Para matar en un safari existe todo un ritual. Una vez abatido el animal, se sigue su rastro, se coloca el animal en la posición idónea para la fotografía y se recogen un par de briznas. Se impregna con la sangre del animal, colocándose una en el sombrero y otra en la boca del animal. No debe haber rastro de sangre en la fotografía y las briznas que se interponen entre el objetivo y la pieza se eliminan a machetazos. Así es más o menos el 'parque temático' para cazadores que el cineasta austriaco Ulrich Seidl nos muestra en Safari, su última película.
El documental, presentado en la última edición del festival de Venecia, compite por el Giraldillo de Oro en la sección oficial del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Durante sus escenas más crudas, sobre todo aquellas que involucran una buena cantidad de sangre y vísceras, algún que otro espectador abandonó la sala durante el pase de prensa. Su director ha preferido no reservarse nada.
¿Cómo surgió esta película? “Hay varias razones que me llevaron a este proyecto. La caza ha sido siempre un tema que me ha atraído mucho. Me he preguntado siempre por qué el ser humano tiene la necesidad de matar a un animal por placer, no para alimentarse. ¿De dónde viene esa actitud? El hecho de que la cacería esté ambientada en África lo hace aún más complejo, ya que nos permite estudiar las relaciones entre africanos y europeos, que son los dueños de la finca”, explica Seidl.
De la mano de los protagonistas de una película anterior, The Basement, el cineasta pudo conocer los entresijos del mundillo de la caza en el continente africano. Así fue cómo comprendió muchas de las claves que muestra en su documental. “Esa imagen positiva del cazador que mantiene el orden en el bosque se ha perdido. Las personas que cazan no lo hacen por necesidad, esto se ha convertido en un gran negocio, sobre todo, en África, porque esos animales son propiedad de los terratenientes. Se venden para que la gente pueda venir a matarlos.”, afirma el autor de la trilogía Paradise.
Para Seidl, la caza es un símbolo de la destrucción de la naturaleza a manos del ser humano y de “los abusos que éste comete contra los animales. Trato de mostrar qué motivos mueven al cazador para matar, qué pasa por su cabeza y qué siente durante el momento de la caza. El ser humano es un depredador, que está destruyendo la naturaleza. Es un tema universal, no solo de los cazadores”.
Los personajes, a los que se trata con un cierto distanciamiento mediante planos generales de composición simétrica, despiertan un cierto rechazo o antipatía en el espectador. Según Seidl, “puede parecer que son fríos o que no tienen ningún vínculo emotivo con el animal que acaban de matar”.
Matar a un precio popular
La galería de cazadores (todos ellos austríacos) es de lo más variopinta: desde una pareja de ancianos a una familia de cuatro miembros que caza unida, pasando por un joven solitario. Los ancianos se encargan de recitar para la cámara los precios de las piezas, que van desde los 300 euros de un oryx a los mil euros de un ñu de cola blanco. Precios populares para la clase media europea.
“He querido evitar a los Big five (león, elefante, búfalo, leopardo y rinoceronte), porque son cinco animales carísimos y lo que quiero es mostrar que la caza ha dejado de ser un lujo que solo se puede permitir la clase alta de la sociedad, sino que la clase media también puede ir a África a matar animales”, aclara Seidl.
Como si se tratara de un 'Disneyland para cazadores', y al igual que ocurre en las fincas autóctonas de caza mayor, los safaris se llevan a cabo en lugares bajo control. La película trata de eliminar todo rastro de épica, al mostrar la facilidad con la que el guía acompaña al cazador y le pone en bandeja la piezas. “Las cacerías tienen lugar en grandes recintos vallados, no es como irse de caza a la selva... todo está controladísimo. El planteamiento es igual que aquí (en Andalucía)”, afirma el cineasta.
¿Cómo justifica un cazador este acto de violencia? Según el director de cine, “el cazador tiene que justificar sus actos y explicar por qué mata. Uno de ellos es que así controlan las poblaciones de animales, para que no éstas no se descontrolen. Creo que siempre necesitamos justificar nuestros actos para tener la conciencia tranquila. Es un negocio y el argumento de que a través de la caza se controla a la población no se puede aplicar a este caso”.
A pesar del trabajo llevado a cabo durante meses en Namibia, Seidl cree que no ha podido hallar una respuesta a su gran pregunta: ¿Por qué mata el ser humano?. “No lo he podido averiguar. Matar forma parte de la naturaleza del ser humano, así que también podríamos preguntarnos por qué hay guerras. Cuando le das poder a una persona y carta blanca para hacer lo que quiera, el ser humano siempre termina matando. Esa es mi conclusión, es así de pesimista”.