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“Maternidades”: las escritoras hablan de la condición de madres más allá de los tópicos

Alejandro Luque

9 de agosto de 2021 22:27 h

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Aunque la maternidad ha sido siempre inspiradora para la literatura y el arte, la evolución de las mentalidades impide que se pueda hablar hoy de una única manera de ser madre. Tal vez por ello, la antología sobre el tema que acaba de ver la luz en Sonámbulos Ediciones lleva por título Maternidades, y su contenido revela precisamente esa pluralidad.

Rosario Troncoso, editora, comenta que “era una idea que me rondaba y que toma cuerpo hablando con Carmen Canet, a la que llego a través del editor José Luis Trullo. Ella es madre, ha sido profesora y es también una prolífica aforista. Nuestras conversaciones fueron muy nutritivas durante el confinamiento”.

En aquellos primeros contactos, uno de los temas que se imponían era “la consolidación, el sacrificio y esfuerzo enorme que realizamos las mamás que queremos crear y seguir trabajando en nuestra carrera literaria, a pesar del tiempo y energía que absorbe la crianza y los muchos obstáculos que nos encontramos por el camino”, explica Troncoso. “El libro tendría que ser un canto a la maternidad pero no en defensa de ella, sino para proclamar o reivindicar, más bien celebrar, la labor que hacemos. Y pretendemos llegar a aquellas escritoras que son madres y a las que no también, así como a todo lector que quiera acercarse”.

Gravedad y desenfado

Troncoso y Canet se pusieron manos a la obra y empezaron a seleccionar “por afinidad y admiración” a las autoras. “Somos 39, como 39 son aproximadamente las semanas de gestación”, dicen. También decidieron desplegar un amplio abanico de edades, desde la albaceteña Dionisia García, nacida en 1929, hasta la más joven, la madrileña María Agra-Fagúndez, de 1989. Y lo mismo ocurre con los géneros, que van de la poesía, el aforismo, la prosa poética o el relato.

La cordobesa Juana Castro adopta un registro grave en el poema Mordedura, “Para todo lo que/ no pudiste decir y ya no existe. / Para ti, madre mía, desarbolada y ciega./ Para el abismo cierto de mi nombre./ Para mí, que soy manca y baldía y no puedo/ alumbrarte”. Versos que contrastan con el tierno desenfado de Marta Cerezales Laforet al recordar a su madre, la gran escritora Carmen Laforet: “De pequeña yo admiraba a mi madre cuando íbamos en verano a la playa y se perdía a lo lejos nadando entre las olas. Estaba convencida de que ella era nadadora y además campeona de natación porque ¿qué era si no ese premio Nadal del que tanto se hablaba? Y ese libro Nada…”.

La nicaragüense Gioconda Belli, por su parte, habla con su hijo para recordar el momento del parto: “Diecinueve años tenía tu madre./ ”Tan jovencita“, dijo la enfermera,/ mientras yo me sentía antigua./ (No hay momento de más sabiduría que el parto:/ el rito milenario de la especie hace una a todas las mujeres)/ Cada uno de mis músculos sabía su oficio/ Sordamente hacían su labor los huesos./ Se abrían los pasajes./ Cada dolor partía la carne/ y era soportable tan solo por la promesa final:/ el rostro pequeño al otro lado del túnel;/ el abrazo al final de la carrera.// Fueron doce horas de arduo trabajo:/ mi cuerpo empujándote hacia el mundo,/ tu cabeza abriéndose paso hacia la madrugada”.

La colombiana Piedad Bonnett, en un poema impactante, habla de la experiencia opuesta, de la pérdida: “Mis manos ya no pueden cobijarte. / Solo decirte adiós como en los días/ en que al girar, ansioso, tu cabeza,/ mi sonrisa se abría detrás de la ventana/ para encender la tuya. Cuando todo/ era sencillo transcurrir, no herida,/ ni entraña expuesta, ni desgarradura”.  Y Mónica Doña juega con la idea de que “algunos hombres buenos” envidien la posibilidad de gestar y parir de las mujeres: “Es mi deber de madre transmitirles/ que se piensen dos veces lo que van a decir/ pues según el estado de las cosas/ al dar a luz empiezas a morir”.   

Enseñar a vivir

“Lo más bonito de Maternidades es la enorme diversidad de voces”, subraya Rosario Troncoso. “Diversidad en la forma de afrontarlo, desde la dulzura a lo salvaje, pero coincidimos en que ser autora y madre es una aventura que muchas veces pasa inadvertida. Pergeñar un libro de poemas o adelantar una novela mientras se amamanta es tremendo, pero nosotras lo hemos hecho conjugando ambas pasiones y venciendo al agotamiento”.

La presión de ser infalible también se trasluce en los versos de Ana Pérez Cañamares, para quien “En ninguno de los libros/ que leí para ser madre perfecta/ encontré lo único importante:// la maternidad es un largo camino/ para amar mis imperfecciones/ tanto como te amo a ti// querida hija imperfecta”. Y la onubense Eva Vaz explora el llamado síndrome del nido vacío en estos términos: “Será por eso que ya no regresas:/ la casa está llena de telarañas/ y una humedad que descompone/ la paciencia. / Huele a viejo y a puchero rancio de madre”.

Asimismo, la rumana-granadina Ioana Gruia plasma las expectativas sobre la hija que está por llegar en toda una declaración de principios: “La enseñaré a volar/ y a construirse sola/ la lámpara y el caballo con alas.// La enseñaré a vivir/ buscando siempre la explosión de luz/ que los cerezos envían al cielo.// Pero también la luz blanca y fría/ que necesita la meditación/ para encontrar las sombras”.   

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