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Helena Maleno, cuaresma de libertades en ramadán
A punto de iniciar el ramadán, Marruecos y España se enfrentan al unísono a otro tipo de ayuno, el de las libertades que deben primar en un Estado de Derecho, una peligrosa cuaresma que se ha cebado con Helena Maleno, periodista y activista, que lleva media vida salvando a otras muchas, desde Tánger.
Ahora, ha denunciado su “violenta” deportación del país al que eligió por compromiso periodístico y ciudadano, veinte años hará el venidero. Allí, ha criado a su familia y atendido un largo número de desesperados charnegos de la globalización a quienes, en los más de los casos, ha ayudado a sobrevivir. Al frente de la ONG Caminando Fronteras, a lo largo de dos décadas, ha documentado las redadas salvajes contra los precarios campamentos subsaharianos, los crímenes racistas, las muertes en las vallas de Ceuta y de Melilla, el tráfico de mujeres y el trasiego de menores. Pero, sobre todo, ha creado un clima de confianza que le permite recibir mensajes a cualquier hora informando que hay una embarcación a punto de zozobrar y una pila de sueños a punto de ahogarse. Ella llama entonces a Salvamento Marítimo y, por lo común, suele haber final feliz, aunque no siempre.
Por esa última y eficiente misión, que ya ha merecido numerosos reconocimientos, intentó emplumarle el Ministerio del Interior de España y al darse de bruces con la Justicia, su expediente fue trasladado subrepticiamente a la otra orilla del Estrecho, para que las autoridades marroquíes le ajustaran las cuentas. Tampoco en los tribunales tangerinos encontraron que hubiese causa probable para enchironarla. Pero a partir de dicha sentencia, en el último año, afirma haber sufrido un total de 37 ataques, entre amenazas de muerte, agresiones, seguimiento, vigilancia policial, escuchas telefónicas y dos asaltos a la vivienda de su familia. Por menos de esto, Costa-Gavras hace dos largometrajes de los de salir cabreados del cine.
Todo ello lo acaba de contar Helena Maleno en un libro titulado “Mujer de frontera”. Un quinario de siete años de pesquisas para intentar emplumarla por un supuesto delito de tráfico de inmigrantes, que sencillamente no existe, porque habrán de saber que esta hija de la transición española solo trafica con el auxilio a otros seres humanos. Está visto que Kafka y Maquiavelo deben haber contraído matrimonio y residen a caballo entre ambos países.
Si Marruecos la ha puesto de patitas en la calle, España no le ha abierto las puertas de su amparo, ni como ciudadana ni como periodista.
Hoy sabemos que han vuelto a la carga contra ella. El pasado 23 de enero, tras aterrizar su avión en el aeropuerto de Tánger, escoltada por la policía marroquí, fue expulsada inmediatamente a España en un inopinado vuelo rumbo a Barcelona. Acaba de contar, en una rueda de prensa desde la sede del Consejo General de la Abogacía Española en Madrid, que aquel día ni siquiera le dejaron tomar su medicación, ni se le informó de las razones de su drástica expulsión, dejando atrás su casa, sus enseres y, sobre todo, su familia: “Quiero denunciar que el pasado 23 de enero fui deportada y expulsada con violencia del que ha sido mi hogar, Marruecos, país en el que he vivido durante 20 años y en el que han crecido mis hijos. Ni siquiera me permitieron reunirme con mi hija, de 14 años, de la que estuve separada 32 angustiosos días, sabiendo que su seguridad también estaba en riesgo, simplemente por el hecho de ser mi hija”.
Si Marruecos la ha puesto de patitas en la calle, España no le ha abierto las puertas de su amparo, ni como ciudadana ni como periodista. Siempre en un Gobierno hay muchos gobiernos y si el Ministerio de Asuntos Exteriores ha intentado proteger a ella y a su familia de este acoso, mientras estuvo en Marruecos, Helena acusa directamente a la Unidad Central contra las Redes de Inmigración y Falsedades Documentales (UCRIF), del Ministerio del Interior, de colaborar con la policía marroquí para hostigarla de forma despiadada.
España y Marruecos, en los últimos meses, no atraviesan precisamente una luna de miel, aunque también es cierto que tampoco llega la sangre al río. La Reunión de Alto Nivel prevista para el otoño y pospuesta para este último febrero sigue sin celebrarse: fronteras cerradas, almadías rumbo a Canarias, el Sáhara sin alto el fuego, enésimas declaraciones sobre Ceuta y Melilla. Todos entendemos que hay que pisar huevos en cualquier asunto relacionado con el país vecino, cuya tectónica permanece tozudamente pegada a la nuestra. Y bueno es que así sea, que seamos felices y que comamos perdices. Sin embargo, ¿a costa de qué, a costa de cuánto? Hay líneas rojas que no debemos atravesar y una de ellas es la de la libertad de expresión, que es la que, hoy por hoy, encarna Helena Maleno. El ministro Grande Marlaska, que ha conocido la mordedura de la persecución y del silencio, tanto en su vida judicial como en la personal, debería entender que sus agentes están para proteger nuestros derechos y no para perseguirlos. Un amante de los Derechos Humanos como siempre se ha declarado el titular de Interior no debiera participar en esta huelga de hambre de libertades públicas y privadas, a la que se enfrenta esa mujer fronteriza que lleva dos decenios haciendo el trabajo que debieran realizar los estados, si los hechos respondieran a los discursos.
Helena Maleno, por tanto, es una ONG en sí misma, una plataforma de fuerza y de ternura, una asociación de ideas y de acciones. Y no podemos permitir que intenten disolverla. La democracia sería, en ese caso, una espalda mojada.
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