Delfina y Dolores Tapia: las mujeres que dijeron “quiero ser policía” en 1970
A comienzos del año 1970, las hermanas Delfina y Dolores Tapia vieron en televisión a una joven japonesa que era policía de tráfico y, por aquellos días, visitaba España. “Yo quiero hacer eso”, recuerda Delfina que pensó en ese momento. Justo en esos meses, escucharon en la radio el anuncio de que, por primera vez, se iban a convocar plazas para que las mujeres pudieran ingresar en la Policía Municipal de Córdoba. Y, dicho y hecho, las dos hermanas solicitaron el acceso al cuerpo de seguridad local.
Ambas, hijas de un guardia civil, habían convivido “con el uniforme en casa” y pese a tener ya entonces una profesión –eran peluqueras-, “quisimos meternos a policía porque era lo que nos gustaba. Hemos sido policías por vocación”, argumentan. Por eso, sintieron que la primera convocatoria para mujeres dentro de la Policía Municipal cordobesa era la llamada para dedicarse a la profesión que querían.
Formaron parte, así, de la primera decena de mujeres que ingresaron en un cuerpo local en todo el país. En un mes de academia aprendieron lo básico: el Código de Circulación, las Ordenanzas Municipales, artes marciales para su defensa personal, a montar a caballo… Y el 24 de mayo de 1970 tomaron posesión como interinas de sus plazas de policías municipales. Se convirtieron en pioneras en una profesión totalmente masculinizada y tuvieron que convivir con el machismo de la época.
“Nos querían como mujeres florero”
Porque, para empezar, que el ingreso en la Policía Municipal se abriera a mujeres no fue una cuestión de igualdad. Fue, más bien, una cuestión de escasez de candidatos varones. “Se necesitaban más policías y, con los estudios primarios de entonces, los hombres aspiraban a otras profesiones”, cuenta Delfina.
De hecho, que su inclusión en el cuerpo estaba lejos de considerarlas iguales a sus compañeros hombres se comprobó desde el inicio: “Nos pusieron desde el principio para regular el tráfico, para que se nos viera. Nos querían como mujeres florero”, recuerdan. Y para ellas especialmente diseñaron un uniforme distinto que eligieron las autoridades de la época. Cuentan cómo un modisto creó cuatro diseños y Delfina tuvo que probárselos en el Ayuntamiento para que el Pleno -compuesto solo por hombres y con el alcalde al frente- diera el visto bueno a uno de ellos.
El uniforme seleccionado, de color azul, estaba compuesto por chaqueta, falda larga, botas altas y bolso al hombro. “Pidieron que me sentara en una silla y cruzara las piernas, para comprobar que no se me veían las rodillas”, rememora la policía. Como anécdota recuerdan que, poco tiempo después y en un gesto contra esa imposición, Delfina, Dolores y sus otras ocho compañeras policías acortaron el largo de sus faldas y vistieron el uniforme con las rodillas al aire, siguiendo la moda que imperaba en los años 70.
Más allá de su aspecto, las tareas que se les encomendaron en un principio se centraron en regular el tráfico, que entonces se hacía de manera manual, en una ciudad en la que apenas había un par de semáforos. También vigilaban los edificios municipales, los mercados y las zonas transitadas por los turistas, en la Judería cordobesa. Desde el cuartel de entonces, iban solas –no en pareja-, sin transmisores, a pie o en bus, porque los agentes rasos no tenían entonces ni motos ni coches. “Los coches que había eran solo para los mandos”, recuerdan.
“¡Vete a casa a fregar!”
Y en esa labor en la calle fueron blanco del machismo imperante entre la sociedad. “¡Vete a casa a fregar! ¡Vete a casa a coser calcetines! Eso nos lo decían muchas veces los conductores desde su coche cuando nos veían regular el tráfico”, dice Dolores. “A una compañera hasta le tiraron tomates desde una furgoneta”.
Luego –relatan-, poco a poco, “la mayoría de la gente se mostró a nuestro favor”. “¡Qué valor habéis tenido!’, nos decían…”. Y, paso a paso, fueron abriendo el camino de las mujeres en la Policía Local. “Guardamos recuerdos muy buenos. Ha sido un trabajo muy gratificante”, dicen ahora, ya jubiladas de su carrera profesional.
Vivieron, en paralelo, algunos pasos dentro del cuerpo hacia la igualdad. En los años 80 ya les dejaron llevar uniforme con pantalón, podían patrullar en coche o moto, hacían los servicios en parejas y ampliaron las tareas encomendadas. Aunque, constatan, “el machismo ha seguido hasta ahora”, dice Delfina para evidenciar que la promoción interna de las mujeres policías que ingresaron en su época se ha encontrado con mayores dificultades que los hombres.
Estas pioneras de la Policía Local pasaron durante su trayectoria profesional por todos los servicios, desde la Sala del 092 que atendía las llamadas, a patrullar por la ciudad, elaborar atestados, intervenir en la Unidad de Violencia de Género o en el servicio de Atención al Público.
En su retina guardan momentos muy duros: “Los accidentes de tráfico con personas jóvenes”, el asesinato de dos de sus compañeras a manos de unos atracadores de un banco en la capital cordobesa en 1996 o la impotencia de atender un evidente caso de violencia de género y no poder hacer nada: “Antes no existían las leyes de ahora. Y llegabas a una casa, te la encontrabas destrozada, los muebles y todo roto, la mujer con la cara amoratada, el hombre detrás. Y decirte que allí no pasaba nada. Y no poder hacer nada…”, relatan.
Pero ahora, con la vista atrás, se quedan con la otra cara de la moneda, los mejores recuerdos de su trayectoria pionera: “Escuchar a la gente, poder ayudarle, esa tarea ha sido la más bonita”.