Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

Éste es el boletín personal de Ignacio Escolar, en exclusiva para socios y socias de elDiario.es: una carta semanal en agradecimiento a nuestra comunidad por su apoyo con claves, datos y recomendaciones personales del director de elDiario.es. Si tú también lo quieres leer y recibirlo cada sábado en tu buzón, hazte socio/a aquí:

Hazte socio, hazte socia

Archivo - El presidente de BBVA, Carlos Torres Vila, durante una Junta General de Accionistas del BBVA.
11 de mayo de 2024 08:50 h

67

¿Qué tiene que pasar en este país para que se llegue a algún consenso?

La pregunta se la hicieron a Alberto Núñez Feijóo, hace unos días: en un foro organizado por el diario económico Expansión. La respuesta del líder de la oposición fue contundente: “Cambiar al presidente del Gobierno”.

Fue una confesión sin duda sincera, aunque incompleta. Por decirlo aún más claro: el consenso en España solo será posible cuando salga Sánchez de La Moncloa… porque vuelva la derecha. Hasta entonces, dure lo que dure este Gobierno, nos espera el rancho amargo de todos los días: paletadas de mentiras y crispación. 

Este lunes, Feijóo arrancó la semana con una entrevista con Federico Jiménez Losantos. A nadie le sorprende ya –estamos curados de espanto– que ese mismo líder del PP que presumía de moderado valide con su presencia una radio donde se insulta cada día impunemente, con los modos de un matón de colegio. Y allí, ante las preguntas de un locutor cuyo medio de comunicación fue financiado con el dinero B de su partido –qué mejor sitio–, Feijóo soltó una de las mentiras más cínicas que le recuerdo:

Alberto Núñez Feijóo: “Lo que está ocurriendo en España con la Justicia no ha ocurrido nunca. Siempre se ha actualizado el Consejo General del Poder Judicial hasta que llegó Sánchez. ¿Pero por qué la culpa la tiene el Partido Popular, que siempre lo ha hecho? ¿Qué es lo que ha cambiado en los últimos 40 años? ¡Ha cambiado que Sánchez es el presidente del Gobierno!” 

¿La verdad? Es exactamente lo contrario. 

Lo que está pasando con la Justicia en España ocurre siempre: cada vez que el PP no gobierna. Bloqueó Aznar. Bloqueó Rajoy. Bloqueó Casado y ahora bloquea Feijóo. Entre los cuatro, suman más de 8 años de bloqueo, a lo largo de las últimas tres décadas. Desde que se fue Manuel Fraga, todos los líderes de la derecha española han incumplido ese mandato constitucional, que obliga a renovar el CGPJ cada cinco años. Ahora bloquean con Sánchez igual que antes bloquearon cuando el presidente era Felipe González o Zapatero. Da igual quien sea, mientras no sean ellos. Y volverán a bloquear en el futuro, viendo lo barato y rentable que les resulta. No hay un solo medio conservador, de esos que dicen defender la Constitución, que mínimamente se lo reproche. Al contrario: le presionan para no renovar.

¿Qué tiene que pasar en este país para que la derecha acepte el resultado de las urnas? Yo me conformaría con eso. No pido más consenso, no sueño con grandes pactos de Estado. Bastaría con cumplir la Constitución y aceptar lo que se dice en ella: respetar la soberanía popular y el voto de los españoles. 

Pero volvamos al “consenso” en la política patria. Esta semana vimos pasar un consenso por el cielo de Catalunya, tan inusual como un eclipse o el cometa Halley. 

La casi totalidad de los partidos y candidatos que se presentan en las reñidas elecciones de este domingo coincidieron en criticar la opa hostil lanzada por el BBVA para comprar al Banco Sabadell: PSC, Sumar, ERC, Junts, PP y hasta Vox, aunque con la boca un poco más pequeña. Le pareció mal al Gobierno central y a la Generalitat valenciana, cuyo presidente –Carlos Mazón– arremetió contra esta operación bursátil con la misma dureza que María Jesús Montero o Yolanda Díaz. Es verdad que Feijóo no se quiso mojar –ya veremos qué dice la semana que viene–. Y que el PNV no puso pegas… siempre que la sede no se vaya de Vizcaya. Pero han sido tan generalizadas las críticas, tan amplio el consenso en contra, que merece la pena analizarlo.

Carlos Torres, el presidente del BBVA, cobró el año pasado 8,29 millones de euros. Y con todo ese sueldo, se supone que para pagar su talento, no fue capaz de calibrar si era buena idea lanzar una opa hostil contra un banco catalán a cuatro días de las elecciones catalanas. 

Torres, en una larga rueda de prensa, también reconoció que habría despidos. 

Qué sorpresa. Todos los partidos se pusieron en contra. ¡Quién lo hubiera imaginado!

Pero no es solo una cuestión electoral, en mitad de una campaña muy reñida y en un momento en el que la banca no es el sector más simpático. Hay también datos objetivos para dudar de las bondades de esa posible fusión para el conjunto de la ciudadanía.

Desde 2008, en España se han cerrado más de la mitad de las sucursales bancarias y casi una cuarta parte de los cajeros automáticos. Con la concentración bancaria, se han perdido más de 100.000 puestos de trabajo. Cada vez hay menos bancos y cada vez son más grandes. 

