Paco, una noche cualquiera
Pasado julio, Auditorium Parco Della Musica, Roma. Está atardeciendo, y la humedad asfixiante del día se convierte suavemente en un aire fresco y respirable, una sensación inconfundible de la estate romana. Hay mucha gente y cierto tráfico en los alrededores del número 30 de la avenida Pietro de Coubertin. Aún así, el caos infernal del casco histórico ya parece estar lejos. La jornada de trabajo de los presentes está, poco a poco, quedando atrás. Jóvenes y más adultos, en su mayoría italianos y españoles, están impacientes y sentados en la Cavea, el anfiteatro veraniego al aire libre más célebre de la Ciudad Eterna.
Son las 21.07. El crespúsculo en Roma está llegando a su clímax. El matiz rosado, como siempre por estas partes, es el claro protagonista. El escenario, sin preaviso, se enciende. El silencio ya es absoluto. Entre brisas, suenan los primeros e inconfundibles punteos de uno de esos pocos artistas que, ya en vida, es leyenda y, además, profeta en su tierra. El cielo despejado, ahora más bien morado y oscuro, deja paso a él. A Paco De Lucía.
Como pasa en los conciertos, no todos acuden a la cita musical por el mismo motivo. Hay quien va porque le gusta el flamenco, otro porque precisamente nunca ha escuchado este género, otro porque es un español más que trabaja en Roma, otro porque tiene buenos recuerdos de su visita a España, y otro porque simplemente no quiere perderse a un genio a pocos metros de su asiento.
Suena Almoraima, cómo no. Difícil no reconocer éste y muchos otros clásicos que hacen tan reconocible a Paco De Lucía a oídos tanto de los expertos como de los inexpertos pero, en cualquier caso, melómanos de raza.
Los comentarios de admiración desde luego no son pocos, mientras muchos simplemente escuchan atentamente algo que, a lo mejor, nunca habían oído antes. Entre el público, una chica romana le susurra a su amiga, de forma muy sincera, que para ella “suena mejor en directo que en los discos”. “Grabado Paco pierde un poco”, comenta. Con la limpieza de un punteo de tal calidad, rapidez y una frescura que no se atrofia con el paso del tiempo, es difícil no estar de acuerdo.
Al ser un espectáculo fuera de España, un concierto de Paco De Lucía no sólo es flamenco materializado en una guitarra solista. Para un extranjero, en este caso un italiano, se trata de una experiencia personal con la música española, eso sí, a través del flamenco. Por este motivo Paco no viene solo: David Maldonado (cante), Antonio Flores (cante), Alain Pérez (bajo), Israel Suárez (percusión), Antonio Sánchez (guitarra), Antonio Serrano (armónica y teclados) y Antonio Fernández (baile) son los miembros del equipo que le acompaña y hace del espectáculo algo aún más completo y vistoso. Flamenco puro e improvisaciones fusionadas con el jazz son el sello de una visita poco frecuente en la capital romana.
Uno de los grandes momentos apreciados por el público es el que protagoniza el bailaor sevillano Antonio Fernández, que durante decenas de minutos demuestra su arte en movimiento al compás con el resto del equipo, con un Paco De Lucía igual de iluminado que sus compañeros, deseoso de ser simplemente uno más tras sus momentos de maestría y protagonismo en solitario.
Una hora y cuarenta de espectáculo más tarde, la música sigue sonando. Hasta el momento en el que se para y, como suele ocurrir, surge un aplauso post-ejecución. Silencio otra vez. Parece que va a empezar otra canción, “una de tantas” (sic). Nada más lejos.
Las notas del bajo de Alain Pérez cobran vida, a solas. Apenas cinco segundos más tarde, le sigue la caja de Israel Suárez, que empieza a tomar forma en el ritmo de su propio compás. Ya hay muchos, entre el público, que se huelen algo. A los siguientes cinco segundos empieza a acompañar la guitarra de Antonio Sánchez. Arranca Paco, pellizcando las cuerdas bajas, y con la mano izquierda, la creativa, en los primeros cinco trastes: Entre Dos Aguas. Ovaciones, de las que no se olvidan. Qué menos para algo que, más que una canción, es un himno al flamenco universal. Al finalizar el concierto, cinco minutos de aplausos.
Banda sonora de Andalucía
En Italia, como en el resto de países en el extranjero, hablar de Paco de Lucía es hablar de flamenco, de música, de España. Es más, la importancia de su legado musical y cultural va más allá y hace que la relación sea a la inversa: mencionar la música española y el flamenco comporta, inevitablemente, hablar de Paco De Lucía. El genio humilde de Algeciras ha conseguido algo extraordinario e innegable: que España y Andalucía tengan una banda sonora propia en el imaginario colectivo.
El 4 de julio de 2013 será el último concierto que Paco De Lucía dará en Roma, en el ciclo Luglio Suona Bene (“Julio Suena Bien”) en el Auditorium Parco Della Musica. Por aquel entonces nadie podía imaginar que fuera el último.
Tras el repentino fallecimiento del guitarrista flamenco más influyente y enorgullecedor de todos los tiempos, el mundo se ha conmocionado. Sea como fuere, quien conociera mínimamente la figura del artista gaditano, al conocer la noticia de su muerte en México a los 66 años, ha tenido una parte de su corazón que se ha dejado llevar por la tristeza. Da igual que no fuera un familiar nuestro. Desgraciadamente para nuestros oídos, Paco siempre estuvo ahí, como una banda sonora de nuestras vidas. Y no sólo, sino también como banda sonora del flamenco y de la propia Música.
Ya se sabe, el periodismo es resumir pero, sin duda alguna, también es compartir. Consideren por tanto ésta una placentera ocasión para contar, inmerecidamente, cómo es vivir en el extranjero un concierto de Paco De Lucía, una noche cualquiera.
Gracias por las armonías regaladas, por la pureza, por las fusiones, por los agobios, por los recuerdos que has creado y crearás. Gracias por exaltar el flamenco y homenajear a la Música, por el idioma universal hablado con tus seis cuerdas, por tu pellizco, por tus alegrías, por tu humildad y sencillez, por tu maestría y por todas las fotografías y paisajes que has pintado al son de tu guitarra, ahora huérfana.
Según comentan los tuyos, viviste como quisiste. Y viviste también refugiándote en la mar, esa mar que tanto te apartaba de todo aquello que le quitaba la esencia a las cosas más puras de esto que llamamos vida. Esa mar que, con las arenas de Algeciras y Playa Del Carmen como testigos, te dio su brisa al verte llegar y marchar, Entre Dos Aguas.