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Ambición y pecunio tras el menosprecio de Zoido
No es que el exministro, exalcalde y exmagistrado Juan Ignacio Zoido respete poco a sus electores. Con su renuncia a ocupar el escaño del Parlamento de Andalucía que le otorgaron los casi 150.000 sevillanos que, ahora sabemos, le regalaron en balde su voto, demuestra que en realidad los desprecia. A ellos y a los también casi 750.000 que votaron al PP en las elecciones autonómicas del pasado 2 de diciembre.
Apenas si ha tardado diez días en demostrar que el futuro de los andaluces le importa un pito. Que es cierto que, con el beneplácito de Pablo Casado, su desembarco como número uno de la lista del PP por Sevilla, nada menos, sólo obedecía a su ambición personal por echar a Juan Manuel Moreno Bonilla y hacerse él otra vez con el control del PP andaluz.
Así pues, el desdeñoso Zoido debe ser el único político andaluz más decepcionado aún con los resultados electorales que la presidenta en funciones Susana Díaz. Él, que ya se veía por fin virrey andaluz, un sueño frustrado por Juanma Moreno Bonilla, elegido por Soraya Sáenz de Santamaría, conchabada con el otrora todopoderoso Javier Arenas, para descabalgarle de la presidencia del PP hace ya casi cinco años.
Su plan de asalto parecía cumplirse, saboreaba ya la miel de la venganza: el vaticinado descalabro del PP en las urnas se produjo, de hecho obtuvo uno de los peores resultados de su historia electoral en Andalucía.
Pero la debacle, que iba a servirle para enseñarle a Moreno Bonilla la puerta de salida y abrirle a él de par en par la de la sede de la sevillana calle de San Fernando, no ha sido suficiente. Su plan no contaba con que ese mismo hartazgo de los andaluces que les hurtó los votos que se llevaron Ciudadanos y Vox, iba a ser el cabo al que se agarraría Moreno Bonilla para optar a la presidencia de la Junta y dejarlo a él con dos palmos de narices.
Ahora sabemos por qué la noche electoral el sevillano Zoido compareció ante las cámaras a los pies de su valedor Pablo Casado en Madrid, y no a la vera de su jefe directo Moreno Bonilla en la ciudad de la que fue alcalde, y a la que acababa de pedir el voto como número uno de la lista del PP.
Un análisis benévolo es que Zoido prefiere ser cola de león si no va a poder ser cabeza de ratón, que renuncia a ser diputado en Andalucía para seguir siéndolo en el Congreso de los Diputados arrimado a la sombra de su amado Pablo Casado. Y le da igual que ello implique embaucar y engañar a sus electores sevillanos en particular, y a todos los andaluces en general.
Otro peor pensado dice que si no es para ser otra vez presidente del PP andaluz, y por tanto su único líder, a Zoido no le merece la pena renunciar a los suculentos ingresos que obtiene como diputado en el Congreso con presidencia de comisión incluida. Ingresos muy superiores a los que obtendría como diputado en el Parlamento Andaluz.
La realidad, posiblemente, es que ambos motivos estarán detrás de su decisión de, en definitiva, estafar a sus decenas de miles de electores a los que les prometió un deportivo descapotable a cambio de su voto y en su lugar les entrega un utilitario de segunda mano.
Una vez más se demuestra que es urgente el cambio de las leyes electorales españolas para acabar con las listas cerradas e instaurar en su lugar listas abiertas. De manera que cada candidato responda directamente ante sus electores, de manera que la renuncia de un candidato no suponga el ascenso automático del siguiente de la lista. Con ellas la sustitución del interesado Zoido exigiría la celebración de una nueva elección que debería organizarse sólo para ese escaño en su circunscripción.
Juan Ignacio Zoido no se merece el respeto de los andaluces a los que ha despreciado sin miramiento alguno. Y mucho menos el de los votantes del PP, a los que ha mentido comprometiéndose ante las urnas a representarlos con dignidad en la cámara parlamentaria andaluza.
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