Isaac Rosa: “Los jóvenes, tan criminalizados durante la pandemia, han cumplido mejor que muchos adultos”
Como todos los profesionales de su ramo, Isaac Rosa se vio tentado de escribir durante el confinamiento y los meses sucesivos sobre lo que la población mundial estaba experimentando. Sin embargo, resistió la tentación de escribir un diario o un ensayo de urgencia, previendo que las librerías se llenarían muy pronto de títulos similares. En su lugar, se le ocurrió escribir una novela que, andando el tiempo, pareció escorarse hacia el género de la narrativa juvenil, que ya había ensayado con éxito anteriormente. El resultado es Te estaré mirando (Edebé), que él mismo define como “una novela de amor y desamor en la que dejo al público que decida en última instancia si es una cosa u otra”, comenta.
“A todos nos dio por ponernos a escribir, sobre todo en esos meses de sociabilidad restringida. Y a mí lo que el cuerpo me pedía era una comedia triste”, recuerda este sevillano de 1974. “Tenía algún fleco suelto tras haberle dado muchas vueltas al tema amoroso en Feliz final y pensé que podría indagar un poco en la obsesión amorosa. Entonces pensé en un protagonista que fuera un delirante, alguien que crea su propia realidad. El delirio es un trastorno en el que todo encaja en esa realidad autofabricada, incluso aquello que la contradice”.
El delirante en este caso se llama Daniel y escribe incansablemente a Elena, una chica por la que ha sentido un flechazo fulminante. Según el escritor, lo que podía haber sido una novela para el público adulto se decantó como novela juvenil, seguramente bajo la influencia de la novela W, que Rosa escribió junto a su hija Olivia, y todo el contacto que le deparó con profesores, psicólogos y alumnos. “De hecho, quería usar una serie de recursos formales que ya empleé en W, pero sobre todo pensé en la adolescencia de mis hijas y en el adolescente que yo mismo fui”.
La inspiración de Zweig
¿Y cómo es ese amor adolescente? Para el autor de títulos tan celebrados como El vano ayer, La mano invisible, El país del miedo o La habitación oscura, se trata de una edad muy adecuada para reflexionar sobre los sentimientos entrando en el juego que le plantea el escritor. “La primera adolescencia, sobre los 12, los 13 o los 14 años, es cuando realmente aprendemos a leer más allá de la simple alfabetización, cuando ganamos comprensión lectora. Por eso yo quería emplear elementos que no respondan a la narración más formal, por ejemplo, echar mano del narrador no fiable. El lector está acostumbrado a darle todo el crédito al que habla, pero a mí me gusta que, llegado a un punto, empiece a dudar de su palabra”.
“También echo de menos en la narrativa juvenil el juego con el punto de vista”, prosigue Isaac Rosa. “Me gusta que sea un punto de vista cambiante, por eso he escrito la novela a modo de carta, vagamente inspirado por la Carta a una desconocida de Stefan Zweig. En este libro hay un desplazamiento del punto de vista que llega a hacerte verlo todo desde otro prisma y eso es lo que yo propongo a mis lectores en Te estaré mirando”.
Pero Isaac Rosa también ha tenido oportunidad de analizar los efectos de la pandemia sobre su público juvenil. “Creo que no es lo mismo perder un año y medio con 15 o 16 años que con 40. Hay vivencias que son seguramente irrecuperables. Son edades de socialización profunda, de construcción de la propia personalidad, y además por lo que veo a mi alrededor el modo en que todo esto ha afectado a los jóvenes ha tenido un impacto grande. Precisamente ellos, los más señalados, los que han sido casi criminalizados, primero como supercontagiadores y luego con el estigma del botellón, en mi opinión han cumplido más y mejor que muchos adultos. Los efectos de la pandemia los veremos a medio plazo, aparte de la sacudida que supone en cuanto a un futuro que ya era incierto”.
Emociones ficcionales
También defiende el autor a los jóvenes de los lugares comunes que los comparan –siempre para peor– con las generaciones posteriores. “Ese tipo de juicios dice más de quienes los pronuncian, de su evolución. Todos picamos en esa idealización del pasado, en pensar que los niños de antes eran mejores por alguna razón, que jugaban en la calle y ahora no, en ese tiempo en que las manzanas sabían a manzanas”, sonríe.
“Es verdad que, al recordar al adolescente que fui, reflexioné sobre el hecho de que a esa edad se vive todo con una intensidad que te puede llevar a situaciones como la que vive el protagonista”, agrega Rosa. “Todas esas ficciones con las que nos educamos moldean nuestros deseos y expectativas, nos enseñan una forma de enamorarse y desenamorarse que marca mucho. El personaje de Daniel al final se construye una ficción que se parece mucho a las películas de las que se alimenta”.
Una de las referencias que Isaac Rosa tuvo a mano para escribir Feliz final, y que ha vuelto a acompañarlo ahora, es el ensayo Por qué duele el amor de Eva Illouz, seguido de El final del amor. “Illouz habla de emociones ficcionales, emociones que se originan en la imaginación pero tienen consecuencias sobre nosotros. Nos acaba creando unas imágenes del amor muy intensas, que en nuestra vida nos despiertan unas expectativas casi siempre condenadas a acabar en decepción”.
De momento, Isaac Rosa ha cumplido con el tema amoroso. Su próxima novela, cuyo lanzamiento está previsto para la primavera, se alejará de este tema. “No digo que no retome alguna de esas ideas”, concluye, “pero de momento no voy a seguir por esa línea”.
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