Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

La vida después del fuego

Néstor Cenizo

Hace un año, Diego Tamayo salvó la vida y perdió la casa. Él mismo la había levantado en 1994 en medio de un bosque de pinos de la Sierra Parda, a una media hora del municipio de Ojén. Pero esa casa la derribó el fuego que consumió más de 82 kilómetros cuadrados de Coín, Alhaurín el Grande, Mijas, Marbella, Monda y Ojén entre el 30 de agosto y el 2 de septiembre de 2012. La vida la salvó porque, aunque regresó desde el pueblo para ver la bola de fuego que se tragó la vivienda, comprendió a tiempo que nada podía hacer allí salvo morirse: “Eso es vivirlo; no contarlo”. No recibirá ninguna ayuda y un año después está reconstruyendo la vivienda, de nuevo, con sus propias manos.

Visto desde el pueblo, el camino desde Ojén hasta la casa de Diego es una fina línea verde, dibujada sobre un fondo ocre en el que a veces se ven manchas negras. De cerca, la línea son los eucaliptos que resistieron al lado de la vereda y pueden verse los troncos renegridos apilados cada 20, 10 o 5 metros, a la espera todavía de que alguien los recoja. Aquí y allá hay troncos finos de tres o cuatro metros de altura clavados en la tierra, con dos o tres penachos verdes a lo largo. Es una rara estampa. Aquel día, hoy hace un año, Diego recorrió el camino varias veces: “En el pueblo me dijeron que se estaba quemando el monte, así que me acerqué, miré desde ahí arriba (señala la loma a cuyas faldas se levantaba su casa) y dije: ”¡Anda ya! Eso está en Mijas“. Así que volví a Ojén. Cuando llegué, me llamó mi hijo: ”Papá, se va a quemar la casa“. ”¡Pero si yo vengo de allí!“. Me insistió y volví. Y cuando llegué, todo estaba ardiendo”. El fuego avanzó aquel día a 60 kilómetros por hora, según le dijeron los bomberos a Diego, pero él lo sintió más rápido. “Tuve que atravesar el camino con los árboles doblados por el calor. No sabes qué miedo pasé”, explica. A pocos metros el fuego se cobró su víctima, un ciudadano británico que falleció en una caseta de aperos.

A Diego, que tiene 43 años, se le quemó la casa y una máquina. No los bidones, ni las lonas, ni el algarrobo que tiene detrás de la vivienda. Tampoco ardieron las casas de sus hermanos, sobre la colina: “El fuego hacía un remolino por la corriente y saltaba hasta aquí”, dice. Al día siguiente no había casa. “Un cargo de la Junta vino poco después y decía: Wsto se raspa y ya está. Entonces golpeé la pared y empezaron a caer cascotes”, recuerda mientras lamenta que, pese a las promesas, nadie le ha ayudado. Recibió una notificación que reconocía los daños pero denegaba el derecho a las ayudas por no tratarse de su primera vivienda. “Tienen dinero para repoblar, pero no para ayudar al particular…”, se queja. La Subdelegación de Gobierno confirma que, hasta el 30 de junio, sólo una de las 81 solicitudes de ayuda (de familias, comunidades, establecimientos y municipios) se ha resuelto favorablemente, pero insiste en que los datos se actualizarán próximamente. Diego, que lleva siete años parado, empezó a reconstruir la casa seis meses después del incendio, “vendiendo chatarra (y señala una gran bolsa con latas y otros desechos metálicos) para comprar materiales”.

Miguel Suárez, también en paro y afectado por el incendio, le ayuda en esa tarea. Miguel y su mujer, Isabel Lorente explican que su casa en el campo era donde querían pasar el tiempo con sus nietos. La vivienda sobrevivió a la quema, pero todo lo que había en la parcela se perdió: los olivos y los frutales (“melocotón, perales, aguacates, chirimoyas, albaricoques, kiwis, higueras…”), los animales (“gallinas, perdices, conejos, perros”, dice Miguel, mientras enseña fotos terribles de sus cadáveres carbonizados) y todas las herramientas y el material de construcción (tres remolques, cinco hormigoneras…), que guardaba allí porque la crisis le dejó sin trabajo en 2008. Un informe calculó el daño económico en más de 70.000 euros. “Yo perdí toda mi vida allí”, lamenta Miguel, que aún no ha recibido una respuesta de la Subdelegación del Gobierno y sí 3.000 euros del seguro por los daños en la pintura y la instalación eléctrica de la vivienda. El documento de la aseguradora recoge una valoración de los daños de 5.406 euros y una indemnización efectiva de 3.279,25 euros, una vez descontado el resto por tratarse de una zona catastrófica en la que se prevé que recibirán fondos de ayuda.

Como Diego, Miguel salvó su vida por poco. “¿Dónde estás?”, le dijo un vecino que le llamó por teléfono. “En el campo, cenando”. “Pues sal corriendo y ni te preocupes de cerrar”. Isabel, su mujer, tardó diez meses en regresar: “La primera vez, llegué encogida y salí encogida”. Pero Miguel vuelve cada día y tiene animales otra vez. “Si no lo hago, me deprimo”, comenta. “Lo que he perdido allí, no lo recupero. ¿Cómo consigue uno dinero para poner frutales?”, se pregunta. Tanto Miguel como Diego han declarado los daños en el procedimiento penal que se sigue en un juzgado de Coín, pero no tienen esperanzas en que una eventual declaración de responsabilidad civil les permita recuperar el valor de lo que un día ardió.

“Daba gloria estar en la arboleda. Y luego se puso todo negro, negro, y no había forma de cambiar el color”, comenta Miguel. Y aunque 21 días después algún árbol aún humeaba, el negro finalmente dio paso al ocre. Ahora parece que a los pinos que sobrevivieron junto a la casa de Diego les hubiera caído una capa de pintura verde intenso en lo más alto de su copa. No es suficiente, y Diego se lamenta porque el fuego caprichoso fue a quemar su casa: “Al tener la ventana abierta, el fuego entró por ahí. Si no, no se hubiera quemado… O sí. Eso, ¿quién lo puede saber?”.

Etiquetas
stats