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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Sin agroecología no hay futuro

Ambos sindicatos discrepan en como defender la actividad agraria en la huerta

Rafael Blázquez

Concejal del Ayuntamiento de Córdoba por GANEMOS —

Sin agroecología no hay futuro; cuanto antes lo entendamos, mejor.

La agricultura ecológica, la que no usa productos químicos de síntesis, es una muy buena opción, y Andalucía lidera la producción en Europa, aunque vamos a la cola en consumo; pero la agroecología da un paso más e intenta aplicar los principios de la ecología al desarrollo de sistemas agroalimentarios sostenibles, y por tanto, locales y justos. Y en estos temas se centra el  VII Congreso Internacional de Agroecología, que se celebra en Córdoba del 30 de mayo al 1 de junio de 2018.

Córdoba, precisamente, es una de las pocas ciudades del mundo que hace más de mil años, cuando era la capital del Califato, tenía mucha más población que ahora, y sin embargo la gente comía; o sea, que un sistema agroalimentario básicamente local, sin petróleo ni tractores, sin pesticidas ni abonos químicos, sin plásticos ni transgénicos alimentaba a varios centenares de miles de personas más de las que hoy habitan en el municipio cordobés, y que ahora comen en importante medida alimentos que vienen de cientos o miles de kilómetros.

La agroecología es más que producir alimentos con menos petróleo, químicos y multinacionales, pero también va de eso, y ahí Córdoba dio sobrada muestra en el pasado de que fue posible desde el territorio alimentar sin esos elementos al doble de población. También en muchos países del sur hoy, parte de sus comunidades se siguen alimentando con sistemas cercanos al agroecológico, y liderados muchas veces por mujeres, aunque lo que produzcan estos países para la exportación lo hagan de manera especialmente insostenible.

El caso es que la agroecología recoge lo mejor de nuestra herencia cultural campesina en esta materia y lo actualiza y complementa con lo que nos aporta la ciencia más actual; una ciencia que nos advierte de que más de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de la forma en que tenemos de producir, transportar, almacenar y desperdiciar comida (la tercera parte de lo que producimos).

O sea, que si queremos hacer frente al cambio climático y a la pérdida de biodiversidad agrícola y natural, y lo sensato es hacerlo. Tenemos que cambiar el modelo agroalimentario en la dirección que marca la agroecología. Pero igualmente, si queremos hacer menos vulnerable nuestro sistema agroalimentario a una reducción global de suministros energéticos, escenario en el que estamos entrando de lleno, también la agroecología nos marca el camino. Y por supuesto, si queremos reducir el número mundial de personas hambrientas (800 millones), mayoritariamente campesinas, y la desigualdad entre género y clases, el enfoque agroecológico nos aportará más útiles herramientas.

Secuestro de carbono

El carbono que sobra en nuestra atmósfera, que calienta el clima y provoca hambre y migraciones, quedaría secuestrado en el suelo agrícola sólo con proteger e incrementar la fertilidad de la tierra. Sólo aumentando un pequeño tanto por ciento la cantidad de materia orgánica de nuestro suelo agropecuario, restaríamos de la atmósfera la mayor parte del CO2 que ahora nos amenaza. De hecho hay más carbono en el primer metro de suelo fértil, que todo el que se encuentra en la atmósfera, más todo el almacenado en la biomasa vegetal del planeta, pero cabe aún mucho más.

El reto es inmenso, ya que frenar la pérdida de materia orgánica de nuestros campos  e invertir el proceso, implica cambiar todo el modelo agrícola, virar el rumbo que tras la Segunda Guerra Mundial aceleró la agricultura “convencional” en el mundo, como si la guerra entre humanos nos hubiese llevado por inercia a la guerra contra la Madre Tierra, una guerra que sin duda perderemos, si perseveramos en mantener tan insensato combate.

Hemos de iniciar una transición profunda y urgente que tiene en lo agroecológico una de sus patas; la otra, en lo energético y renovable. Soberanía alimentaria y soberanía energética, son dos conceptos que van de la mano y que se impulsan con más ahínco desde muchos ayuntamientos que en los ministerios.

Pactos

En Córdoba algunas organizaciones estamos empeñadas en impulsar ese camino, y nos hemos adherido como Ayuntamiento al “Pacto de Política Alimentaria Urbana de Milán”, a la “Red de Ciudades por la Agroecología” y al “Pacto Intervegas por la Soberanía Alimentaria, la Educación Ambiental y la Sostenibilidad del Territorio”.

Los pactos y las redes centran el marco de acción, mientras instrumentos de gobernanza como la “Mesa de Coordinación del Pacto de Milán” están demostrando ser herramientas útiles de debate y acción, sin duda porque también hay en Córdoba un rico tejido de organizaciones empoderadas centradas en la agroecología y la soberanía alimentaria.

Nuestra ciudad es una de las más avanzadas en elaborar diagnósticos de lo que ocurre en la agricultura periurbana del municipio, y con ambiciosos planes de impulso a los canales cortos de distribución,  respaldo al Ecomercado y difusión de la Gastronomía Sostenible.

Atrasos

Más atrasados estamos en lo que se refiere a constituir un Parque Agrario como instrumento de protección, planificación y gestión territorial, que ponga en valor la agricultura de proximidad, la visibilice, la impulse y la haga visitable; con la implicación de los productores y productoras, la participación de los vecinos y vecinas de la periferia, e incluso la comunidad educativa.

 Y más atrasados aún en la constitución de una Red de Huertos Ecológicos Comunitarios, porque en tres años ni uno nuevo se ha puesto en marcha, ni tampoco los proyectos pilotos de Economatos enfocados a garantizar el derecho a la alimentación saludable y sostenible en los distritos más castigados de la ciudad; a pesar de que para todo ello hay recursos comprometidos en acuerdos presupuestarios e intención en el pacto de investidura.

 

Hay luces y sombras en el balance de acción de Córdoba, y seguro que así ocurre también en otras ciudades. Pero si los cambios que estamos impulsando en lo agroalimentario se hacen irreversibles, será sin duda porque haya presión social y seamos capaces de vincular estos procesos a la generación de explícitos derechos: el derecho a la alimentación sostenible y saludable, el derecho al territorio y el derecho a decidir la forma en que queremos producir y consumir comida, y la forma en que queremos garantizar la alimentación y el bienestar de las generaciones presentes y venideras.

 

Deseamos que la organización en Córdoba del VII Congreso Internacional de Agroecología sirva de acicate a este proceso de cambiar el modelo agroalimentario, y genere oportunidades de nuevas iniciativas y empleos justos vinculados a un modelo de ciudad en transición, la única ciudad viable.

 

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