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Dos décadas de investigación toponímica arrojan luz sobre 13.086 nombres de lugares de Vitoria y sus pueblos

La filóloga Elena Martínez de Madina (a la derecha) ha dirigido la investigación que ha quedado plasmada en nueve tomos de 'Toponimia de Vitoria'

Rubén Pereda

Vitoria —

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'Zubialdea', que en euskera vendría a significar 'junto al puente', es un topónimo que designa un término del concejo alavés de Ullíbarri-Viña. Es también el topónimo que pone el broche final a más de veinte años de investigación toponímica sobre la ciudad de Vitoria y sus 64 pueblos, que ha quedado luego reflejada en nueve tomos que recogen 13.086 nombres. La filóloga Elena Martínez de Madina ha coordinado y dirigido un trabajo que ha requerido de sumergirse en documentos rubricados a lo largo de hasta seis siglos, recoger todos los topónimos e investigar y poner orden entre el desorden para luego presentar todas las entradas toponímicas de forma normativizada y acompañadas de documentación y posibles etimologías.

La obra, titulada 'Toponimia de Vitoria', fue impulsada por Henrike Knörr y la propia Martínez de Madina, que tomó en solitario las riendas del proyecto en 2008, al fallecimiento del primero. Un año después, en 2009, vio la luz ya el primer tomo, centrado en los topónimos de la ciudad de Vitoria como tal. Antes de esa publicación, había empezado ya un sesudo estudio toponímico. La investigación dio comienzo con el volcado de los datos toponímicos de los 64 pueblos que conforman el municipio de Vitoria. “Documento por documento, escribano por escribano”, explica Martínez de Madina. El Archivo Histórico Provincial de Álava fue muy socorrido entonces, pues allá se conservaban registros de hipotecas, ventas y pleitos. Los nombres se fueron extrayendo de documentos rubricados a lo largo de hasta seis siglos, procedentes también de otras instituciones, como el Archivo del Territorio Histórico de Álava, el Histórico Diocesano, el de las Universidades Eclesiásticas, el Muncipal de Vitoria y el de Otazu, entre otros.

De esa abundante documentación resultó un popurrí de información, una gran base de datos que, sin embargo, estaba desordenada. “Es como si dedicas unos cuantos años a una excavación arqueológica. Tienes un montón de piedras con sus referencias”, ilustra la filóloga, pero luego se necesita poner orden y también entender el terreno, para saber a qué elementos naturales o incluso construcciones antiguas pueden hacer referencia esos nombres. “Para hacer toponimia, hay que saber un poquito de todo, no solo castellano y euskera. Hay que saber de historia, de flora, de fauna... Hay que saber qué tipo de terreno puede ser, por dónde van las aguas, si ha podido haber un molino”, sintetiza Martínez de Madina.

Al principio, a mano

Con los años, todo ha avanzado. “Primero cogíamos a mano los datos, no digo más”, ilustra Martínez de Madina. Pero no solo la informática ha cambiado con el paso del tiempo, sino que la propia Martínez de Madina ha ido puliendo la metodología. “Se va limando. Cada vez se va sabiendo más”, confiesa. El orden de las investigaciones y las subsiguientes publicaciones vino dado por un documento mucho más antiguo que la mayoría de los que se citan en la obra: el cartulario de San Millán de la Cogolla. En el monasterio de aquella localidad riojana se confeccionó en el año 1025 un documento en el que se anotaban las rejas de hierro que cada lugar de su jurisdicción había de abonar en concepto de pago de diezmos y así quedaron plasmados los topónimos usados por entonces para referirse a localidades y merindades de Álava. De ahí que el segundo tomo esté dedicado a los lugares de Malizaeza, el tercero a los de Ubarrundia (la merindad antigua, no el municipio que existió después), el cuarto a los de Langraiz, el quinto, el sexto y el séptimo a los de Arratzua y el octavo y el recién presentado noveno a Dibiña.

La estructura es uniforme a lo largo de todos los tomos, lo que da sentido de unidad a nueve entregas que son en realidad una sola obra. A la presentación siguen una lista de abreviaturas y una variada bibliografía que se ha consultado a la hora de elaborar las entradas. Esas fuentes secundarias, sin embargo, se han tomado con la debida cautela, pues la labor de investigación toponímica no era antes tan sofisticada como ahora. “Hay una labor ingente en el siglo XX, pero la manera en que se investigaba entonces era diferente. No se cita el dónde, el cómo, el cuándo”, explica Martínez de Madina.

