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La enfermedad del feminismo
Desde el inicio de esta crisis asisto con indignación a la profusión de noticias que, para cuestionar la gestión del Gobierno, recurren a imágenes y discursos del 8M como principal o único argumento; especialmente en estas últimas semanas. Este artículo no trata de justificar o cuestionar la labor desarrollada por el Gobierno y las autoridades competentes en la gestión de esta crisis. Ya se han puesto en marcha mecanismos sociales, políticos e incluso jurídicos que están averiguando qué se podía haber hecho y qué se hizo en una situación como ésta, sin precedentes en nuestra historia.
Mi interés pasa por poner el foco de atención en la vinculación que se está haciendo por parte de algunos medios de comunicación, agentes políticos y creadores de opinión en redes sociales entre el 8M, el feminismo y este coronavirus. Considero que el uso y abuso de estos mensajes genera un imaginario social en el que la manifestación del 8M y el feminismo acaban identificándose con contagio y enfermedad, y esto, además de ser falso, tiene consecuencias muy peligrosas.
La sociología ha estudiado en profundidad los procesos de construcción y problematización de realidades sociales. Es decir, la asociación, incluso naturalización, de determinados atributos sociales hacia una población con la finalidad de legitimar su inferioridad en base a argumentos “naturales”. Encontramos algunos ejemplos terribles echando un vistazo al siglo pasado: el antisemitismo hacia los judíos, la segregación racial durante el apartheid o la esterilización de mujeres indígenas. En todos ellos, para justificar la inferioridad/superioridad de un grupo sobre otro se han utilizado argumentos que, presentados como naturales o biológicos (el color de la piel, la raza o la religión), justificaron la legitimidad del sometimiento de forma incontestable e inamovible. En la vinculación que se está haciendo actualmente entre el coronavirus, el 8M y el feminismo encuentro muchas de las claves de la construcción de estos procesos.
El proceso de naturalización de la diferencia se inicia con la atribución de forma sistemática de una serie de comportamientos, ideas y valores que, a pesar de que solo representan a algunos individuos, es decir, son particulares, se generalizan a todo un grupo de personas. Un ejemplo de ello lo encontramos, desde antes del 8M, cuando para referirse al feminismo se utilizan términos con connotaciones negativas y supremacistas como feminazi, hembrismo, locas o feminismo radical de forma habitual. Junto a ello se escogen imágenes que generan cierto rechazo en la ciudadanía como pechos desnudos, mujeres en posiciones amenazantes, eslóganes con cargas violentas y referencias al aborto para hablar sobre este movimiento. Da igual que sean términos tendenciosos y que las imágenes hayan sido recogidas en otros contextos y bajo otros significados, incluso que sean minoritarias o excepcionales. A partir de las mismas se construye un relato, un marco de referencia y sentido sobre un conjunto de la población, las mujeres feministas, que pasan a ser caracterizadas bajo estos atributos, formando parte de un todo homogéneo, con mensajes simples, en el que se anula e invisibiliza cualquier tipo de diversidad o cuestionamiento interno.
Esa atribución intencionada y generalizada es muy fácil que sea incorporada al imaginario colectivo, especialmente a través de los medios de comunicación. Primero, porque las noticias, como señala el profesor Van Dijk, poseen la virtualidad de construir la realidad a la que hacen referencia y, después, porque es suficiente encontrar un ejemplo que justifique dichas atribuciones para que, automáticamente, vayan adquiriendo tintes de veracidad. De esta forma, basta con encontrar un caso donde se observe la caracterización que se había hecho previamente del feminismo para que todo el relato pase a ser auténtico y la interpretación de la realidad que propone ese partido, medio de comunicación o creadores de opinión en redes sociales sea incorporada a nuestro imaginario como verdad.
En estas últimas semanas, la infección del coronavirus ha sido el argumento que les faltaba a los que nunca creyeron en la igualdad entre hombres y mujeres, los que nunca quisieron dialogar, los que siempre aspiraron a seguir ejerciendo sus privilegios y mantener su posición de poder para nuevamente desacreditar al feminismo. La vinculación de la manifestación del 8M a la idea de contagio, virus y muerte supone un paso más en la naturalización de la identificación del movimiento feminista con la enfermedad. Por cierto, una asociación recurrente, la de enfermedad, enfermedad mental y mujer, en la devaluación histórica de las mujeres y lo femenino. En el caso que nos ocupa, asociar feminismo a enfermedad consigue varios efectos en la representación social y mediática de este movimiento. Por cuestión de espacio y formato solo voy a citar algunos que me parecen más evidentes:
Primero, al identificar exclusivamente el feminismo y la manifestación del 8M con el Gobierno, se homogeneíza un movimiento, invisibilizando la diversidad y heterogeneidad de muchas mujeres que perteneciendo al mismo no comparten la ideología política del partido en el poder, por lo que le quitan valor a su transversalidad. Del mismo modo, al atribuir el “peligro” del feminismo a su supuesta orientación partidista se insta a su eliminación del debate político y de las políticas.
Segundo, al utilizar las imágenes de mujeres infectadas por el virus durante su participación en el 8M se las responsabiliza a ellas de su propio contagio y, de forma extensiva, del contagio de las personas que las rodean. Se excluyen así de la ecuación otros posibles factores para el contagio, extendiendo la sospecha y la incertidumbre sobre todas las que participamos en dichas manifestaciones. Responsabilidad y culpa se entrelazan sin posibilidad de distinción.
Tercero, al vincular insistentemente las manifestaciones del 8M con la expansión del coronavirus se obvian otros espacios y concentraciones que hubo antes y durante ese fin de semana como partidos de fútbol, fiestas, celebraciones religiosas, conciertos, concentraciones, uso del transporte público, etc... Y, además, se localiza en un periodo de tiempo concreto de un día la expansión del virus (no más de tres horas, por cierto), ignorando los días previos y la semana posterior en la que muchos ciudadanos y ciudadanas como yo, asistimos a nuestro puesto de trabajo y mantuvimos nuestra rutina “multitudinaria”.
Cuarto, al recurrir de forma insistente a ideas como enfermedad, contagio o muerte para caracterizar al feminismo, se traslada el diálogo que propone este movimiento sobre derechos, ciudadanía, acceso y reconocimiento a otro en el que los argumentos se invocan desde un criterio “biológico”, por tanto indiscutible e inexorable. De esta forma, los marcos de referencia del debate feminista sobre los modos y medios en los que se ha construido el género se sustraen del ámbito político, económico y social que le es propio, para ubicarlo en el “científico-natural”. El resultado es que tanto la mujer como su papel dentro de la sociedad acaban determinados en un juego de reglas inmutables, en el que la “naturaleza” establece quien es quien-hombre/mujer/masculino/ femenino- y quien sirve para qué.
Dejemos ya de utilizar el 8M y, por extensión, el movimiento feminista como chivo expiatorio. Este año muchas mujeres y hombres participaron en esa manifestación porque entienden que el horizonte debe ser la igualdad, recordándonos en las calles, cada año, que éste debe seguir siendo un proyecto político por el que hay que seguir trabajando.
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