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Recuerdos de El Correo

Asamblea de trabajadores el pasado 7 de septiembre en la redacción de El Correo

Lourdes Lucio

Disculpen que escriba esta crónica en primera persona. Es la segunda vez que lo hago (en tropecientos años) y será la última. Verán, El Correo de Andalucía está a punto de desaparecer y para mí es como si me dijeran que la Universidad de Sevilla, con sus 500 años de historia, se ha esfumado de repente, con sus alumnos de cinco siglos, sus profesores, sus aulas, su biblioteca, su archivo.

El decano de la prensa de Sevilla ha sido la mejor facultad de Periodismo que ha existido nunca para centenares de periodistas de varias generaciones en sus 120 años de vida. El que tiene un golpe de Correo es un superviviente nato, porque aprende desde el primer minuto que sólo con el esfuerzo individual y colectivo es posible sacar todos los días un periódico. Creo que a la gente que empezó en Europa Press, le pasa lo mismo. También es capaz de aguantar lo que le echen.

En mi caso, aprendía desde que daba los buenos días a Carmen, en la centralita, hasta que saludaba al portero poco hablador de la noche. Dentro estaban los periodistas y entre los periodistas estaba Pepe Guzmán. Bajito, canoso, fumador, redactor de sucesos, vividor y con el mejor olfato de todos para vaticinar el cambio de director (creo que tuvo seis). Lo anunciaba así:

-Chiqui, se avecina un cambio de mampara.

Guzmán sabía antes que nadie cuándo la propiedad (un decir en el caso de El Correo) iba a nombrar nuevo director. Un tertuliano actual diría: “No es opinión, es información”. A Guzmán jamás se le habría ocurrido esa estupidez. Se fiaba de sus ojos y, sobre todo, de sus oídos en una redacción lindante con la rotativa -jo, los de rotativa-. Sabía que lo primero que hacía el nuevo era cambiar el despacho, de ahí lo de “se avecina un cambio de mamparas”.

En El Correo de Andalucía, plagado de estudiantes de periodismo con trabajo, aprendí lo que no se debía hacer nunca en periodismo, pero sobre todo a amar este oficio. Aprendí que el periodista debía traer todos los días una noticia, y si no, cada dos días o como mucho cada tres. Aprendí de los fotógrafos -jo, los fotógrafos- que en muchas ocasiones una imagen no vale más que mil palabras, pero que a veces una foto te salva una página. Aprendí de los de Deportes -jo, los de Deportes- el milagro de cerrar 32 páginas en seis horas y a picar-editar las crónicas de Tercera Regional de Juan Martín.

También aprendí que los varones periodistas pedían aumentos de sueldo mientras orinaban al lado del gerente y que algunos lo conseguían.

Aprendí que el director puede cambiarte un titular porque le viene bien a su línea editorial. Que recuerde me cambiaron dos. El primero fue con un reportaje sobre un sacerdote detenido por abusar de un niño. En el titular publicado se acusaba (falsamente) a un periódico de la competencia de haber montado el caso, algo que no figuraba en ninguna parte del texto.

El segundo fue con una crónica política sobre un debate de la comunidad. No recuerdo el que dejamos por la noche, pero sí que no era el que apareció: “La debilidad de la oposición fortalece a Borbolla”. Ahí inicié mi primera huelga de firmas y aprendí que es muy bonita, pero buena no, porque el único patrimonio de un periodista es precisamente su firma.

Aprendí muchas otras cosas de todas las secciones por las que pasé, pero, sobre todo, recuerdo las risas de Maribel, de Monti, de Marisa, de Juan Holgado, de José María, de Tato, de Pepín, de la Carballo, de Jacinto, de Lola y la de Pepe Guzmán del que ya nadie heredará su intuición para vaticinar un cambio de mamparas en El Correo de Andalucía.

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