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El coche volador puede ser más eficiente que el de gasolina o el eléctrico en largas distancias

Recreación de un taxi volador sobre un centro urbano.

Laura Rodríguez

Desde que en 1926 Henry Ford tuviera la visión de crear un coche que pudiera moverse por encima del suelo, la idea de los vehículos voladores ha llenado nuestro imaginario. Películas como Regreso al Futuro, cómics como Batman, dibujos animados y videojuegos han fantaseado con la idea de que, algún día no muy lejano, podremos salir de casa por la azotea en vez del garaje. 

Parezca esto un absurdo o no, lo cierto es que la tecnología va avanzando y, aunque de momento resulte poco plausible, cada vez parece más cercana la comercialización de este tipo de vehículos. En este momento hay más de 70 compañías con diversos modelos, algunos tan desarrollados como Terrafugia o Aeromobil. Pero ahora un grupo de científicos de la Universidad de Michigan se plantea, por primera vez, si eso sería realmente sostenible y favorable para el medio ambiente. Su estudio, publicado hoy en Nature Communications, llega a una conclusión imprevisible: en ciertas circunstancias podrían resultar incluso más eficiente energéticamente que los coches eléctricos.

“En ciertos escenarios, los coches voladores podrían tener un lugar en un ecosistema de movilidad sostenible”, explica Jim Gawron, uno de los investigadores que ha participado en el estudio. “Por ejemplo, si voy a viajar desde Cleveland a Detroit, con un recorrido de unos 140 km donde hay que sortear el gran lago Erie, resulta más eficiente viajar en un coche volador con otras dos personas que conducir mi propio vehículo eléctrico. Las dos variables fundamentales para la eficiencia serían la distancia que recorre y el número de personas a las que transporta”.

Para llegar a estas conclusiones, el trabajo publicado en Nature comparó el impacto de los vehículos eléctricos aéreos basados en el despegue y aterrizaje vertical con automóviles de gasolina y eléctricos en distancias de 5 a 250 Km. Asumió que en el primer caso, al tratarse de un transporte con mayores dificultades y costes, el número medio de ocupantes sería tres pasajeros y un piloto, mientras que en los autos convencionales propuso una media de 1,54 viajeros. El resultado fue que a partir de 100 km los coches voladores empezaban a ser rentables energéticamente y, en algunos casos, la opción más ventajosa como aquellos con rutas con fenómenos geográficos difíciles o grandes niveles de tráfico.

“Los vehículos aéreos de este tipo usan grandes cantidades de energía en los procesos de despegue y subida y en los de bajada y aterrizaje, pero son muy eficientes en el proceso de desplazamiento en vuelo, especialmente los modelos que utilizan alas con rotores múltiples para facilitar la elevación”, explica Gawron. “Si además añadimos a esto que reducen el tiempo del viaje y que ello podrá motivar que se desarrollen para uso colectivo, se puede hablar de una ganancia en eficiencia”.

En realidad, la idea que este estudio sugiere como más apropiada en cuanto al uso de energía y cantidad de emisiones se correspondería más al del taxi aéreo que al del coche individual. Suena totalmente loco, pero esto lo que está desarrollando Uber a través de su programa Uber Elevate, en el que en apenas tres años quiere empezar a ofrecer vehículos voladores en varias ciudades para sus servicios.

Para los investigadores, este sistema puede llegar a tener sentido. Pero siempre y cuando solo se use para las distancias relevantes, algo que como apuntan en su trabajo solo correspondería a una minoría de casos, pues menos del 15% del total de los viajes que se realizan superan los 35 km. O al menos este es el modelo más eficaz de momento. “A medida que las baterías mejoran y se incrementa la densidad energética se puede reducir el tamaño y el peso de estas piezas y conseguir vehículos con mayor capacidad energética, más ligeros y capaces de recorrer distancias mayores”, apunta con optimismo el investigador.

Así que, aunque todavía estemos lejos de la ciudad futurista de Blade Runner, nos vamos acercando. Para algunos, un sueño hecho realidad, para otros, un exceso de tecno-optimismo.

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