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La Covid-19 se lleva a 2020 al carajo. Las noticias que llegan de cualquier rincón del planeta son, sin rodeos, malas. Y no me refiero a las del FMI o las del Banco de España, que da la impresión de que sus pronósticos podrían venir de una de esas personas que ofrecen la buenaventura a cambio de unas monedas en los puntos turísticos más concurridos. Los gobiernos, salvo unas pocas excepciones, toman decisiones precipitadas porque nunca se habían visto en una pandemia y, seamos sinceros, no saben muy bien cómo gestionarla.
Vemos, sin inmutarnos, cómo se suspenden o aplazan las actividades culturales de los próximos meses, los congresos y cualquier otro evento social. Hasta las grandes tecnológicas dejan de hacer actos públicos: Facebook anunció que no realizará eventos presenciales hasta junio de 2021. Las fiestas de los pueblos empiezan a desaparecer del calendario. Se han suspendido los sanfermines. Este pasado jueves no se celebró San Jorge en las calles y plazas de Aragón.
Los gigantes del comercio minorista, que generan miles y miles de empleos en Estados Unidos, cancelan sus pedidos a proveedores y, en lugar de preparar como otros años la campaña de Navidad, se dedican a despedir empleados. Los medios especulan con la inminente bancarrota de gigantes del comercio minorista, como Neiman Marcus Group.
La hostelería y el turismo tiemblan. Como los demás sectores, no saben cuándo y cómo volverán a abrir. Aunque puedan evitar pagar al personal, otros gastos, como el alquiler de los locales, siguen corriendo. Los restaurantes con estrellas Michelin de Francia, con Ducasse a la cabeza, proponen a su gobierno un plan para la reapertura que incluye, entre otras cosas, reuniones diarias del personal de media hora para analizar cómo mejorar los errores cometidos en la jornada anterior, y vídeos y correo electrónico para advertir a los clientes sobre cómo deben actuar y qué medidas ha tomado el restaurante.
Más próximo a nosotros, un restaurador aragonés me comentaba que cuando recibe llamadas de clientes para aplazar su boda y confirman el número de invitados inicial, les recomienda que hablen con ellos porque es posible que muchos no quieran asistir, pasados unos meses, a una reunión de doscientas personas que deberán utilizar mascarilla durante cinco o seis horas.
Para el sector de la alimentación, que se lleva la mayor parte del dinero que gastamos confinados, tampoco parece que la cosa sea boyante. En España, Mercadona, cuando presumíamos que se estaban forrando, ha anunciado esta semana que ganan un 90% menos por los sobrecostes de la pandemia. Amazon recibe críticas porque por primera vez está decepcionando a sus clientes al no ser capaz de suministrar papel higiénico, guantes o mascarillas porque están agotados o no puede enviarlos en un plazo razonable. Ahora que no queremos poner un pie en la calle para no contagiarnos ni contagiar, resulta que Amazon no nos ayuda a quedarnos en casa.
El parón en la actividad contribuye a que se frene el contagio y se liberen plazas en los hospitales para poder atender a los contagiados. Pero el freno patina en la economía y la pérdida de empleo es tremenda. De un día para otro, millones de personas se han quedado sin ningún ingreso. En Estados unidos, donde no es fácil conseguir ayudas de servicios sociales, la gente que duerme bajo techo tiene miedo porque ve como frente a su casa empiezan a aparcar coches de desconocidos que, al no contar con ningún ingreso dejan de pagar el alquiler, y se alojan en el coche, lo único que les queda.
No sigo, que está quedando demasiado largo. Como dice uno de esos millones de memes que corre por ahí, los años bisiestos no suelen ser buenos, pero a 2020 se le ha ido pronto la mano. Ahora lo que toca es aliviar a todos la larga vuelta a una cierta normalidad. Quienes gestionan lo público van a tener mucho trabajo, más que nunca. No servirán las ocurrencias de asesores y políticos tuiteros si lo que se pretende es que salgamos del enorme agujero en el que todavía estamos entrando. Una buena gestión de los gobiernos, trasparencia informativa y la colaboración de los ciudadanos son algunas de las herramientas básicas para encarar con esperanza el futuro y salir del ‘crash’ económico que genera esta maldita pandemia. Así que toca arremangarse para no perder tiempo.
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