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A bastonazos
Ahora sí que Rajoy tiene que tentarse la ropa, porque tras la marea joven, la verde y azul, la morada y la blanca, llega para él la más peligrosa de todas: la marea gris, que viene armada con bastones y hasta con bragueros para que las hernias aguanten. Tras reírse de todos, sin mayores consecuencias, ahora (y por decirlo en términos taurinos, como le gusta a don Tancredo) ha pinchado en hueso, que era muy fácil, ya que encima sólo queda pellejo viejo.
Primero fueron los jóvenes, que indignados, se plantaron el 15-M para preguntar por su futuro. Allí estuvimos un rato para mostrar apoyo y dar algún consejo, que fue rechazado, como no podía ser de otra manera. La pena es que la juventud, como su propia condición aconseja, tenía prisa para todo y a los dos meses cejaron en su empeño para aceptar un trabajo de mierda o irse a Edimburgo. Tampoco ayudó mucho que los líderes que iban a asaltar los cielos se entretuvieran saltando a la comba.
Luego llegó la marea verde y azul, guardias y policías, que hartos de arriesgar la piel por mucho menos que sus colegas autonómicos, se echaron a la calle para pedir un sueldo digno. Rajoy, otra vez toreando con derechazos, los ha llevado a los toriles a base de promesas vacuas, dichas, eso sí, con furor patriótico, que siempre cala en gentes dadas a la disciplina y el deber.
(Aquí, permítanme un paréntesis para afirmar, desde lo más sentido, que los guardias civiles bien se merecen lo que piden, pues con mirada larga, paso corto y a veces un poquito de mala leche, nos mantienen a salvo a costa de un gran sacrificio, pues -serenos en el peligro- acuden donde se les necesita, incluso a riesgo de perder la vida, como ha ocurrido hace pocos días en Sevilla. Se llamaba Diego Díaz, era cabo primero y tenía 53 años. Eso sí que es ‘Todo por la patria’.)
“Gobernar como mujer”
A continuación llegó la marea morada, cientos de miles de mujeres pidiendo salarios justos, además de iguales oportunidades y que las bestias no las maten ni las golpeen. Tras la manifestaciones, se volvieron a sus trabajos y a sus casas, donde los cacharros seguían sin fregar y los culos sin limpiar, dejando poco espacio para más protestas, por lo menos hasta el año que viene. Es lo que tiene la multitarea, que te quita mucho tiempo. El PP en este caso, además de tildar la huelga de política y elitista, se avino a proceder a estudiar cómo mejorar la vida de las mujeres. Para ello, por ejemplo, ha dado luz verde a las candidaturas para las capitales andaluzas y ¡oh! sorpresa, ha designado a siete hombres y una mujer. Menos mal que para la de Sevilla ha nombrado a un pimpollo cuya gracia es Beltrán Pérez, que afirmó, y cito: “El fututo de Sevilla tiene que pensarse con mente de mujer. Quiero gobernar como ellas”. Al parecer, lo dijo sin que le diera la risa.
Tras ellas han llegado los funcionarios, sobre todo sanitarios, que también miran con envidia las nóminas de sus colegas de las autonomías de postín, que por diagnosticar las mismas almorranas llegan a cobrar incluso el doble. También llevan más razón que un santo, con excepción quizás de algunos funcionarios propiamente dichos, los de toda la vida de Dios y jornada caribeña, a los que podríamos decirles que estamos con lo suyo y que, ya si eso, podrían volver mañana.
Y por fin todas estas mareas han confluido en la más peligrosa de todas, la marea gris que, aunque con paso vacilante, avanza firme hasta llegar donde no han podido las otras: hasta el final. Un incendio cuya chispa fue la carta que la ministra del ramo, Fátima Báñez, envió a todos los pensionistas anunciando triunfal una subida de dos euros al mes. Y no era la primera. Lo que pasa es que este año los vejetes de este país nos hemos hartado de que don Tancredo y sus monosabios se rían de nuestros hijos e hijas, nietos y nietas, ya sean guardias, trabajadoras, trabajadores precarios o desempleados.
Así que, bastón en ristre, nos hemos echado a la calle, como hace 50 años y por las mismas razones: soldadas dignas, libertad, igualdad de oportunidades y que el Gobierno deje de reírse de nosotros. Nuestra ventaja frente a los jóvenes es que no hay miedo al futuro, que todo él nos queda ya por detrás, además de que prisa no tenemos. Algunos moriremos en el intento, pero la tasa de reposición es alta. También tenemos más tiempo que las mujeres, que con suprimir la inspección a las obras del barrio y actualizar la cartilla solo una vez a la semana podemos ponernos a total disposición del Gobierno para lo que guste mandar.
Quizás no tengamos mucho por delante, pero sí mala baba y abundante, lo que tampoco es de extrañar a nuestra edad. Sobre todo porque defendemos no sólo las pensiones, sino el futuro de nuestros nietos. Si Don Tancredo no cede, en esto y en otras cosas, tenga por seguro que seguiremos peleando y dispuestos a dar bastonazos, sobre todo en las urnas cuando toque. Y no nos cabree, que todavía podemos cambiar la contera de goma por otra de metal.