Cinco años después del incendio que devastó más de 8.000 hectáreas del paraje Barranco Blanco, en la malagueña Sierra de Mijas, la naturaleza sigue su camino con lentitud. Sus tiempos no son los de las administraciones, que en su día intentaron levantar la moral prometiendo inversiones para regenerar el monte. Un lustro después, queda claro que el principal recurso no llegó: apenas hubo mano de obra para plantar los 500.000 ejemplares con los que se iba a repoblar la zona, y no está claro cuántos de esos ejemplares se utilizaron realmente.
En su día proliferaron titulares como este: “El vivero forestal de la Diputación cultivará 500.000 árboles para repoblar la zona afectada por el incendio de Barranco Blanco en el verano de 2012”. Las cifras finales son mucho más modestas. Según su alcalde, en Ojén se plantaron unos 4.000 ejemplares de pino, encina, alcornoque y chaparro, mientras que fuentes oficiales del Ayuntamiento de Mijas cifran en 6.095 los ejemplares de alcornoques, lentiscos, álamos blancos, aladiernos, algarrobos y acebuches que se plantaron en este municipio. Ambos pueblos sumaron el 75% de las 8.225 hectáreas calcinadas, de las que unas 7.000 eran bosque: 3.800 en Ojén, 2.375 en Mijas.
Sin embargo, la Diputación Provincial eleva las cifras hasta un total de 178.511 ejemplares de árboles y arbustos, de los cuales 31.183 se habrían distribuido en Ojén, 55.561 en Mijas, 61.974 en Alhaurín el Grande y el resto entre Coín y Monda. Entidades ecologistas retiraron, según las cuentas de la Diputación, otros 8.000 plantones. La entidad provincial conservaría aún unos 91.000 ejemplares de los 375.000 que plantó en el vivero, de los que arraigaron unos 278.000.
Llama la atención el caso de Alhaurín el Grande: una portavoz municipal asegura que como la superficie quemada fue mínima (150 hectáreas) no hubo que repoblar. Sin embargo, la Diputación cifra las plantas entregadas en casi 62.000, más que en ningún otro municipio, incluyendo 34.000 alcornoques.
Las cifras de la Diputación Provincial son sorprendentemente altas. Partiendo de que una persona plante entre 20 y 30 árboles por jornada (como indican las organizaciones ecologistas y los ayuntamientos), para plantar 178.000 árboles se habrían generado un mínimo de 6.000 jornales. Algo imposible, según el resto de fuentes consultadas.
José Antonio Gómez, alcalde de Ojén, explica que no hay recursos económicos para contratar cuadrillas. El Ayuntamiento vendió 150.000 kilos de madera quemada en subasta pública por unos 16.000 euros, poco para reinvertir en reforestación. Y aunque asegura que ha impulsado reforestaciones populares y contratado cuadrillas de dos o tres personas algún verano, en cada campaña reforestan unas 15 hectáreas de las 3.800 que se quemaron. “El problema es que no es suficiente. Por eso siempre hemos pedido ayuda para contratar”. Sin embargo, Gómez relativiza la escasa respuesta de las administraciones porque cree que el bosque “se está regenerando solo”.
La Junta de Andalucía también ofreció ejemplares, pero pidió a las organizaciones que los recogieran en Sevilla, según recuerda Antonio Calvo, presidente de Pinsapo, una entidad cuyos voluntarios colaboraron con la reforestación durante los años posteriores al incendio. “Lo lógico es que ante la magnitud del incendio hubiese creado un vivero aquí, con un trabajo permanente y continuo”, opina. Según recuerda, la administración autonómica ofreció desde la primera semana un plan para organizar a los voluntarios, pero saturó de gastos y trabajo a las organizaciones, que no recibieron herramientas, seguros o apoyo económico para comprar un bocadillo a los voluntarios.
“Ofrecían plantones y la Diputación duplica ese recurso. Pero gente para plantar, eso nadie lo ofrece”, lamenta Calvo, que recuerda que los hoyos que abrió la máquina de la Junta se quedaron sin rellenar porque las prioridades, en tiempo de recortes, fueron otras. La mayor parte del terreno quemado era monte público de la administración autonómica, que recibió un cuestionario de este medio hace una semana y aún no ha remitido respuesta.
“No hay seguimiento y evaluación”
Tampoco está claro que se optara por el mejor modelo de reforestación. Según Antonio Calvo, en estos casos es aconsejable una reforestación de bosque mixto, porque el pino, predominante, “arde como una cerilla”. Es un árbol pirófilo, y sus piñas, “como cajas fuerte”, le permiten colonizar el terreno quemado: “Eso es un círculo vicioso: a más pino, más fuego”. Por eso Pinsapo siempre recomendó plantar alcornoque, madroños o enebros que restauraran la diversidad vegetal. Los datos de la Diputación indican que prevalecieron el alcornoque y las encinas, que sumarían más de la mitad de los ejemplares plantados, así como romeros y labiérnago. Sin embargo, los ecologistas aseguran que se optó por pinos, algarrobos y acebuches, más baratos y rápidos de producir.
Además, después de la siembra hay que regar, cuidar el plantón y eso, de nuevo, cuesta dinero. Especialistas, ecologistas y administraciones celebraron jornadas técnicas en los años inmediatamente posteriores al incendio, pero esos encuentros se acabaron el año pasado. “Vinieron los mejores especialistas de las universidades de Málaga y Córdoba, pero se apagaron a medida que los políticos veían que no tenían repercusión en la prensa”, lamenta Calvo.
“Aquí hubo respuesta puntual pero muy simbólica. Las medidas de reforestación se quedaron en cifras”, critica el ecologista: “Justifican una respuesta rápida pero no hay seguimiento y evaluación”. Cinco años después del mayor incendio que se recuerda en la Costa del Sol, ni la justicia ha completado la investigación, ni las administraciones han cumplido con lo que anunciaban en titulares de prensa. Por eso, Calvo es pesimista con lo que ocurra en Doñana a partir de ahora: “Se va a llenar de voluntarios, pero el gesto se apaga cuando las administraciones se hacen cargo y desaparecen los titulares del periódico”.
El bosque avanza a su ritmo lento, el de la naturaleza, se fueron apagando los lamentos y desaparecieron los titulares espectaculares. “Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y sólo vemos el fuego cuando hay humo. Se apaga en nuestra memoria y la conciencia con los rescoldos, y luego nos olvidamos: sobre todo quienes tienen responsabilidad”, lamenta el ecologista.