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Todos tenemos o hemos tenido un jefe que en el momento más inoportuno cuenta ese chiste que, desafiando cualquier lógica del sentido común, provoca un desvelo profundo en el alma y una sentida vergüenza por ese tipo que es tu jefe y que al hacerse jefe ha perdido toda la decencia que le enseñó su mamá y toda la humildad que le describió su papá. A veces ese jefe hemos sido nosotros y al contar ese chiste inoportuno, que provoca un desvelo profundo en el alma, nos hemos sentido como si fuéramos dioses y nos hemos sentido así porque simplemente éramos jefes y los jefes pueden hacer y decir lo que quieran y no importa si tienen o no tienen razón, no importa siquiera si lo que dicen es gracioso o no porque ellos marcan el ritmo, ponen la música y nos insultan con la letra.
A lo largo de los años, polvareda de cosas ni tan buenas ni tan malas, he alcanzado a conocer a algunos de esos “jefes” que no son especialmente graciosos, que no son especialmente inteligentes, que no son especialmente casi nada y que sin embargo tienen un elemento en común: el de saber contar un chiste inoportuno en el momento más inoportuno y ser tan inoportunos que ni siquiera son conscientes de su falta de oportunidad aun cuando el chiste no provoca más carcajada que la suya propia, que es ruidosa y llega como un alarido de estupidez.
Desde mi quinto piso y sobre el infinito silencio que cobija a la ciudad y que es deliberadamente molesto por ser como un mantra que esconde el nombre que describe a la muerte, me acuerdo de alguno de esos jefes, de aquel que describió con un cuchillo el nombre de unas muchachas a la que iba a despedir y lo hizo entre sonoras carcajadas y vomitando sobre un chiste que era su propia réplica o de ese otro que convirtió la vida de quienes le amaban en un chiste de dolor y desprecio, y al acordarme no siento absolutamente nada, es como si nunca los hubiera soportado, como si nunca hubieran existido. Y así en este nuevo día de confinamiento descubro que los recuerdos tienen el valor de los combates que otros dijeron que habíamos perdido y que nosotros ni siquiera habíamos peleado porque el chiste resultó tan inoportuno que simplemente habíamos dejado de escuchar y sin preguntar habíamos tomado otro rumbo hacia lugares imaginados, soñados o sencillamente imposibles.
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