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“¿Sabes dónde estaba el azud?” El ecologista y pescador César Rodríguez esboza una sonrisa mientras interroga al reportero, que no atina a acertar con su respuesta. A sus pies corre alegre un río de montaña, el Cabrillas. Tiene unos pocos metros de ancho y cuesta distinguir algún rastro de la pequeña presa que interrumpió su curso hasta hace un año.
Estamos al fondo de un cañón coronado por murallones de caliza, en el corazón de la conocida como ‘Laponia del Sur’. Una tierra de hoces excavadas en la agreste meseta, entre las provincias de Cuenca y Guadalajara, conocida por sus récords de frío y de despoblación.
Aquí se plantó César Rodríguez en noviembre de 2022, con una excavadora y un maquinista de la zona, para derribar dos barreras abandonadas y ‘liberar’ los últimos 25 kilómetros del Cabrillas, hasta su confluencia con el Tajo. Este geógrafo, que había estado allí muchas veces antes con su caña, se emociona viendo fluir las aguas cristalinas. “Esto para el río es vida”, dice.
Es la primera vez en España que estas barreras caen por iniciativa ciudadana, con todo el proceso de demolición liderado por una ONG, AEMS-Ríos con Vida, fundada por pescadores en 1980 para defender los ríos del Alto Tajo.
Pero el caso no es singular. En su Estrategia para la biodiversidad, la Unión Europea plantea eliminar las barreras de 25.000 kilómetros de ríos para 2030, un objetivo que también recoge la Ley de Restauración de la Naturaleza, cerca de su aprobación tras sobrevivir a una furibunda campaña azuzada por el Partido Popular Europeo y la extrema derecha.
En España, la meta de la Estrategia Nacional de Restauración de Ríos es liberar 3.000 kilómetros de cauces. Según el documento, entre 2005 y 2022 se demolieron 648 azudes y presas obsoletas en el país.
“Buscábamos un caso abordable, que también fuera demostrativo, para lanzar un mensaje a la sociedad”, cuenta César Rodríguez, que dirige la ONG. “Los ríos son cada vez más vulnerables y van a serlo más todavía. Tenemos que darles un poco más de capacidad para poder resistir”, explica.
Los ríos son cada vez más vulnerables y van a serlo más todavía. Tenemos que darles un poco más de capacidad para poder resistir
Con el beneplácito del Parque Natural del Alto Tajo y de la Confederación Hidrográfica, eligieron su objetivo: dos azudes de unos tres metros de altura, olvidados y sin uso. Como la inmensa mayoría de los obstáculos que se han tirado en los ríos del país, estos azudes no servían para almacenar agua, sino simplemente para desviarla hacia dos molinos, abandonados desde hace décadas. Aquí, en medio de un espacio natural y lejos de cualquier pueblo, suena especialmente disparatado el bulo de las presas y embalses dinamitados para agravar la sequía. Las obras costaron 85.000 euros, financiadas por un programa de la fundación británica Open Rivers, que apoya la demolición de pequeñas barreras en los cursos de agua de Europa.
Además de parar el flujo del agua, esos obstáculos también detienen los sedimentos que transporta el río. Aguas abajo de uno de los azudes demolidos, Rodríguez se entusiasma al ver todo lo que ha arrastrado la corriente desde su última visita. “Es hábitat para los invertebrados y para los peces”. Y, como justificando su emoción ante unos guijarros, añade: “Estas lenguas de grava son lo que les gusta a las truchas. Los huevos necesitan oxígeno, por eso los ponen en zonas de gravas permeables, por donde va pasando el agua”.
Alguien que conoce bien esas truchas es Raúl Hurtado, un pescador de Molina de Aragón, la capital de la comarca, que acude “cuatro o cinco veces al año” a sus cotos de pesca sin muerte –se captura y después se sueltan los ejemplares–. “Por aquí hay varias presas en desuso, y siempre son una traba para el discurrir de los peces”, cuenta el hombre, que preside una sociedad de pescadores locales que colaboró con AEMS en la restauración. “Estos ríos son una maravilla, son una joya que nos gustaría preservar”, incide.
