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Por qué Zenobia se dedicó a la obra de Juan Ramón en lugar de crear la suya

Una muestra de más de 200 piezas descubre la cara más desconocida de Zenobia Camprubí

Amalia Bulnes

Madrid —

El imaginario literario nos ha traído al presente un falso retrato del pasado: poeta dominador, atormentado, con una mujer a la sombra, intelectualmente brillante pero sometida al genio y por el genio.

Hablamos, ya saben, de Juan Ramón Jiménez, poeta y premio Nobel andaluz, y Zenobia Camprubí, una de las personalidades femeninas más fascinantes de la España del siglo XX. “Nada de eso es cierto, me da mucha rabia que se digan estas cosas”, explican, casi al unísono, Carmen Hernández-Pinzón, representante de los herederos de Juan Ramón, y la estudiosa Emilia Cortés, consagrada a poner el foco y colocar en un lugar de privilegio la arrinconada figura de Zenobia.

Pero más allá de los expertos, la respuesta al por qué Zenobia se dedicó a la obra de su marido en lugar de crear la suya propia y, lo más importante, si se vio obligada a ello, la tenemos en ella misma:

“Como no me casé hasta los veintisiete años, había tenido tiempo suficiente para averiguar que los frutos de mis veleidades literarias no garantizaban ninguna vocación seria. Al casarme con quien, desde los catorce años, había encontrado la rica vena de su tesoro individual, me di cuenta, en el acto, de que el verdadero motivo de mi vida había de ser dedicarme a facilitar lo que era ya un hecho y no volví a perder el tiempo en fomentar espejismos”.

Leer a Zenobia directamente, sin filtros ni intermediaciones, es la única vía para conocer a esta mujer adelantadísima a su momento histórico, culta, cosmopolita y riquísima en muy variados perfiles intelectuales (como traductora, decoradora, poeta, docente...). Es la razón de ser del Diario de Juventud que acaban de publicar al alimón la Fundación José Manuel Lara y el Centro de Estudios Andaluces y que saca a la luz por primera vez los escritos de Zenobia en los años anteriores a conocer al hombre que marcaría para siempre su destino, el Nobel de Moguer Juan Ramón Jiménez. Unos textos “premonitorios”, en palabras de Emilia Cortés, directora de la edición, de la figura que posteriormente será Zenobia, ocultada en ocasiones por la fama de su marido.

Con esta publicación de inéditos no sólo se espera zanjar “una injusticia histórica”, sino que pretende poner en valor la figura de una mujer consagrada a la obra poética de su marido por decisión y voluntad propia y que “nunca fue su sombra, sino su luz”, según asegura Carmen Hernández-Pinzón.

“Juan Ramón vivía y veía por los ojos de Zenobia, en esa casa se hacía, tal y como reconocía el poeta, lo que ella disponía, y nunca al contrario”, se aventura a asegurar la estudiosa Emilia Cortés, en plena coincidencia con la heredera del poeta, tajante al afirmar que Camprubí “no fue sumisa”. “No era la sombra de Juan Ramón, irradiaba luz y tenía una personalidad arrolladora sin la que el escritor no habría conseguido todo lo que logró, entre otras cosas, el Premio Nobel de literatura, que a él no le interesaba”, ha añadido.

En cualquier caso, Zenobia era clara, directa y práctica. Y ello le llevó a ser consciente del genio literario del escritor de Moguer y, por ello, dedicó su vida a facilitarle su labor. “Ella quería ser su alma y que él caminara por el camino correcto. Supo que su obra no valía nada al lado de la de Juan Ramón y renunció para hacer del trabajo del poeta su amor y su vocación”.

No obstante, estos diarios están fechados en su etapa pre-juanrramoniana, desde el año 1905 hasta el 1911, y tienen el encanto de adentrarse en los anchos intereses intelectuales de una mujer muy joven, en su viaje de Valencia, donde vivía con la familia, a Nueva York, donde se instala con su madre y dos de sus hermanos. Es en América donde se forja el carácter de la mujer que después sería: una de las primeras en obtener el carnet de conducir en España, profesora en la Universidad de Maryland (a pesar de no tener el bachillerato) y en el Pentágono, donde impartió clases de cultura española a militares americanos, traductora de Tagore... Sin olvidar facetas tan peculiares como la de decoradora, que le llevó a trabajar en los paradores de Gredos y en la Casa de España de la Universidad de Columbia.

“Muchas críticas apuntan a que Zenobia estaba sometida, a que era la secretaria y enfermera de Juan Ramón... ¿pero qué esposa no habría hecho lo mismo por su marido si estuviera enfermo? Me da mucha rabia que se digan estas cosas”, defiende con vehemencia Cortés. Según esta estudiosa de la mujer del Nobel, los diarios muestran a una joven “autoexigente, disciplinada y con una altísima fuerza de voluntad”.

Gracias a publicaciones como ésta que acaba de ver la luz, Carmen Hernández-Pinzón cree que podrá cumplirse su sueño de ver publicada toda la producción de Zenobia, detrás de la cual ha habido un durísimo trabajo de clasificación, traducción (no hay que olvidar que la mayor parte de los diarios están escritos en inglés) y localización.

Papelitos sueltos

“Ha sido una locura ordenar los textos, muchos de ellos papelitos sueltos, algunos sin fechar, en especial las cartas”, explica Cortés, aclarando que el criterio seguido finalmente para ordenar todos los documentos ha sido la clasificación por los contenidos, más que por la fecha.

Hay grandes temas: su abuela -verdadera matriarca de un clan de mujeres adelantadísimas, independientes e intelectualmente muy activas-, la escuela de La Rábida -que puso en pie para los hijos de los trabajadores y otros niños necesitados-, impresiones sobre sus primas americanas, y el contraste que le supuso el regreso a España, concretamente a Andalucía, después de haber vivido en Nueva York y haber viajado por Estados Unidos y Canadá en unos años de vida “tremendamente activos”, según Emilia Cortés, que asegura que en sus entradas del diario se puede comprobar “el lío de salidas, bailes y actividad que tenía”.

Así las cosas, este Diario de Juventud finaliza poco antes de conocer al que sería el hombre de su vida y su vocación profesional, en una Andalucía que también refleja en estos escritos: “El contraste fue enorme, y así lo manifiesta; Zenobia tuvo una visión bastante crítica, como con todo, pero se sintió bien, se sintió a gusto aquí”.

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