Felicita Barrera, médica rural: “No somos chamanes ni locos románticos, trabajamos por la salud de los vecinos”
Para sus pacientes no es una médica más. Dicen que les da confianza porque tiene ojo clínico y sabe si hay algo que “no le gusta” solo con verles la cara cuando atraviesan la puerta de su consulta en el centro de salud de Trevías, en Asturias. Felicita Barrera Fernández, Feli, es médica de familia en la zona rural de Valdés, que conoce al dedillo tras seis años recorriéndolo con su coche para atender a los vecinos. Su profesión le apasiona y su vocación se nota en cada charla, en cada consulta y en el trato con sus pacientes, a lo largo de la jornada que esta doctora ha compartido con elDiario.es.
“No somos chamanes, ni locos románticos. Somos médicos de familia que buscamos curar la salud de los vecinos de la zona rural”, explica Feli, que se declara “feliz” en Trevías, en el consultorio periférico de Cadavedo o cada vez que se desplaza a sus domicilios para atender una urgencia si ellos no pueden acudir por sus propios medios.
La pasión de esta doctora por la medicina de familia es la misma que reconocen muchos de los más de 40.000 profesionales de Atención Primaria que hay en toda España y que, en los últimos meses, han reivindicado su trabajo, sus condiciones laborales y la posibilidad de prestar una atención de calidad a sus pacientes. Feli prefiere evitar cualquier conversación que gire en torno a la cita electoral del 23 de julio o que dé una visión negativa de su profesión. En este entorno rural no se aprecia, todavía, la cercanía de unas nuevas elecciones.
En el centro de salud de Trevías hay asignados cinco médicos, cinco enfermeras y una sola pediatra, porque hay pocos niños. En este municipio se atiende a una población que ronda las 3.000 personas. Feli es la que tiene un cupo mayor, con 760 pacientes a los que dedica una media de 15 minutos por consulta. Estos número superan, por mucho y para bien, las recomendaciones de todas las sociedades y expertos. El Ministerio de Sanidad propuso un plan en el que marcaba como objetivo que cada profesional médico de primaria tuviera asignados, como mucho, 1.500 tarjetas.
Desde la Sociedad Española de Medicina llevan tiempo señalando que los pacientes no van al peso. En el reparto hay que tener en cuenta el nivel socioeconómico, el envejecimiento y, como es este caso, la ruralidad. “Es todo un lujo tener este cupo”, reconoce Feli. Sobre todo, si se compara con el que tienen asignados los médicos de la zona urbana asturiana, con una horquilla que va de 1.200 a 2.000 pacientes de media, lo que se traduce generalmente en una gran saturación y escaso tiempo de atención. Esta casuística no es propia del Principado. En España, más de la mitad de los facultativos de Primaria tienen más de 1.500 personas asignadas.
El principal problema para los vecinos es la dispersión geográfica, tan propia del entorno rural y que les impide acercarse al centro de salud si no cuentan con vehículo particular. A Feli no le disgusta conducir, pero tampoco tiene que hacerlo mucho. Según sus cálculos, no hace más de 30 o 40 kilómetros a la semana. Esta mañana la acompaña en la consulta la médica de familia Marta Pérez Quiroga, que va a sustituirla dentro de un par de semanas cuando se vaya de vacaciones. En este centro de salud, dicen, “los pacientes se adoptan”.
Manolo Suárez Mayo y su mujer, Edelmira Gayo Castro, tienen 73 años. “Somos unos nenos'', apostilla el marido. Son los primeros en llegar al centro de salud esta jornada. Él pasa una revisión semanal porque es un paciente con enfermedades crónicas: tiene diabetes y problemas respiratorios y cardiológicos por los que toma 21 pastillas a lo largo del día, además de utilizar un inhalador. En la localidad hay tres farmacias y una gran interrelación entre los farmacéuticos y el equipo médico. Esto permite que a los pacientes de más edad o con más medicación y más susceptibles de confundirse con las tomas les preparen los pastilleros o que se avise ante cualquier cambio en la receta electrónica.
