El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Esta semana los vecinos de la localidad de Miedes se encontraron en sus calles con una situación dantesca. Un perro apareció corriendo, muy asustado por las calles de la localidad con una soga alrededor del cuello. El perro de raza Braco-alemán presentaba una profunda herida inciso-cortante en el cuello, provocado por la presión y roce de la soga con la que fue colgado con la intención de que muriera ahorcado. Afortunadamente la cuerda cedió y el animal se salvó milagrosamente de la muerte agónica a la que parecía condenado. Ese mismo día fue recogido por personal de una protectora y trasladado a Zaragoza, donde fue atendido en un centro veterinario y se recupera de sus heridas.
El presunto maltratador, un vecino de la localidad de Belmonte de Gracián, fue denunciado y se recogieron firmas para solicitar una rápida actuación de la justicia, ante hechos cada vez más frecuentes y más impunes.
Dos días más tarde, el mismo vecino de la localidad se saltó la orden de alejamiento decretada a raíz de un anterior episodio violento hacia su exmujer, cogió su escopeta --para la que no tenía licencia, aunque era cazador-- y se trasladó hasta la casa de El Altet, donde su expareja se había trasladado a vivir con el hijo de ambos pues temía hace tiempo por su vida tras anteriores agresiones y amenazas. Terminó pegándole un tiro en presencia del pequeño.
Después de lo sucedido, la indignación social no se ha hecho esperar. De hecho me parece poca, creanme muy poca, la repercusión de estos hechos tan gravísimos y que dejan en evidencia la impunidad del violento y la desprotección de los más inocentes.
Es obvio que algo falla, cuando una mujer tiene que irse a vivir a cientos de kilómetros porque teme por su vida, cuando una persona denunciada por agresiones y con orden de alejamiento sigue teniendo un arma en su casa, cuando tortura y ahorca a su propio perro, y todo esto sucede porque la pasividad y la impunidad no hacen sino alimentar su sed de violencia. El agresor entra en una espiral de maltrato porque puede, porque nadie lo impide, porque no se hace lo suficiente para detenerlo. Y no es hasta que le pega un tiro a su exmujer. Entonces, si, entonces ya vale, entonces ya se pone la maquinaria en marcha.
¿Hasta dónde hay que llegar para tomar medidas contundentes?
¿Agredir a tu exmujer? No es suficiente.
¿Maltratar y ahorcar a tu perro? Tampoco lo es.
No se actúa con contundencia porque socialmente estamos demasiado acostumbrados a la violencia. Se ejerce violencia contra las mujeres, pero siempre recae la sospecha de la incredulidad ( “Claro, a saber…” ) se ejerce violencia contra los animales, pero siempre sale el típico diciendo: “ Solo es un perro, solo es un gato, más les valía preocuparse por las personas, que es lo importante”.
Y al final, nada importa y un tipo acaba agrediendo a su exmujer, amenazándola, torturando a su perro y ahorcándolo con una soga, y todavía no es importante hasta que le pega un tiro con la escopeta que tranquilamente tenía en su casa. Entonces nos damos cuenta que en realidad, todo importaba, que todo está relacionado, que la violencia es violencia, que una vida es una vida, que todos merecen respeto, y que ya vale de excusas y de proteger a estos individuos.
La perrita se encuentra ahora rodeado de buenas personas que desinteresadamente se preocupan de su bienestar y le ayudan a superar el calvario vivido.
Su exmujer fué operada con éxito en el hospital general de Elche y su vida no corre peligro.
Por un violento, hay cientos de personas deseosas de hacer el bien. Despertemos de nuestra apatía y actuemos antes.
Tolerancia cero a la violencia
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