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El viaje truncado de los 'souvenirs' de los Erasmus de la aristocracia inglesa: la historia del botín del Westmorland

Exposición Westmorland

Néstor Cenizo

Málaga —

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La tarde del 7 de enero de 1779, dos navíos de línea de bandera francesa, el Caton y el Destin, hicieron una presa singular. Apenas a unas millas del Cabo de Gata, los dos buques, con una potencia de fuego total de 134 cañones, dieron el alto y capturaron a la fragata Westmorland, que había partido días antes del puerto de Livorno y apenas podía oponer 26 cañones. Aquel barco llevaba un tesoro en las entrañas: no eran solo sus 129 libras de seda, sus casi 4.000 barriles de anchoas o los 32 quesos parmesanos, sino 23 cajas de “mármol en estatuas”, 25 con piezas de mármol “en pedazos” y 22 de “estampas, retratos y libros”.

Una colección de arte al completo, adquirida como recuerdo por los jóvenes de la aristocracia inglesa durante su Grand Tour, una especie de Erasmus de la época en el que distinguidos señoritos de las islas se paseaban por las ciudades del Viejo Continente mientras se empapaban del arte, la cultura y las ciencias, de las que se proveían materialmente en forma de pinturas, libros, partituras o esculturas.

Aquel tesoro compilado por los jóvenes aristócratas británicos nunca alcanzó las islas: los retratos, las fabulosas estampas que compraron en Roma, Génova o Florencia, la detallada tipografía calcográfica de Roma o la urna de Cornelia Nympha fueron descargados apenas un día después de la captura del Westmorland en el Puerto de Málaga, haciendo correr ríos de tinta y despertando el interés de las casas de comercio locales de inmediato.

De no haber mediado la guerra, lo más habitual en un caso de corso como este hubiese sido la recompra de las mercancías por sus destinatarios, y aquí no ha pasado nada. Pero la guerra entre Inglaterra y Francia a propósito de la independencia de las colonias americanas facilitó que el Banco de San Carlos acabase adquiriendo la mayor parte del botín del Westmorland para la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde ha permanecido casi oculto durante casi 250 años.

Ahora, una fascinante exposición muestra los tesoros de la fragata. El Westmorland en Málaga, que puede visitarse hasta el 12 de enero en el Centro Cultural Fundación Unicaja de Málaga, supone también una oportunidad extraordinaria de acercarse a un concienzudo trabajo detectivesco que ha rastreado la pista del buque en más de 40 archivos de siete países. Está comisariada por el académico José María Luzón, exdirector del Museo Arqueológico Nacional y del Museo del Prado, y exdirector general de Bellas Artes, y apasionado de la historia de la fragata inglesa desde que alguien le preguntó por unas urnas expuestas en el Museo Arqueológico de las que por entonces casi nada se sabía.

Estampas, retratos, bustos… Una carga fuera de lo común

“Este fue un episodio muy relevante”, subraya Luzón, cuando se le pregunta por la importancia de la captura del Westmorland. Es cierto que no era extraordinario que en mitad de aquella guerra, ingleses y franceses apresasen buques bajo bandera enemiga. El propio Westmorland, con patente de corso, había capturado un barco danés cargado de trigo días antes de convertirse en el cazador cazado, y se calcula que más de 3.000 buques fueron apresados por cada bando en esos años.

Sin embargo, la carga de aquella fragata no era común. En sus arcones había un muestrario al completo del arte europeo de la época. Por ejemplo, una colección de estampas de Cozens, que aún hoy muestran el color original tras más de dos siglos sin ver la luz. Había grabados de Piranesi, o una notable obra del pintor alemán Mengs. “La mayor parte de la carga ha permanecido todo este tiempo en la Academia de Bellas Artes, pero no se había estudiado ni adscrito a personas concretas”, explica Luzón, antes de detallar: “Hay cuatro bibliotecas completas de viaje, con libros anotados”.

Un objeto en particular movilizó en su día a la diplomacia francesa: a París, y por tierra, debía enviarse La libración de Andrómeda por Perseo, una obra capital del pintor alemán Anton Raphael Mengs. Finalmente, ese cuadro fue adquirido por un marchante alemán por encargo de Catalina II de Rusia, motivo por el cual la obra se conserva hoy en el museo del Hermitage.

“Captura de guerra”, no piratería

Luzón se revuelve cuando oye la palabra “piratería”. No, aquella captura no fue piratería. “Esto ocurrió en guerra, la captura de guerra está muy regulada. Y todos cumplían escrupulosamente. Cuando llegaba a puerto, había que ver si era la presa legal”, remarca.

La llegada del Westmorland a Málaga, junto a otros dos bergantines cargados de bacalao de Terranova, provocó un terremoto en cancillerías, casas de comercio y redacciones de periódicos. El mismo 8 de enero, el capitán general de la costa del Reino de Granada escribe al conde de Floridablanca. Lo mismo hace el cónsul francés, que informa a su ministro de marina. Por aquel entonces, España mantenía una posición teóricamente neutral, aunque se alineó con Francia pocos meses después.

La captura se declaró presa legítima por el Tribunal del Consulado de Comercio de Málaga, y el interés aumentó tan pronto como se supo que entre su carga había libros, cuadros, estatuas y objetos de valor a nombre de destacados miembros de la aristocracia inglesa, además de algunos notables ingleses, luego canjeados por prisioneros en Gibraltar.

Entre tanto, pujaban por el resto de la carga las casas de comercio. Fue adquirida primero por una de las seis sociedades irlandesas que operaban en Málaga, y de ahí, por la Sociedad de Lonjistas de Madrid. Ya en 1783 el conde de Floridablanca ordena valorar su contenido para decidir si debían ser comprados por el rey. Así es como el antiguo Banco de San Carlos (hoy Banco de España), compra la colección y la destina a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y otras academias indianas. Pagó 173.500 pesos, más los derechos de Hacienda y gastos de comisión. En total, 220.000 pesos.

¿Qué fue del Westmorland?

Años después, el conde de Paradès, un curioso personaje a medio camino entre el pícaro y el espía de altos vuelos, escribió en un libro que todo aquello estuvo orquestado para sacar de las aseguradoras un buen pellizco. Su hipótesis llegó hasta Napoleón, en cuya biblioteca apareció un ejemplar anotado.

Aunque el redescubrimiento de la historia del Westmorland y su carga coincidió, a principios de este siglo, con un movimiento que abogaba por la devolución de algunos de estos botines en Inglaterra, esa posibilidad parece ya descartada. “Yo he dado una conferencia a los herederos de esta gente”, cuenta Luzón: “Saben que perdieron eso en una captura de guerra, cobraron el seguro y volvieron a comprar lo que habían perdido”.

Curiosamente, el protagonista de esta historia logró permanecer aún más años oculto. ¿Qué fue del Westmorland? Para ahorrarse dar cuentas al fisco, la fragata fue vendida sobre la cubierta del propio Caton, uno de los buques captores, antes de pisar suelo español. “Cuando lo compraron los lonjistas le pusieron un nombre diferente”, cuenta Luzón. Es ahí cuando su rastro se desvanece. Hasta ahora: “Hace dos semanas hemos descubierto que fue recapturado en las Antillas con el nombre de San José y San Miguel. Y ahora estamos buscando en el Archivo de Indias”, concluye el investigador, abriendo un nuevo episodio a esta historia de detectives del mar y sus episodios legendarios. 

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