“Aquí venimos contentos”, cuenta la pareja, que vive en la localidad de Carcedo, a unos siete kilómetros de distancia. Han llegado a Trevías en su propio coche, con Manolo al volante. “A mi edad todavía puedo conducir”, dice con orgullo. Como ya es julio, están preparando las maletas para ir de vacaciones a El Bierzo y la consulta con su médica es el último trámite antes de marchar. “Nos vamos para 'ir a secar', por el tema de los bronquios”, comenta el matrimonio que es padre de tres hijos: Santiago, Enrique y María Antonia, y abuelos de seis nietos. “Dos de cada hijo”, puntualiza Edelmira.
Feli es una más de la familia. Sacó p'alante a nuestro hijo cuando cayó de un andamio en una obra en Avilés. Manolo también estuvo muy mal y la médica vino a casa de madrugada. Ahora podemos ir de vacaciones a El Bierzo a secar por el tema de los bronquios
“Hoy está perfecto”, dice la doctora, que hace poco tuvo que acudir a su casa de madrugada por un susto del que se está recuperando. Manolo está “muy contento” con su médica porque la conoce desde que llegó hace seis años al centro de salud y comenzó a tratarle. Él utiliza una maleta con oxígeno y su aspecto físico general es bueno. Está muy satisfecho porque la auscultación ha ido bien y está evolucionando mejor. Él es un buen paciente, muy disciplinado y obediente. Cuando Feli le mandó una tabla para hacer unos ejercicios de fuerza en casa, se compró hasta unas pesas de dos kilos para poder hacerlos. Solo le puso una condición a su médica cuando le hizo una fotografía para enviársela a su enfermera. “No me pondrás en TikTok, ¿verdad?”, cuenta entre risas.
Su mujer ratifica que siempre “da gusto” ir al centro de salud porque los médicos les atienden muy bien a los dos. También su hijo Santiago es paciente de Feli y el matrimonio está especialmente agradecido a la médica porque ella “le sacó p'alante” cuando cayó de un andamio en una obra en Avilés. “Es una más de la familia”, afirma Edelmira, que se deshace en elogios hacia todas las médicas del centro de salud, Patricia Lougedo, Cruz Pérez y también Aurora, que ya se jubiló.
Sin pérdida de tiempo, nada más salir el matrimonio, Feli efectúa la primera de las consultas telefónicas de la jornada. Tras hablar de los resultados de una analítica, Jesús, hijo de un paciente, le pregunta si habrá posibilidad de disponer de una ambulancia para trasladar el próximo lunes a su padre a una consulta programada al centro de salud mental. La profesional asume la gestión y se coordina con las administrativas Sofía Parrondo y María Flor Castro.
Otros nueve pacientes están citados esta mañana en Cadavedo, donde la doctora pasa consulta los martes y los jueves. Feli coge su maletín de Atención Urgente y con su coche se desplaza hasta el consultorio periférico que se ubica en su “pueblo de mar”, como ella lo denomina. Los pacientes habituales presentan problemas respiratorios, de cardiología, hipertensión, diabetes, patologías lumbares y otras urgencias. En este consultorio no cuentan con personal auxiliar. El equipo sanitario lo forman únicamente la enfermera Laura Maseda y Feli, que se encarga de abrir con su propia llave.
La sidra apenas tiene alcohol. ¿Por qué no puedo beber un poco en la fiesta de La Regalina? ¿Pero esto afecta también al chorizo?
José Ángel ha acudido a la consulta acompañado de su mujer Marigel para un seguimiento “estrecho” de su evolución. Ha sufrido un ictus y tiene que seguir un control de sintrom, el fármaco que evita que su sangre se coagule. Feli ha estado en coordinación con el cardiólogo y los hematólogos que le han tratado en el Hospital de Jarrio, en el concejo de Coaña, y, después, con los facultativos del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), donde ha estado ingresado durante un mes.
“Después de un mes echado en el hospital y seis inyecciones, ¿Cómo voy a estar?”, inquiere José Ángel. Pero Feli enseguida le tranquiliza: “Estás perfecto. Estás aquí y sin secuelas después de haber pasado un ictus”. Pero hay algo que le preocupa. La médica le acaba de advertir que este año, en las fiestas locales de La Regalina, que se celebran entre los días 26 y 29 de agosto, no puede beber ni una gota de alcohol. La sidra apenas tiene alcohol, rebate José Ángel. Ella le insiste: “Nada de sidra”. “¿Pero esto afecta también al chorizo?”, repregunta el paciente. La facultativa le recuerda que tiene que seguir una dieta y que, aunque le cueste, será mejor para él continuar con esta buena evolución. Además, es una persona muy activa y explica que sigue trabajando en su huerta y que tiene gallinas.
