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¿Es el oso polar un buen símbolo de la emergencia climática?

Los osos polares son una de las especies que más amenazados ven su hábitat natural.

Laura Rodríguez

Este martes, un oso polar desorientado y hambriento vagaba por la ciudad siberiana de Norilsk, a 800 kilómetros de su hábitat natural. No es la primera vez que se da un episodio de este tipo, y la primera conclusión suele ser asociar el triste rumbo de este animal al progresivo deshielo por el efecto de la crisis climática. Pero ¿hasta dónde esto es así?

Hoy en día, todos tenemos una imagen de lo que supondrá el cambio climático. Para algunos será sobre todo un mundo con sequías, incendios o veranos más calurosos; para otros, continuas inundaciones, huracanes o costas que desaparecerán con la subida del nivel del mar; pero casi seguro que a la mayoría nos vendrá a la mente en algún momento la desaparición del hielo en el polo Norte, y, como consecuencia, la extinción del oso polar.

El deshielo del Ártico, que está sucediendo a una velocidad mucho mayor de lo previsto, así como el declive de su animal más majestuoso, se ha convertido en las últimas décadas en el icono más representativo del cambio climático. En 2006, la revista Time ilustró su número especial sobre este fenómeno con una fotografía de un oso polar inclinado en la punta de una pequeña placa de hielo a la deriva; en 2013 Greenpeace construyó un robot animado del plantígrado del tamaño de un autobús de dos pisos para protestar por la perforación petrolera y la organización WWF ofrece un pack con un osito de peluche en el que adoptas simbólicamente a un ejemplar de este animal.

Pero, como todos los símbolos, el oso polar también ha suscitado variadas polémicas. Por un lado, porque los datos de su situación actual resultan, a primera vista, inesperados. Por otro, porque la necesidad de transmitir de forma simple un tema tan intangible como el calentamiento del planeta lleva consigo ciertas concesiones que los individuos que niegan el cambio climático utilizan para avivar el debate o justificar sus posiciones.

Algo así es lo que ocurrió con el vídeo que National Geographic publicó en 2017 sobre un oso polar desnutrido en un paisaje rocoso con apenas unas diminutas motas de nieve y sin ninguna señal de hielo. En las imágenes el animal apenas puede andar. Con ayuda de las patas delanteras, arrastra su cuerpo como una caja de huesos, rebusca en unos bidones de hierro oxidados lo que adivinamos como desperdicios de petróleo y, finalmente, se derrumba en lo que ya parece que será su final.

El vídeo apareció en todas las televisiones del mundo y lo vieron más de 2.500 millones de personas en menos de dos semanas desde su publicación. Sin embargo, levantó tantas voces críticas cuestionando si el animal no estaría enfermo, que National Geographic tuvo que publicar una explicación en la que puntualizaba que no podía asegurar que el estado desolador del oso fuera una consecuencia directa del cambio climático. “Era de esperar que los grupos que niegan el calentamiento del planeta respondieran atacando”, explica Cristina Mittermeier, una de las fotógrafas y bióloga marina que filmó la secuencia. “Pero a pesar de la reticencia a aceptar la ciencia o las informaciones falsas que transmitieron los medios de comunicación, quizá fue la controversia lo que hizo viral esta pieza”.

Tanto ella como su compañero de trabajo, Paul Nicklen, enseguida aclararon que, a pesar de los efectos que habían observado en el Ártico, era imposible corroborar los motivos de la desnutrición de un oso concreto. Pero también afirmaron: “Si queremos tener éxito en la conservación; necesitamos apelar a las emociones de la gente. Necesitamos romper las murallas de la apatía. Y eso no va a ocurrir solo compartiendo datos científicos”.

La verdad es que también los datos científicos se pueden manipular o al menos sacar fuera de contexto. Andrew Derocher, un profesor de biología de la Universidad de Alberta en Canadá que lleva estudiando los osos polares en el Ártico desde hace más de 36 años, asegura que él ha tenido que refutar a muchos periodistas que llegan con información errónea que han encontrado en Internet, y que aún recibe tuits que le recriminan que en la actualidad haya más osos polares que en el año en el que nació Al Gore. Hasta cierto punto, estas personas manejan datos que son ciertos, pero “es como si te dicen que una persona que fumaba todos los días vivió hasta los 100 años. ¿Eso quiere decir que sea una información relevante?”, explica algo molesto.

Quizá por su ubicuidad como icono del calentamiento de la Tierra, muchos grupos e individuos que niegan el cambio climático utilizan la peculiar situación de los osos polares para apoyar sus teorías, no tanto facilitando información que contradiga las investigaciones que aparecen en las revistas científicas sino generando dudas sobre algunos datos que aparecen en ellas. “Nuestra comprensión del cambio climático desde la física es muy bueno, por eso es más fácil confundir a la gente sobre sus efectos”, asegura Derocher.

En el caso del oso polar, el equívoco resulta de lo más tentador. En contra de la creencia popular, algunas poblaciones de osos polares han aumentado en las últimas décadas y, aunque esto sea más polémico, puede que la pérdida del hielo en el Ártico, o mejor dicho, la pérdida de hielo grueso, tenga que ver en parte con ello. No resulta difícil imaginar que un hecho de este tipo se utilice para negar las alarmas de la extinción de esta especie. Aunque, en realidad, aquí también hay una trampa.

