ganadora, claridad de las reglas de la votación, etc. La claridad siempre es necesaria, y más aún –podemos pensarlo– cuando se trata de dar un paso tan relevante como puede ser el de la independencia de un pueblo.
Una mirada atenta a los dos casos más comentados, por parecidos, en el debate sobre la independencia de Cataluña, me refiero a Canadá (Quebec) y Gran Bretaña (Escocia), permite ver que, en el fondo, la claridad suele ser utilizada en beneficio de los intereses de la parte dominante en la relación de fuerzas. Toda una invitación a la prudencia de los observadores. Veamos.
Canadá/Quebec: de la claridad del Tribunal Supremo a la oscuridad de la Clarity ActClarity Act
En Canadá, como se sabe, el TS intervino en 1998, tras el segundo referéndum de 1995, a petición del gobierno canadiense para saber si la secesión unilateral podía ser legal atendiendo al derecho público canadiense o al derecho internacional. La respuesta del TS ya se conoce: ni en derecho constitucional canadiense ni en el derecho internacional –entendieron entonces los jueces supremos– existe un derecho unilateral a la autodeterminación del pueblo de Quebec. Se podría pensar que el TS daba un portazo a las pretensiones del independentismo quebequense. Nada está más lejos de la realidad: acto seguido explicaba el TS que si bien ese derecho no existe como tal (como derecho positivo), sí es cierto que los principios que inspiran el sistema canadiense (democracia, federalismo, Estado de derecho y protección de las minorías) obligaban a las dos fuerzas en presencia a dialogar y negociar una solución que podría pasar por una reforma constitucional que recogiese las reivindicaciones quebequenses, sin la cual, comentaba el TS, la secesión sería el paso (ilegal ciertamente, pero legítimo en el fondo) siguiente. La lección del TS se dirigía claramente a las dos partes en el conflicto: si la independencia unilateral es ilegal (mensaje para Quebec), y por ello preferiblemente a evitar, la otra parte (mensaje para Canadá) tampoco podría enrocarse en una posición inmovilista, pues tal posición convertiría en legítima, según los principios citados, una eventual secesión ilegal.
En su dictamen, el TS apuntaba en cualquier caso que la mayoría necesaria para la independencia, en respuesta a una pregunta clara, tenía que ser también clara, aunque el significado de lo “claro”, por su tenor político, apuntaba el TS, era algo que tenía que quedar a discreción de las partes, idealmente de manera negociada. El dictamen del TS es de una claridad admirable.
Lo que siguió después, por parte del gobierno canadiense, puede verse como una forma de instrumentalizar en provecho propio el dictamen del TS. La ley de la claridad (Clarity Act/Loi de clarification) de 2000, que debía materializar en derecho positivo las lecciones del TS, es una auténtica chapuza pues, por un lado, se le reserva a la Cámara de los Comunes la potestad de decir si la pregunta es clara o no, y sobre todo, por otro lado, no define lo que es una mayoría clara y suficiente para validar el “sí” a la independencia. La cuestión queda así en el aire y no se sabe si la claridad rima con mayoría absoluta (50%), o si haría falta un 55% o un 60% para declarar legalmente la independencia... No ha de extrañar por ello que poco tiempo después la asamblea legislativa de Quebec aprobase una ley sobre el mismo asunto, en la que los representantes de Quebec enmiendan la plana a sus homólogos de Ottawa, dejando claro que es asunto suyo determinar tanto “las modalidades del ejercicio del derecho a decidir el régimen político y estatuto jurídico de Quebec” (art. 3), como la mayoría válida (fijada en 50% más un voto).
Como puede verse pues, la claridad inicial del TS ha sido pisoteada por el gobierno canadiense, que no ha tenido en cuenta ni la invitación al diálogo ni el respeto del fair play institucional al que también convidaba el TS.
Reino Unido/Escocia: una pregunta clara en el indyref… o no tantoindyref
Como se sabe, el referéndum de independencia escocés fue pactado entre el gobierno escocés y el británico (pregunta, participación, etc.). La pregunta era todo lo clara que podía ser: independencia sí o no (Should Scotland be an independent country?). Atrás quedaba la opción de la DevoMax que un momento se tanteó por parte del nacionalismo escocés, rápidamente descartada por el Sr. Cameron. Sería un sí o un no a la independencia: nada de medias tintas o de terceras vías.
Pues bien, empieza la campaña, como se sabe, con los partidarios del sí por detrás en los sondeos. Pero los muy condenados poco a poco empiezan a recuperar terreno y a quince días del voto, el sí y el no están en un pañuelo por la victoria. El unionismo empieza a temer lo peor y encuentra su salvación en una promesa: si votan no, prometemos mejorar el autogobierno escocés. Y ganó el no, cómodamente, podemos decir. Pero varias preguntas quedan en el aire: ¿el resultado hubiera sido el mismo sin las promesas de mayor autogobierno del unionismo? Nunca lo sabremos ya. ¿Las promesas unionistas cambiaron el significado y la claridad de la pregunta? Es decir: para los votantes ¿seguía siendo un sí o no, a secas, o bien había en la pregunta una tercera opción encubierta, descartada de común acuerdo inicialmente? Dicho aún de otra manera: ¿las promesas unionistas no suponen una violación de la regla de la claridad inicialmente pactada? Difícil me parece argumentar que no. Si yo fuera uno de esos muchos independentistas escoceses, tendría en cualquier caso la impresión de que me han robado la cartera con toda claridad con eso de la claridad…
A modo de conclusión
La claridad siempre es necesaria y bienvenida. No seré yo quien diga lo contrario. Mas la impresión que queda en los dos casos citados es que se ha hecho trampas, que se ha usado la claridad cómo y cuándo interesaba, y con la intención de confundir para ganar, que es lo que cuenta, supongo.
No sé a ustedes, pero a mí esto me recuerda a los partidos de fútbol-calle que jugaba cuando niño. No sé por qué el dueño del balón siempre era un chaval repelente, que por regla general no sabía jugar al fútbol, aunque esto no venga a cuento. Era él quien decía cuando era falta y cuando no, cuando penalti y cuando no, cuando se había parado el juego legalmente por presencia de automóvil y cuando no, cuánto tenía que durar el partido, si había prórroga o no, y así un largo etcétera. Y es que, claro, era lo que él decía o nos quedábamos sin balón, y sin partido: “pues sí es así devuélveme el balón, que es mío”. Creo que los unionistas canadienses y británicos se han comportado un poco como el niño del balón, utilizando la claridad más que buscándola.
Si esto ha pasado en dos Estados que han aceptado o pactado un referéndum de independencia, preguntémonos ahora qué no podrá pasar en un Estado como España en el que ni siquiera se ha permitido celebrar un referéndum de independencia.