En la sala de espera se encuentra Tamara, de 40 años. Allí nunca hay aglomeraciones. De hecho, está sola cuando se presta a ser fotografiada para este reportaje. Hoy la cita es para ella, aunque en otras ocasiones va acompañando a su abuelo. Si necesita llevarle al centro de salud de Trevías un lunes, miércoles o viernes, cuando el periférico de su pueblo está cerrado, tiene que hacerlo en coche. Otra paciente que prefiere no ser identificada lamenta que en situaciones así siempre tienen que “pedir favores” a sus vecinos porque no dispone de vehículo, en el pueblo solo hay un taxi y si tiene que pedirlo, le supone “mucho gasto”. “Tampoco hay un autobús con el que pueda ir y esto es un problema para las personas mayores como yo”, se queja.
Feli lo es todo. Es mi médica, mi psicóloga, mi amiga. Nunca nos dio largas y siempre que la necesitamos, ahí está
Una vez que las dos pacientes han sido atendidas entra en la consulta Juan Valles. Él es “uno de los habituales”, porque sus revisiones son continuas. A sus 42 años, ya está jubilado por enfermedad. Trabajaba en una serrería y reconoce que retirarse a su edad no ha sido fácil, sobre todo anímicamente. “Ahí estamos, peleando”, son sus primeras palabras al preguntarle cómo se encuentra. La neuropatía que padece es muy compleja y condiciona su vida. Dependiendo de los días, su estado oscila “del blanco al negro” y el estado físico de cada jornada va pareja al de ánimo. Feli ha llegado a atenderle en estado “muy crítico”, asegura, y este jueves se alegra porque “le he visto muy bien”.
“Feli lo es todo. Es mi médica, mi psicóloga, mi amiga. Nunca nos dio largas y siempre que la necesitamos, ahí está”, corrobora Juan, que preside la asociación San Pelayo de Tehona. Hace poco han organizado un curso de reanimación cardiopulmonar (RCP) al que asistieron vecinos en una amplia horquilla de edad. Desde los 9 años de su hija a personas de hasta 80 años. “Fue todo un éxito”, resume.
Celedonio, Fernando y Marta son los siguientes de la lista que tienen consulta en Cadavedo. Feli es muy empática con ellos al verles llegar al consultorio periférico. Les pregunta sobre su día a día y ellos se muestran agradecidos por su interés.
A sus 87 años, Celedonio tiene silicosis de grado 3. Está acompañado de su hija Elvira. Cuando Feli le pregunta cómo se encuentra, le responde que sale poco a caminar, que está cansado y apenas come. La última vez que acudió a la consulta presentaba fiebre alta y empezó a temblar. Feli le derivó al hospital y cuando vio la radiografía que le hicieron apreció “un piquito de neumonía”. Elvira incide en que cada vez tiene menos ganas de comer y no prueba las proteínas. Sólo a veces le pide que le cocine algo un poco más consistente. “Le gustan las tortillas de pan”, comenta, que Feli conoce como “formigos”.
Salgo poco a caminar, estoy cansado y como poco porque casi no tengo hambre. Con el antibiótico no me dejaba tomar mi vaso de vino diario. Pero la médica me ha dicho que ahora que ya acabé el tratamiento ya me lo puedo tomar ¿verdad?
“Para recuperar ahora, lo que menos les apetece comer es justo lo que más necesitan”, explica Feli, que le recomienda a Elvira que introduzca proteínas en la alimentación de su padre. Necesita que coma carne, pescado o huevos caseros, pero Celedonio insiste en que no tiene ganas. “Las cueces todo picado para que lo coma sin darse cuenta”, aconseja la médica. Pero aún hay un tema pendiente, por el que Celedonio está bajo de ánimo. Por culpa de un antibiótico le han suspendido su vasito de vino diario en la comida. Al final, sale en la conversación. Y la médica, rápidamente, le sube la moral. Ahora que ya no tiene que tomar la medicación le permite volver a esa rutina, pero él tendrá que comprometerse a tomar las proteínas. Celedonio marcha contento de la consulta. “¿Me ha dicho que me puedo tomar el vino, verdad?”, inquiere con una sonrisa de oreja a oreja. Feli asiente. Reconoce que a sus 87 años la calidad de vida de Celedonio no va a empeorar por ese vaso. Al contrario. “En estas ocasiones es mejor ser flexible”, admite la médica.