“En 1973, las cinco naciones del Ártico firmaron un acuerdo para controlar la caza de este oso”, explica Derocher. “Durante los años 50, los 60 e incluso principios de los 70, la cacería aumentó drásticamente a nivel comercial. En Alaska se mataban osos desde avionetas y en Noruega desde grandes embarcaciones. No resulta tan sorprendente que la población haya tardado 30 años en ciertos lugares para recuperar su número natural”.

Además, no a todos los osos polares les va bien. Todd Atwood, un investigador del Centro Científico de Alaska, Alaska Science Center, explica que la situación depende de la zona. “De las 19 poblaciones de osos polares que hay en el Ártico, tres ya muestran claros signos de declive. Hay otras poblaciones que parece que están estables o incluso aumentando su número. Y finalmente, otras en la zona de Rusia de las que apenas tenemos información”. En cualquier caso, el supuesto beneficio de un hielo cada vez más temporal y delgado no parece alterar demasiado los datos. Según Derocher, se trata de un aspecto más especulativo que corroborado y, al fin y al cabo, siempre transitorio. Para Atwood, incluso convencido de que tendrá un efecto positivo en algunas poblaciones, apunta también que afectará solo un breve periodo de tiempo.

De modo que los números coinciden con las predicciones de todas las publicaciones científicas. No parece que los osos polares vayan a desaparecer de repente, ni en los próximos 20 o 30 años, pero si la pérdida de hielo marino continúa como en la actualidad es probable que estos animales empiecen a resentir el deterioro de su hábitat a mediados de nuestro siglo. “Sin hielo no pueden acceder a las focas, que son su principal fuente de alimento”, explican los dos investigadores.

No obstante, Susan Crockford, una zoóloga de credenciales muy dudosas con uno de los blogs más influyentes y polémicos sobre osos polares, Polar Bear Science (La Ciencia del Oso Polar), ha conseguido difundir con más o menos éxito el mensaje de que los osos polares no están amenazados por el cambio climático, descontextualizando la idea de que en varios lugares su población ha llegado incluso a aumentar.

Sus opiniones no tienen ninguna verificación científica: todas las referencias que ofrece en su página web aluden a sus propios trabajos, ninguno de los cuales ha sido sometido al control de expertos de las publicaciones revisadas por pares, o a otros estudios que, si uno los lee con detenimiento, solo corroboran los datos confirmados por biólogos como Atwood o Derocher. Sin embargo, según un estudio que se publicó en 2018 en la revista Bioscience, el 80% de los blogs que negaban el cambio climático usaba sus artículos para justificar sus argumentos. Y lo más preocupante, sus observaciones han aparecido también en medios de gran difusión como Daily Mail, Washington Times, la cadena pública canadiense CBC, Forbes o el periódico español Libertad Digital, como uno puede comprobar a través de una rápida búsqueda en la herramienta 'Noticias' de Google.

“Los osos polares generan mucho interés en aquellos que niegan el cambio climático porque gracias en parte al acuerdo de 1973 que comenzó un seguimiento exhaustivo de este animal, tenemos muy buena información sobre ellos, así como de los efectos que en sus poblaciones provoca la desaparición del hielo marino”, asegura Derocher. “Crear dudas entre la relación del cambio climático y los osos polares es un objetivo prioritario”, incide.

Los científicos que estudian esta especie, sin embargo, no parecen cuestionar este aspecto. “La principal amenaza para la supervivencia del oso polar a largo plazo es la pérdida de su hábitat”, explica Todd Atwood. “También la exposición a los metales pesados y a los compuestos orgánicos persistentes, y en algunas poblaciones como, por ejemplo, la de Alaska, la actividad industrial. Por último, existe el peligro de nuevos conflictos con humanos. A medida que se reduce el hielo del Ártico también disminuyen los meses en los que estos animales pueden cazar focas. Es probable que los osos hambrientos se acerquen con más frecuencia a los pueblos, lo que supone un peligro para sus habitantes, y esto a su vez puede provocar que se use la fuerza para acabar con ellos. El año pasado se mataron varios ejemplares en Canadá después de que una persona muriera por un ataque de un oso. Y más recientemente, tenemos la historia de Belushya Guba en el archipiélago de Rusia, donde 50 osos polares dejaron atrincherados en sus casas a todos los residentes”.

Comunicar el cambio climático es complejo no solo por los conceptos y las incertidumbres, sino porque en muchos contextos se presenta como si se tratara de una opción política. “El cambio climático es un tsunami que se mueve lentamente”, afirma la fotógrafa de National Geographic, Cristina Mittermeier, pero la polémica que suscitó, con la consecuente rectificación que apareció en medios de todo el mundo, quizá supuso más un golpe para su prestigio. “Para mí no hay duda porque he estado allí y cuando escuchas al abuelo inuit decirte que durante 80 años ha estado enterrando la comida en cuevas de hielo y desde hace tres años se le empieza a pudrir, te das cuenta de que pasa algo. Pero creo que es bueno que haya un cierto grado de escepticismo con estas cosas, porque las fake news nos afectan tanto positiva como negativamente”, reflexiona Daniel Beltrá, un celebrado fotógrafo ambiental asentado en Estados Unidos.

“No hay que temer que la gente desconfíe, pero claro, siempre que eso implique profundizar sobre el tema, es decir, no mirar hacia otro lado sino descubrir lo que está pasando”. Algo que, como refleja la historia de los osos polares y su extraña situación de especie en peligro de extinción con poblaciones prósperas, a veces supone ir más allá de lo que vemos a primera vista.

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