De la “vía andaluza” a “Morenolandia”: guía para no perderse en el marketing político de Andalucía

Daniel Cela

Sevilla —
17 de marzo de 2024 06:00 h

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“Bienvenidos a Morenolandia”, encabeza el cartel de circo en el que aparece multiplicado por seis un muñegote del presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, sonriente y divertido. El trabajo de manualidad es obra inesperada de Vox, un grupo que no habitúa a juguetear de este modo con las redes sociales, pero que esta semana se ha animado a cambiar de registro al ver cómo triunfaba el término que acuñó su portavoz parlamentario, Manuel Gavira.

“Morenolandia es eso que dice el presidente de que Andalucía va muy bien, pero lidera el paro; que Andalucía tiene unos magníficos servicios sanitarios, pero cuenta con unas listas de espera millonarias. Morenolandia son dependientes que mueren antes de ser atendidos, donde aquí dice una cosa y su líder nacional dice otra. Todo lo diferente a la realidad de Andalucía, una tierra que en términos sociales y económicos se mueve en los niveles más bajos. Eso es Andalucía: pobreza, paro, miseria, exclusión social...”, explicó Gavira el miércoles.

No hace ni dos años que Vox sostenía al Gobierno de Moreno. A los partidos de izquierda, en las antípodas del grupo ultraderechista, les gustó el concepto “Morenolandia”, porque “es muy gráfico y describe muy bien la ficción que trata de vender la Junta de Andalucía desde todos sus canales oficiales y sus medios afines dopados con publicidad institucional”, dice un alto dirigente socialista.

El acierto terminológico de Vox es, en realidad, el reverso de otro artificio de comunicación política que Moreno y todos sus consejeros han convertido en seña de identidad: la llamada “vía andaluza”. “La vía andaluza es otra forma de hacer política, desde el respeto al adversario. Es diálogo, consenso y moderación, que consigue acuerdos, que distingue a las sociedades avanzadas, felices y prósperas”, ha explicado el presidente. Lo usó por primera vez en el debate del estado de la comunidad andaluza, el pasado noviembre, y desde entonces lo ha explotado y alimentado hasta su máxima expresión, en el discurso institucional del Día de Andalucía.

El 28 de febrero, Moreno aparcó la denuncia de agravios y humillaciones y decidió apelar a la emoción. “Somos líderes en alegría. En confiar en nosotros mismos, en echar una mano al familiar o al amigo que lo necesita. En aplicar esa vía andaluza, que consiste en hacer que las cosas funcionen desde la igualdad y el diálogo, con respeto a las leyes y con transparencia”, leyó sobre el escenario del teatro Maestranza, contagiando el entusiasmo de una platea entregada.

Hay algo de la personalidad del propio Moreno, de natural optimista desde que se veía presidente en 2018 cuando sus propios compañeros le cosían la mortaja política. Pero, sobre todo, hay una estrategia visible por revender la marca Andalucía bajo el nuevo signo de los tiempos, es decir, catapultada por la marca personal de su presidente, que cotiza al alza en todos los estudios demoscópicos.

Moreno, recién investido presidente con mayoría absoluta en 2022, se estrenó con una conferencia en Madrid para vender una “revolución fiscal”, una rebaja de todos los impuestos autonómicos y un llamada explícita a empresarios y rentas altas de la capital de España para que mudasen su domicilio fiscal a Andalucía. Somos un paraíso fiscal y tenemos sol todo el año, vino a contarles el flamante presidente andaluz, explicitando el dumping fiscal contra Madrid y Cataluña. Luego vendrían otros lemas: “Andalucía supera a Cataluña en número de autónomos”; “Andalucía supera a Madrid en empresas activas...”.

En este relato hay un componente psicológico que Moreno explicita en todos sus discursos: la ambición. “Tenemos que ser ambiciosos, porque querer es poder”. La confianza en sí mismo, el espíritu de superación, la cultura del esfuerzo, toda esa filosofía del liberalismo y del hombre hecho a sí mismo... Palabras del dirigente del PP que aterrizó en Andalucía sin liderazgo y ha terminado consolidando el poder del centroderecha en una comunidad históricamente ligada al PSOE. Hoy los sondeos radiografían al votante andaluz como alguien que se sitúa en el centroizquierda y termina votando al PP. O a Juanma Moreno. Ahí conduce la “vía andaluza”.

Doñana y el agua, pactos de peso

La vía andaluza es una enorme campaña publicitaria, pero también cuenta con el aval de ejercicios de política útil que se aparta de la polarización y el populismo imperante. Por ejemplo, dos acuerdos de peso entre Moreno y la vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera.

Uno fue el pacto por Doñana, que sacó a la Junta -y por extensión a España- del enorme lío político y judicial ante las autoridades europeas que desató la ley andaluza para amnistiar regadíos ilegales en el entorno del Parque Nacional; y el otro es la colaboración conjunta para abordar el problema de la sequía.

Dos acuerdos de dos administraciones a la gresca, de dos partidos en guerra total, de dos dirigentes que días atrás se habían llamado de todo. Con la foto de reconciliación, Moreno sacó brillo a su aura de político moderado, sereno, y dejó fuera de juego al PSOE de Juan Espadas, mosqueado por el daño colateral que esta imagen provoca en su labor de oposición.

Eso sí, el presidente de la Junta tiene la enorme habilidad de vestir moderación por la mañana, con traje institucional, y liderar la estrategia de acoso y derribo del PP de Alberto Núñez Feijóo contra Pedro Sánchez. Ahora Feijóo necesita el estilo duro, pero sin estridencias de Moreno como punta de lanza de sus baronías territoriales, y como contrapeso al perfil arrebatador e imprevisible de Isabel Díaz Ayuso.