Hecha esa introducción, se van desgranando luego los diversos topónimos de cada pueblo. Primero se incluye una entrada normativizada del topónimo, pues a lo largo de los seis siglos que caen dentro del rango de estudio se han ido amontonando variantes. “Unos topónimos se mantienen, otros se pierden, otros se deforman... Según se va perdiendo la lengua vasca, algunos topónimos se deforman porque el hablante no sabe lo que quiere decir”, asevera Martínez de Madina. La lista incluye variantes desde la más antigua de la que se tiene constancia hasta la más reciente. “Este es el método adecuado para que luego se pueda replicar científicamente. Una variante ha podido ser una mera mala interpretación de los propios investigadores, por lo que hay que dar los datos exactos”, razona la filóloga.

A continuación, un par de textos contextualizan el topónimo siempre que es posible. “A veces el topónimo está tan desfigurado que hay que mostrarlo. Yo incluyo uno o dos textos, aunque me he leído muchos para saber que están en el mismo sitio”, relata Martínez de Madina. Hay un acercamiento lingüístico y se proponen hipótesis etimológicas, aunque sucede en ocasiones que no se tiene “ni idea” y hay que dejar la puerta abierta a futuras investigaciones que puedan arrojar luz sobre las incógnitas. Y se conecta, asimismo, con la historia y también con usos alaveses. “Las palabras alavesas están muy relacionadas con los usos de cada sitio”, abunda la filóloga. El entorno y las circunstancias influyen tanto en los topónimos como en la documentación que de ellos se ha ido tallando a lo largo de los siglos. Así, aquellos pueblos que ahora forman parte de Vitoria pero en su momento constituyeron municipios separados hasta su anexión presentan particularidades y dificultades diferentes. Y la orografía también es un factor relevante. “Hay pueblos que son colindantes con la sierra Brava de Badaia. Tienen bastante monte y se documenta menos, porque se vende menos y se hereda menos y porque son comunales”, esclarece Martínez de Madina.

Conocer los nombres

Pero ¿qué importancia puede tener la toponimia para un ciudadano de a pie? “Estás conociendo tus nombres”, sentencia Martínez de Madina. Puede haber muchas personas, dice, que vivan, por ejemplo, en el barrio de Arana o en la calle de Iturritxu, ambos en Vitoria, y no sepan el significado de esos topónimos en euskera. Pero no sucede solo con el euskera, una lengua que se perdió en el territorio y que luego hubo de recuperarse a lo largo del siglo XX, sino que también ocurre en ocasiones con el castellano. ¿Por qué la calle del Cubo, que va desde el cantón de Santa María hasta el portal de Arriaga, se llama así? “Nunca te has parado a pensar en qué significa y habrá gente que no sepa por qué tiene ese nombre. Y es por el cubo del molino, pues era una zona de molinos”, explica.

En los topónimos diseminados por toda Álava se esconden pistas sobre la lengua, el territorio, la situación de antiguas ermitas... “Si algo se llama 'San' o 'Andra Mari', es quizá porque allí hubo una ermita. Es posible que queden cuatro piedras o que incluso no haya ninguna y haya que excavar el terreno. Los usos de la toponimia son muchos”, abunda. Otras de esas pistas permiten asomarse a palabras del antiguo idioma alavés, ya perdido. Al arbusto de flores amarillas que ahora se conoce comúnmente como 'árgoma', en alavés se lo conocía como 'otaca'. El pueblo de Otazu, situado al este de Vitoria, debe su nombre, por tanto, a ese arbusto. Algo similar sucede con Ascarza, nombre de un pueblo del término municipal de Vitoria pero también de otro que forma parte del Condado de Treviño. En alavés, a los arces no se les llamaba por esa palabra, sino que se usaban diferentes variantes de 'ascarrio', como esa misma o 'azcarrio' o 'ezcarrio', todas ellas similares a la palabra en euskera. “Es el lugar donde están los arces”, sintetiza Martínez de Madina. El propio diccionario de la RAE recoge 'escarrio' como palabra usada en el castellano de la provincia de Burgos para referirse al arce.

“El fin último del trabajo es recuperar una gran parte de los topónimos del lugar que hoy ya están perdidos, la gran mayoría, desfigurados o traducidos”, se explicita en la introducción al primero de los tomos. En la propia ciudad de Vitoria, por ejemplo, venía documentado como 'Judimendi' a lo largo de los siglos, pero en el XIX se desfiguró y desde entonces empezó a encontrarse con las grafías 'Judizmendi' y 'Judismendi'. La toponimia también permitió corregir el erróneo 'Uritiasolo', que venía siendo empleado durante siglos, por el correcto 'Oreitiasolo'. “En Vitoria se ha guardado bastante bien la toponimia”, reconoce, sin embargo, Martínez de Madina.

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