Esta consulta es el ejemplo perfecto de la necesidad de contar con tiempo suficiente para atender a los pacientes y, sobre todo, hablar con ellos. Conocer a la persona que se sienta al otro lado de la mesa, sus antecedentes, sus problemas o incluso 'negociar' las rutinas es algo que no se puede hacer en dos o tres minutos. Este es el tiempo del que disponen algunos médicos de familia de las zonas más pobladas y con centros de salud más saturados. Si Feli dispone de 15 minutos por consulta, desde hace años una de las reivindicaciones del personal médico de primaria es disponer de al menos 10, algo que en algunos casos supondría duplicar el tiempo actual.
Las dos últimas consultas presenciales en Cadavedo son las de Fernando y Marta. Una vez finalizadas sus respectivas revisiones, comienzan las consultas telefónicas. En la primera, la doctora le da una grata noticia a la paciente. Ya tiene los resultados de una analítica y son favorables. No hay que preocuparse. “Muchas gracias, cariño”, le responde exultante la mujer al otro lado del teléfono. A continuación, un familiar de otro de sus pacientes le comenta que el enfermo evoluciona mejor y ya pasea por los alrededores de la casa.
La enfermera Laura Maseda trabajó siempre en hospitales desde que acabó la carrera en 2016. Empezó su trayectoria profesional en un hospital privado de Gijón y de ahí se trasladó durante un año a otro en Tenerife. Y, de nuevo, dio otro rumbo a su vida cuando se fue a vivir a Madrid para ejercer en el Ramón y Cajal, donde permaneció durante tres años. Su último destino antes de su trabajo actual en Cadavedo fue el hospital de Jarrio, en Coaña. “Allí roté por todas las plantas, desde laboratorio a consultas. Cuando me ofrecieron el contrato actual de sustitución por una baja no me dieron a elegir si quería ir a un hospital o realizar Atención Primaria y la verdad es que yo era un poco reticente. Si hubiera podido elegir en ese momento habría dicho que prefería ir al hospital”, comenta.
Ahora, no cambiaría la medicina rural: “La verdad es que me gustaría quedarme en Atención Primaria. Aquí te organizas tú la agenda, las curas, conoces a los pacientes y, además, es un trabajo de equipo con el médico. Todo es más familiar. También hago tres guardias al mes y estoy encantada con Feli, que es una gran profesional”. Una vez terminada la jornada en Cadavedo, la doctora regresa al centro de salud de Trevías donde continúa programando otras consultas.
La verdad es que me gustaría quedarme si pudiera en Atención Primaria. Aquí te organizas tú la agenda, las curas, conoces a los pacientes y además es un trabajo más de equipo con el médico. Todo es más familiar
Feli es una clara defensora de la medicina rural, que recomendaría sin lugar a dudas a las generaciones de jóvenes, y lucha contra los mitos de que en los pueblos no hay tecnología ni medios. “No disponemos de una alta tecnología, pero sí tenemos lo básico. Hacemos teledermatología, contamos con un pequeño ecógrafo que hemos conseguido por lograr unos objetivos como Unidad de Gestión Clínica el año pasado y nos formamos en la ecografía con un curso”, especifica. Además, cuentan con médicos residentes rotantes y todos los viernes cierran la consulta, durante dos horas, para realizar sesiones clínicas que imparten entre la plantilla de médicos o con residentes o con expertos llegados de otras zonas.
“Intentamos formarnos en todos los avances médicos que se registran para llevarlos hasta donde podamos, teniendo en cuenta nuestras limitaciones geográficas y de accesibilidad, pero intentamos estar formadas siempre. No cabalgamos en la tradición, sino que intentamos tener formación continuada por nosotros mismos, nuestros residentes y por el bien de los pacientes, intentando que se tengan que desplazar lo menos posible y para poder ayudarles que es nuestro último objetivo”, señala Feli, que recuerda su declaración de intenciones inicial: “Somos médicos que trabajamos por la salud de los vecinos de la zona, para que mejoren su calidad de vida”. Y remata con una frase: “Quiero que quede muy claro: yo soy muy feliz como médica rural”.
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