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El portavoz del PP en el País Vasco, Borja Sémper, ha abandonado la primera línea política cansado de las trincheras y de la negatividad destructiva del debate público: “Se pueden tener ideas firmes y respetar al adversario. Es más, es la forma más eficaz de defender las ideas propias. Cuidar el fondo, y cuidar la forma”, afirmó en su despedida.
Su desconexión, que ha sacudido durante unas horas el debate ciudadano, conecta con un estado de desánimo que, según los estudios académicos, se extiende cada vez más en España y en las principales democracias occidentales.
La negatividad de algunos líderes políticos y del debate público, la incapacidad de dialogar y llegar a acuerdos con el diferente, está alimentando un colapso de la confianza de los ciudadanos en la sociedad democrática, en la sociedad de la razón, de la ciencia y del humanismo, de los valores de la Ilustración.
Este colapso de confianza atañe, y de qué modo, a los medios de comunicación social tradicionales y digitales que, en muchos casos, están volcando a diario sus planillas y sus escaletas informativas hacia el antagonismo y el conflicto.
El riesgo ya no es convertir los espacios informativos en carruseles deportivos, el riesgo es asemejarlos a combates de boxeo saturando durante horas y horas de confrontación y negatividad la realidad cotidiana que se está filtrando.
El riesgo es que esa fórmula de espectáculo, de declaraciones y mensajes a todas las horas, de contertulios que saben de todo, de parlamento televisivo con sobresaltos diarios, que raya en ocasiones la histeria emocional, perturbe el sentido de Estado y catapulte a los que golpean más duro: líderes populistas y frentistas como Trump, Bolsonaro, Johnson, Salvini o Abascal.
Hace justamente un año, John Galtung, director del Instituto de Investigación para la Paz de la Universidad de Oslo, advertía en una entrevista en el periódico británico “The Guardian” que “los medios de comunicación dan una imagen totalmente sesgada de la realidad, haciendo que la percepción de la realidad en el público se vuelva excesivamente negativa. Esto da forma a lo que la gente está haciendo. Y da forma a los políticos, los hace negativos en lugar de poner el énfasis en el bien de la sociedad que quieren construir. Se vuelven innecesariamente competitivos en lugar de ser cooperativos”.
En esa entrevista del periodista danés Ulrik Haagerup, Galtung, que definió la esencia del periodismo hace ya 55 años sobre las bases de la importancia y la novedad, apuntaba que si las noticias continúan reflejando/filtrando el mundo de esta manera antagónica se generará una negatividad extrema y “una tensión creciente entre el centro y la periferia, tanto a nivel nacional como global”.
Una reflexión que nos evoca las tensiones colectivas y territoriales dentro del mundo, de la Unión Europea y de España, ya no solo de los nacionalismos históricos sino también de la España despoblada, con baja actividad económica, masculinizada y envejecida. El síntoma de Teruel Existe. A la periferia se le está dando poca autonomía frente al centro que, cual remolino, continúa atrayendo la actividad productiva y de conocimiento, la población y la toma de decisiones, y eso está contribuyendo a enfatizar el conflicto, a polarizar y no a conciliar.
Galtung, que participó entonces en Ginebra en la Conferencia anual sobre periodismo constructivo, advertía que lo que están haciendo los medios de comunicación está incompleto, que se están perdiendo una parte importante de la imagen del mundo al propagar la confrontación, la tensión y la sensación, sobre la colaboración, la resolución y la compasión. Algo que les está haciendo perder crédito a chorros entre los ciudadanos.
Ese diagnóstico lo están confirmando estudios académicos, como por ejemplo los del Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford, que dicen que las noticias pesimistas hacen que las audiencias se sientan impotentes y menos propensas a participar en la solución de los problemas globales.
Es el popular “paso de todo” que va ligado también a la progresiva pérdida de confianza y descuelgue de los medios de comunicación. O, visto de otra manera, la limpieza de mente para disfrutar de tu espacio individual, de tu red de afectos y de seguridad.
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