En las gélidas aguas del Alto Tajo, la especie tiene uno de sus mejores –y de sus últimos– refugios en España, explica la profesora de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid, Graciela Gómez Nicola. La investigadora, que durante su tesis doctoral estudió las truchas del Cabrillas, asegura que el cambio climático las está llevando al límite porque “las condiciones en los ríos ibéricos están empeorando mucho en cuanto al caudal y a la temperatura”. Además, las presas o azudes en los cauces fragmentan y aíslan las poblaciones, reduciendo así su diversidad genética, “que es su seguro frente a los cambios ambientales que están ocurriendo”.
Las condiciones en los ríos ibéricos están empeorando mucho en cuanto al caudal y a la temperatura
Incluso un obstáculo de un par de metros de altura, si no cuenta con un paso de peces que funcione, “es tan infranqueable como un muro de 80”, asegura el catedrático de la Escuela de Ingeniería de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid, José Anastasio Fernández Yuste. “Cuando nos acercamos al río miramos con ojos de hombre, pero hay que ponerse en modo pez. Los seres vivos que acompañan al agua, tanto dentro de ella como en su entorno, necesitan moverse para cumplir sus funciones vitales, para reproducirse, para alimentarse, para refugiarse”, dice el ingeniero.
Con el objetivo de estudiar la mejora en el ecosistema del Cabrillas, la organización Ríos con Vida está haciendo seguimiento con imágenes de dron (con apoyo de WWF España) y tomando muestras de agua para analizar el ADN ambiental (una técnica que permite detectar genéticamente las especies presentes en los ecosistemas acuáticos). Su secretario general está impresionado por la rapidez de los cambios. “Es asombrosa la capacidad que tienen los ríos de resistir, de sobreponerse y de recuperarse por sí mismos”, dice Rodríguez. A su lado asiente Rafael Seiz, de WWF: “Eso es lo mejor de la restauración de ríos, no tienes que hacer nada. Dale tiempo y espacio, déjalo fluir y el río se recupera solo”.
50 kilómetros de río “libres”
Con la demolición de los dos azudes del Cabrillas, se han abierto un total de 50 kilómetros de río –la mitad de ellos, en el Tajo– para las truchas y otras especies. Es una cifra notable teniendo en cuenta que una barrera corta el paso a los ríos en España cada 1,1 kilómetros (la media en Europa es de una cada 1,3 kilómetros), según un estudio publicado en la revista Nature en 2020. Ese trabajo, fruto de un enorme esfuerzo de investigación en 36 países, encontró más de 1,2 millones de obstáculos en los ríos: la mayoría, de menos de dos metros de alto, y muchas de ellas en desuso.
Oficialmente, España tiene inventariadas más de 19.000 barreras transversales en los ríos de demarcaciones intercomunitarias, pero el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico estima que “en realidad hay muchas más, decenas de miles de obstáculos –generalmente en desuso– que no figuran en inventarios ni registros oficiales”.
“Hemos ido dejando ruinas en los ríos sin saber, o sin querer saber, todo el daño que podemos hacer con eso”, reflexiona el secretario general de AEMS-Ríos con Vida. En el caso del Cabrillas, ninguno de los dos azudes tenía propietarios, y uno ni siquiera estaba registrado oficialmente. Del viejo molino al que llegaba el agua solo quedan los muros de piedra recubiertos de musgo, un pilar de madera de sabina y las enormes muelas, tapadas ya por los árboles y la maleza. Pero los obstáculos seguían ahí, cortando el paso al río.
Hemos ido dejando ruinas en los ríos sin saber, o sin querer saber, todo el daño que podemos hacer con eso
Pese a ello, Rodríguez cuenta que la primera reacción de los ayuntamientos locales, que dieron permiso para las obras, fue de oposición. “La gente de primeras se queda a cuadros. ‘¿Pero a santo de qué vas a tirar esto?’”, recuerda. Muchas veces se desarrolla “un vínculo afectivo” con estas obras, dice Fernández Yuste, el ingeniero de la Universidad Politécnica de Madrid. En un caso que estudiaron, a una presa abandonada iban los novios de la zona a hacerse las fotos de boda, porque “caía una lámina de agua y quedaba muy bonito”. “Hay que analizar toda la problemática, la ambiental pero también la social, y buscar soluciones de compromiso”, plantea.
El pescador y ecologista advierte: “La opinión pública se ha radicalizado y se ha polarizado con estos temas. Somos como peces nadando a contracorriente, y la corriente es muy fuerte. Hay avances porque la sociedad avanza. Pero hay serios riesgos de retrocesos y pasos atrás”.
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