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Por supuesto que la libertad de lectura, edición, expresión, han de estar garantizadas, y las lectoras tienen derecho a divertirse con este tipo de productos, sólo remarco que forman parte de la producción cultural misógina o retrógrada que, en la historia de la cultura, siempre se articula en los momentos en los que las mujeres están luchando colectivamente por ser las dueñas de sus vidas.
A finales del siglo XIX y principios del XX, en pleno auge de la primera ola del feminismo, -el sufragismo-, las mejores obras de la literatura europea retratan a sus protagonistas femeninas como adúlteras, inestables emocionalmente, suicidas… Madame Bovary en Francia, Ana Karenina en Rusia o La Regenta en España. La Tristana de Galdós es una joven idealista que no quiere ser ni amante ni esposa, desea ser libre… y acaba con una pierna amputada ligada de por vida al viejo que la quiso seducir. En el último párrafo de esta genial novela, Tristana se ha aficionado a la repostería. La mujer con la pata quebrada y en casa, actualización decimonónica de la recomendación de Fray Luis de León en el S. XVI.
Estos relatos pueden ser interpretados como el discurso de la obsesión masculina por mantener bajo su órbita a las mujeres justo cuando ellas están planteando, como movimiento, un vuelco de la situación: educación, independencia económica, voto. Debe seguir siendo primordial que el mandato fundamental para las mujeres sea servir –querer, apoyar, cuidar, sostener- a los hombres: sus planes, su visión del mundo y de las relaciones, su organización social, su liderazgo.
Volviendo al presente, ¿cómo conseguir que el relato hegemónico, popular, el que se extiende mediáticamente, se corresponda más directamente con la realidad de millones de mujeres que, independientemente de sus situaciones afectivas, sacan adelante a sus familias, su trabajo, su proyecto de vida, y no con la ficción de que sin la protección de un hombre no somos nada? La respuesta a esta pregunta puede darnos claves para acabar con la violencia machista. De ahí su relevancia. Un porcentaje importante de los crímenes machistas se producen una vez que las parejas han roto, o sea, cuando las mujeres han tomado y puesto en práctica sus propias decisiones. Si la violencia machista está castigando la independencia de las mujeres, ¿Cómo reforzar esta independencia?
Dando más poder a las mujeres, simplemente por equidad. Poder de decisión, poder de actuación, poder tomar las riendas de la propia vida sin penalizaciones. Poder decidir cuánto y cómo cuidamos de los demás, con quién compartimos los cuidados, los domésticos y los afectivos, si tenemos o no descendencia. Poder exigir al estado, a las empresas y a los hombres sus responsabilidades en el sostenimiento de la vida, de las personas, del entorno. Poder articular unos horarios y unos tiempos de trabajo y de descanso adecuados para todxs. Poder hacer, poder ser. Todo esto, sin duda, es poder económico y político, pero va más allá, es también hegemonía cultural, es respetar realmente a las mujeres y considerarlas sujetos de pleno derecho; es comprender que la libertad y el bienestar de las mujeres –y de lxs niñxs- son los mejores indicadores del bienestar común. Y el hecho de que los hombres se ocupen de la casa, lxs niñxs y lxs mayores –por amor, claro, y por justicia - también.
Por supuesto que la libertad de lectura, edición, expresión, han de estar garantizadas, y las lectoras tienen derecho a divertirse con este tipo de productos, sólo remarco que forman parte de la producción cultural misógina o retrógrada que, en la historia de la cultura, siempre se articula en los momentos en los que las mujeres están luchando colectivamente por ser las dueñas de sus vidas.
A finales del siglo XIX y principios del XX, en pleno auge de la primera ola del feminismo, -el sufragismo-, las mejores obras de la literatura europea retratan a sus protagonistas femeninas como adúlteras, inestables emocionalmente, suicidas… Madame Bovary en Francia, Ana Karenina en Rusia o La Regenta en España. La Tristana de Galdós es una joven idealista que no quiere ser ni amante ni esposa, desea ser libre… y acaba con una pierna amputada ligada de por vida al viejo que la quiso seducir. En el último párrafo de esta genial novela, Tristana se ha aficionado a la repostería. La mujer con la pata quebrada y en casa, actualización decimonónica de la recomendación de Fray Luis de León en el S. XVI.