La falta de agua y el éxito reproductor convierten al jabalí en el inesperado villano de Doñana
Hace unos meses, un jabalí desenterraba en una laguna seca de Doñana una figurilla turdetana, una anécdota que –más allá del rifirrafe entre administraciones en el que derivó– presentó una imagen simpática del animal. Pero la realidad es que los jabalíes se han convertido en poco menos que los malos de la película en el parque nacional, una situación provocada por su éxito reproductor (desde hace bastantes años hay un plan de manejo para controlar la población) y por la sequía. ¿Y en qué afecta esto último para reforzar su papel de villano? Pues porque la falta de agua le permite llegar a lugares antes inundados, lo que le pone las cosas más fáciles para depredar nidos, algunos incluso de especies protegidas.
“Al jabalí le están criticando por hacer cosas de jabalí y por ser de las pocas especies a las que no le va mal”, lamenta el investigador Luis Santamaría, del departamento de Biología de la Conservación y Cambio Global de la Estación Biológica de Doñana. Su sobreabundancia, que no tenga depredadores naturales en el entorno y su condición de omnívoro le hacen estar muy presente en el parque, dejando su huella en pastos y zonas de nidificación, como ocurrió en mayo con colonias de moritos y garzas.
Pero para Santamaría, “la crítica confunde el síntoma con el problema”, y es que defiende que estos episodios de depredación “evidencian sobre todo la falta de agua”, que a su vez provoca daños en una vegetación debilitada. Con la marisma seca, el jabalí se encuentra con una autopista para llegar unos nidos a los que, en condiciones de normalidad hídrica, no podría acceder. “Y lo normal en el parque es que un omnívoro se coma a la presa”, apostilla, a lo que une su sorpresa porque “parece que algunas especies tienen derecho a depredar en el parque, como el lince, y otras no”.
La falta de agua, el problema de fondo
“El mejor control sobre los jabalíes de Doñana lo ejerce el agua que les impide alcanzar las colonias de acuáticas”, coinciden desde Ecologistas en Acción, que junto a SEO-Birdlife denunció en mayo que habían sido arrasadas zonas de nidificación en los asentamientos en el lucio de Cerrado Garrido del centro de visitantes José Antonio Valverde, en término del municipio sevillano de Aznalcázar. Para la organización ecologista, la solución al problema pasa básicamente por restituir el antiguo curso del río Guadiamar. “Hay que recuperar los aportes de aguas superficiales y mantener los aportes subterráneos, con el fin de que la inundación llegue a un calado y a una duración suficiente para culminar la cría y mantener a raya a los jabalíes”.
Luis Santamaría insiste en que “el problema de fondo es que hay un déficit crónico de agua”, una “herida muy seria” con la que ya nació el parque porque lo hizo en paralelo a una modificación de las marismas que redujo en dos tercios los recursos que recibían, que llegaban precisamente del Guadiamar. “Todo esto es consecuencia directa del impacto humano”, incide, aunque en este caso se da una curiosa paradoja: el brazo muerto por el que antes discurría el río se ha convertido en un importante punto de nidificación al sentirse allí a salvo las colonias de aves.
La contradicción llega cuando el enclave se masifica y eso se traduce en importantes descargas de nutrientes, que conllevan “un riesgo alto de proliferación de algas tóxicas” y el temor a que aquello se convierta en un foco de botulismo. Y ahí está el dilema, que los pájaros tienen pocos sitios seguros “y cuando uno se convierte en un éxito acaba siendo un problema”.
Reducción de la población a tiros
Pero volviendo al jabalí, “se ha adaptado muy bien a entornos antropizados”, especialmente en los exteriores de parajes como Doñana, donde está prohibida la caza. Esto ha hecho que las cosas le vayan muy bien y que todos los años se desarrolle un “importante” programa de descaste, en el marco del cual los guardas del parque abaten a tiros a centenares de estos animales.
“Matarlos a tiros no es propio de las actuaciones de conservación de un parque nacional”, critican desde Ecologistas en Acción. A su juicio, la actuación debería pasar por montar un dispositivo de captura en vivo que permita la selección de individuos para liberar los ejemplares de jabalíes sanos y sacrificar el resto, “siempre bajo las premisas de bienestar animal que se garantiza en ganadería”.
Y es que estos animales “son un reservorio de tuberculosis para el ganado”, confirma Santamaría, que admite que no hay consenso sobre qué sería lo mejor para afrontar esta situación. “Se está haciendo un control un poco a ciegas”, lamenta, mientras que la organización ecologista recuerda que los jabalíes de Doñana son en su mayoría híbridos, producto de cruces con cerdo doméstico, “y presentan graves problemas sanitarios por ser portadores de tuberculosis e incluso hepatitis”.
Un depredador “ilegítimo”
¿Qué se hace entonces para proteger los nidos en una situación como la actual, sin agua y con una boyante población de jabalíes por mucho que en los últimos años se haya reducido levemente? Pues la solución por ahora es vallar las zonas de nidificación, aunque las protecciones que se pusieron en la zona de Aznalcázar demostraron su ineficacia. “Poner vallados son parches a corto plazo que no resuelven el problema de fondo” de la falta de agua, incide el investigador de la Estación Biológica, por no hablar de que si un parque nacional busca una solución a base de cercados “es que algo está fallando”.
“El manejo humano está intentando paliar las condiciones de degradación impuestas por el entorno”, resume Santamaría. De fondo está también la falta de depredadores, ya que el lobo desapareció y las siete especies de carnívoros que hay en el parque no son precisamente un riesgo para el que ahora es el malo de la película: zorro, meloncillo, tejón, lince, gato montés y doméstico, gineta y nutria. Y todo con la ironía de que “hay depredadores que se consideran legítimos y el jabalí es como si fuera ilegítimo, porque no tiene interés y sus presas sí”.
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