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Neorrancios y retroprogres

Cáscaras de naranja que ya usaban las abuelas en su particular economía circular
29 de marzo de 2022 21:03 h

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Las mondas de las frutas y hortalizas para las gallinas y el cochino, del que es verdad que se aprovechaban hasta los andares y más allá (el mejor abono era el excremento de los cerdos); las raspas para el gato que cazaba los topillos y los huesos para el perro guardián del huerto. Papel que caía en sus manos, papel que guardaba para encender una lumbre de palos procedentes de la tala. De las ascuas muertas sacaba la ceniza para blanquear la colada. La monda de la naranja, quieta al sol, daba el toque cítrico al aliño de las aceitunas. Con el aceite usado, jabones. La casa se refrescaba con un prodigioso sistema de hacer corrientes y regar el verdor del patio. Los jerséis sin uso pasaban a ser desmadejados y vueltos a componer en mantas de lana multicolor. Conclusión: la economía circular, la climatización natural, la transversalidad y hasta la teoría del decrecimiento ya las ponían en práctica mis abuelas y sus compinches (sus hermanas, primas, cuñadas, vecinas et al.) mientras que el mundo las convencía de que no sabían nada, cuando en realidad atesoraban saberes valiosísimos. Tomo nota. No por ello puedo afirmar, como tendería a hacer un neorrancio, que vivieran en el mejor de los mundos posibles.

En esa misma época y épica a la que pertenecen mis abuelas, quien no vivía como estaba mandado era fuego apartado y espada puesta lejos. Las y los homosexuales, pongo por caso, o las mujeres que se resistían al matrimonio o a la maternidad y querían dedicar su vida a la escritura, el pensamiento o las artes plásticas lo tenían imposible. El maltrato infantil o la violencia machista era “lo normal”. Era una España en la que “la Vida es un magno puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que nos enseña los dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharraban como boquerones; el Cielo, una kermés sin obscenidades, a donde, con permiso del párroco, pueden asistir las Hijas de María”, que diría Valle-Inclán. También tomo nota. El progre haría hincapié en cuánto hemos avanzado, y el progre liberal incidiría (confundiendo la palabra utopía con la palabra autovía) en que ahora vivimos en una sociedad tecnodesarrollada, como si eso acaso fuera, nuevamente, el mejor de los mundos posibles.

Mi temor no está en que haya etiquetas que nombren una forma de pensar, sino en que el pensamiento se esfuerce por caber dentro de etiquetas tan chicas

La nostalgia del pasado es un paraíso tan tentador y deforme como la utopía siempre futura. Como todo lo que no respire por las fisuras del aquí y el ahora.

Por eso, alguien debiera salir ahí fuera, más pronto que tarde, para anunciar que ha dejado de ser guay andar con visiones simplistas de tal calado. Las categorías de neorrancio y la clásica de progre con las que ahora tanto se porfía, como si no hubieran cosas más bellas y perfectas que hacer, son tan hueras, eufemísticas y esquemáticas como el mensaje de quienes las reclaman y utilizan.

Desde hace un tiempo, llevamos escuchando este tipo de etiquetas antagónicas y despectivas para nombrar posturas ideológicas verdaderamente simplonas, vinculadas a discursos igualmente chatos y, por tanto, efectivos. Olvida esta categorización que el mundo es de una fabulosa complejidad y que, para marcar posturas ideológicas, tenemos palabras más nítidas y militantes y menos eufemísticas. Una las escucha mencionar así, de lejos, sin atención, y como quien oye llover, pues intuye el reduccionismo perverso, el tangue y la falsa dicotomía que hay en ellas. Aburren, básicamente, y a su modo suenan a nomenclatura iniciática, a palabras de moda: si las conoces y conoces a quienes se aplican y las usas como si acaso importaran, estás en la crema; si no, probablemente te has quedado fuera del debate, no entiendes.

Me pregunto qué fue antes, si el huevo o la gallina; si unos marcos teóricos malversados, pretendidamente simples, que caben en un tuit, o las palabras que los nombran. Mi temor no está en que haya etiquetas que nombren una forma de pensar, sino en que el pensamiento se esfuerce por caber dentro de etiquetas tan chicas. Claro que, un pensamiento más hondo y largo y alto y claro y complejo y abarcador y vitalmente comprometido no cabe en el mainstream…  

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