Esta segunda faceta no es menor ni coyuntural, sino una prolongación del modus operandi que cimentó en el mandato anterior. Un día, Moreno invitaba al Palacio de San Telmo a barones socialistas con sus mismos problemas de financiación, como el Valenciano Ximo Puig o el aragonés Javier Lambán, y desde allí lanzaba “alianzas” y “pactos de Estado al margen de las trincheras partidistas”. Otro día, convocaba a su despacho al jefe de la oposición, Juan Espadas, para negociar los presupuestos y las políticas clave.

El mismo día de esa reunión, por la mañana, la cuenta oficial del PP andaluz en Twitter (ahora X) lanzaba este mensaje: “Espadas Cejas fue elegido candidato a la alcaldía de Sevilla por Viera, el mayor condenado por corrupción de los ERE. Formó parte de los gobiernos del PSOE que gastaban el dinero en clubes de alterne y cocaína”. Un veterano dirigente socialista le llama “Moreno y Mr. Hyde” para criticar su “falsa moderación”. Pero la empatía del presidente en las distancias cortas no es impostada. El propio Espadas reconoce que Moreno “cae bien” y que contra alguien que “cae bien”, no sirven los gritos, los empujones ni la oposición de plomo que le piden algunos dirigentes de su partido.

La realidad andaluza debe estar en algún punto intermedio entre “Morenolandia” y el triunfalismo oficial de la Junta de Andalucía, aunque las elecciones autonómicas de 2022 bendijeron sin atisbo de dudas el discurso de Moreno. El presidente tiene tatuados en el antebrazo los 58 diputados que obtuvo en las urnas, la mayoría absoluta que da estabilidad a la legislatura y que convierte los empujones de la oposición en soplos de tortuga. Nadie le ha arrugado el traje en los cinco años que lleva gobernando Andalucía, ni en los cuatro que estuvo ligado a Vox en su primer mandato, ni mucho menos ahora que comanda sin ataduras.

Andalucía es un transatlántico de 8,5 millones de personas, en el que la mayor empresa es el Gobierno autonómico, con una plantilla de 270.000 trabajadores, y una larga lista de empresas subsidiarias que dependen de los fondos públicos. El PP pilota tras 37 años de gobiernos socialistas y virar el rumbo de esta mole no es sencillo.

La oposición de izquierdas -tres partidos que juntos suman menos diputados que el PP andaluz- se ha conjurado esta semana contra Moreno anunciando una alianza sin precedentes de todo el arco progresista, con sindicatos y organizaciones sociales de distinta índole. El objetivo es doble: reactivar el asociacionismo tradicional en las bases la izquierda, que encajó un golpe mortal con confinamiento de la pandemia, y enchufar esa corriente crítica a una propuesta alternativa a las políticas del PP. No está todo el arco progresista, porque Adelante Andalucía -el partido de Teresa Rodríguez- ha declinado participar del invento, alegando que es “una sucursal del Gobierno de PSOE y Sumar”.

Fuera de la comunicación política, la política dentro del Parlamento andaluz discurre por meandros monocordes, hipotensos, propios de una legislatura con mayoría absoluta. Las sesiones de control al Gobierno andaluz suelen mutar en sesiones de control a la oposición de izquierdas -PSOE y Por Andalucía-, por su parentesco con la coalición que gobierna España y que lidera Pedro Sánchez. La designación de Espadas como portavoz socialista en el Senado ha contribuido a nacionalizar aún más el debate andaluz. “Usted pasa más tiempo en Madrid que aquí”, se reprochan mutuamente el presidente y el jefe de la oposición.

Con estos mimbres, el PSOE ha desempolvado en este mandato un artículo en desuso del reglamento de la Cámara para tratar de torpedear los debates de política nacional que suele traer el PP al Pleno, vía proposiciones no de ley. La oposición de izquierdas denuncia que el Parlamento, controlado por los populares, vulnera sus funciones como Cámara de contrapeso al Ejecutivo, y que Moreno y sus consejeros ningunean la segunda institución de Andalucía ausentándose reiteradamente de las sesiones de control.

El presidente no se someterá el próximo jueves a las preguntas de la oposición porque estará en el Vaticano, “de visita al Santo Padre”. Los grupos de izquierdas llevan varias semanas votando en contra del orden del día de los Plenos en protesta por “el rodillo que el PP ha impuesto en la Cámara”.

Hay cinco partidos en el Parlamento andaluz, dos fiscalizan a Moreno -PSOE y Por Andalucía- y dos fiscalizan en la distancia a Sánchez -PP y Vox-, a través de la réplica y la crítica descarnada a la oposición desde la bancada de la derecha. Cada flanco se esmera en desmontar el relato exagerado del otro, el triunfalismo y el catastrofismo. “Usted no es creíble”; “Usted no tiene credibilidad”, se afean mutuamente. Es, eso sí, un pulso desigual, puesto que la Junta cuenta con un presupuesto anual de 47.000 millones de euros y resortes comunicativos más potentes para que la “vía andaluza” llegue a todas partes.

Ni el paro estructural ni la pobreza infantil ni las listas de espera sanitarias ni ser la comunidad con menor PIB per cápita de España -sus 21.091 euros representan apenas el 74,9% de la media española (28.162 euros)-, ni el déficit endémico de industria, ni tener un sistema productivo históricamente dependiente de la temporalidad del turismo y del sector agroalimentario -ahora bajo amenaza global por la sequía- han cambiado sustancialmente la fisonomía de la comunidad más poblada de España. Andalucía era “imparable” en el relato de los últimos gobiernos socialistas y Andalucía “te rompe” (crush) en la promoción turística del PP. Dos vías paralelas con el mismo principio y el mismo final.