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El flamenco como terapia: “La capacidad musical es de las últimas que se pierden”

Actuación del Ballet Flamenco de Andalucía en Málaga.

Alejandro Luque

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A María Valadez la vida se le puso difícil con apenas 25 años, cuando le diagnosticaron un tumor cerebral. Como enfermera, sabía que los recursos que la cartera sanitaria ofrece son limitados, sobre todo en materia de rehabilitación, por lo que después de recibir el tratamiento oportuno decidió ella misma plantear su propio plan. “En esas circunstancias, las personas tienen miedo sobre todo en lo que respecta a los movimientos, pero muchas veces el problema es de otra índole: concentrarse, planificar, elaborar respuestas… Y para eso no hay ayuda”, recuerda. Fue así como se especializó en neurología y logró salir adelante, hasta hoy. Y tanto se apasionó que decidió fundar su propia entidad, Botika, para atender a mayores, personas con diversidad funcional, daño cerebral y otras patologías. Pero todavía no imaginaba que el flamenco sería uno de sus aliados.

“Reconozco que yo no soy aficionada, soy más de otros sonidos, como el rock o la música celta”, comenta. Lo que sí había podido comprobar en su propia piel eran los efectos benéficos que la música, cualquier música, tenía sobre quienes han sufrido alguna enfermedad neurodegenerativa. “A mí misma me sirvió muchísimo. Comprobé que la capacidad musical es de las últimas que se pierden”.

Puesto que Botika atiende principalmente a vecinos de Casares, un municipio malagueño de gran raigambre jonda, decidieron aliarse con el Festival Rosa Fina, que este año cumplía su quinta edición, proponiendo talleres en los que se trabajara esta suerte de flamencoterapia, con un resultado espectacular. “Muchos de nuestros usuarios han vivido intensamente el flamenco, y no cabe duda de que éste los sana cuando están, por ejemplo, perdidos o desorientados. Esta música conecta con esa parte de su vida que la memoria parece haber difuminado, de pronto recuerdan nombres, incluso letras enteras… Es algo inherente a sus vidas”.

Romper el aislamiento

En el caso concreto de Casares, la estrella de los repertorios es el fandango casareño, “una música que para ellos está vinculada a la juventud, al final de la cosecha, a momentos importantes, y todo eso se hace presente cuando suena la música”, explica Valadez. “Pero, a través de este programa intentamos no solo estimular esa parte de sus recuerdos y vivencias, sino también hacerlos partícipes de la vida del pueblo. Porque el problema no es solo perder capacidad, sino verte aislado. Sea porque sufres un daño determinado o porque eres mayor, el riesgo de quedar apartado de la sociedad es muy grande, y esta es una forma de acercarlos a los vecinos”.

Para la edición del Festival Rosa Fina de este año, Botika ha apostado por dos talleres: uno de baile, en el que la responsable de la Escuela Municipal de Danza junto a dos jóvenes voluntarias propusieron distintas formas de estimular la memoria, el ritmo y la psicomotricidad a través de los movimientos, “así como fomentar la comunicación intergeneracional”, subraya Valadez; y otro de cante, con una voluntaria que se ayuda de la música de acordeón para interpretar “la música de la vida” de los participantes. “Eso es importante, no vale una música cualquiera. Hay que buscar las conexiones y tratar de llegar a ellos”, añade.

Los artistas locales, cuyo día especial es el viernes del festival, también se implican en la iniciativa todos los años, conscientes de que están cuidando a su público, incluso cuando éste ya no puede seguirlos como antaño. Como respuesta, reciben de los aficionados y aficionadas de Casares una respuesta que no siempre puede ser formulada con palabras. “Muestran su reacción a través de lenguaje gestual, a veces incluso con lágrimas. Intentan expresarse a pesar de haber perdido en algunos casos la facultad del habla”, dice Valdez.

La parte lúdica

Según lo observado por los responsables de estos talleres, la flamencoterapia interesa por igual a hombres y mujeres, pero a ellos les atrae más el cante, mientras que el baile es el terreno femenino por excelencia. En cuanto a los estilos predominantes, se apuesta preferiblemente por los festeros: “Potenciamos la parte más lúdica del flamenco, porque nunca perdemos la capacidad de sentir o divertirnos”, afirma la coordinadora. “Sabemos que hay cantes más graves y dolientes, pero todavía no los hemos explorado”. 

Para la coordinadora de Botika, un aspecto fundamental en esta labor social es integrar a todo tipo de personas. “A menudo vemos que se programan actividades para mayores, pero que no tienen en cuenta a personas que no envejecen saludablemente, por ejemplo, por haber sufrido un ictus, por tener problemas de movilidad, etcétera. No queremos ser conscientes de que eso nos puede pasar a todos, y hay que adaptar las actividades para no dejar a nadie fuera”.     

Lo cierto es que el flamenco como música sanadora, aunque tal vez ha existido siempre, lleva muy poco tiempo siendo aplicado para terapias específicas. Ello permite a Valadez afirmar que “hay todo un campo por descubrir, y estamos seguros de que se irá desarrollando en los próximos años. Es una música que forma parte de nuestras costumbres, de nuestras tradiciones, y eso es algo de lo que nos damos cuenta, incluso quienes no estamos en ello habitualmente. Como fenómeno que ha significado mucho para tanta gente, el flamenco es un filón, y como tal es necesario conocerlo y cultivarlo”. 

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