Tal vez no tenía mucho sentido la miríada de entidades financieras que había en España –muchas de ellas endebles y mal gestionadas, como se vio con la crisis–. Pero de un extremo hemos pasado al contrario. 

Esta misma semana, el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, lo dejó claro recordando cuál es el riesgo –que todos tenemos muy presente– porque esa crisis cambió nuestras vidas: “Una excesiva concentración crea bancos demasiado grandes para caer”. Como también destacó Hernández de Cos, España ha pasado de estar muy por detrás de la media Europa en su nivel de concentración bancaria a ser el segundo país de la UE más concentrado. Todo esto, en poco más de una década.

Entre los cuatro más grandes –Caixabank, Santander, BBVA y Sabadell– hoy suman el 67% del mercado. 

La concentración bancaria se ha disparado, al mismo tiempo que disminuye la remuneración a los ahorradores por sus depósitos. España es también uno de los países de Europa donde menos se paga por guardar el dinero en el banco. Como ocurre con el precio del petróleo y el de la gasolina –que sube como una bala y baja como una pluma–, el aumento de los tipos de interés se notó de forma inmediata en los créditos, pero no en los depósitos. 

La banca asegura que estas remuneraciones tan bajas son consecuencia del exceso de liquidez: tienen dinero de sobra y por eso no compiten por captar los ahorros, explican. Pero es evidente que un mucho menor número de bancos también afecta a los precios. Salvo que las leyes de la competencia sean como la física cuántica, reglas distintas en función del tamaño: que lo que vale para las fruterías, los bares o el mercado de trabajo (a más oferta, más competencia) no aplique para estas grandes empresas.



Pasar de cuatro a tres grandes bancos en España podría tener efectos en la competencia y en el empleo, como señala el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, cuando recuerda que “la última palabra” sobre la opa la tiene el Gobierno (por una ley que aprobó Luis de Guindos). Pero estos dos efectos no habrían sido distintos en el caso de que la fusión se hubiera aprobado por las buenas, como se planteó hace apenas una semana, sin que en aquel momento generase tanto rechazo. Dentro del Gobierno, solo Sumar fue crítico con la fusión desde el principio. 

¿Qué ha cambiado para que el ala socialista del Gobierno haya pasado del “respeto por las decisiones empresariales”, que decían entonces, a su oposición actual? En distintas declaraciones, Carlos Cuerpo argumentó sobre “las formas”: esa opa hostil que no se había visto en décadas en el sector de la banca. Y es obvio que a cualquier ministro de Economía responsable le debería preocupar la posibilidad de que se extienda entre otras cotizadas este mecanismo bursátil tan agresivo –te compro contra la voluntad de tus gestores–. Pero no pierdas de vista que mañana se vota en Catalunya. 

Ya veremos también si no hay más sorpresas, porque las opas hostiles se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban. Y esto debería recordarlo muy bien Carlos Torres, el presidente del BBVA, que formó parte del equipo directivo de Endesa durante la famosa opa hostil de Gas Natural en 2005: una operación bursátil que, tras muchos avatares, terminó con la eléctrica en manos de Enel, una empresa pública italiana. Hace dos décadas, Torres era el comprado. Hoy es el comprador, en una versión inversa del famoso refrán: el que a hierro muere, a hierro mata. 

La historia de Carlos Torres también explica cómo funciona el gran poder empresarial en España.

Carlos Torres llegó a Endesa desde la consultora McKinsey. Y allí se convirtió en la mano derecha de Manuel Pizarro: el amigo de Aznar que el PP nombró como presidente de la eléctrica, antes de la privatización, y que después se quedó al frente de la compañía –como ya te conté en otra carta, hace unos meses–. Cuando Pizarro perdió la presidencia de la eléctrica, por la opa, Torres también salió de Endesa. Y Pizarro le ayudó a conseguir su siguiente trabajo. 

Pizarro recomendó el fichaje de Carlos Torres a otro de los grandes beneficiados de las privatizaciones del PP en España: Francisco González, que fue quien lo contrató para el banco en 2008. FG llegó al BBVA por la ‘A’ de Argentaria: como un nombramiento político al frente del que entonces era un banco público. Tras la privatización y la fusión con el Banco Bilbao Vizcaya, arrasó con el resto de los directivos vascos y se bunkerizó al frente de la compañía durante casi dos décadas. Llegó a cambiar los estatutos para que la jubilación del presidente pasara de los 67 años a los 75, y así quedarse un poco más. En esas dos décadas, nunca permitió que otro ejecutivo del BBVA prosperara y le pudiera hacer sombra; cada tanto los cambiaba –uno de ellos fue, por ejemplo, José Ignacio Goirigolzarri, hoy presidente de Caixabank–. Hasta Carlos Torres, que fue su último delfín y quien finalmente le sucedería. FG apostó por él, a pesar de que apenas tenía experiencia previa en la banca. 

El pacto era que FG se quedaría otros añitos más como presidente de honor del banco –después de 110 millones de euros de sueldo al frente del BBVA, aún le parecía poco–. Y así se cumplió por unos meses, hasta su imputación por los siniestros contratos de la compañía con el comisario Villarejo, que forzó su salida definitiva. Torres cortó amarras con su antiguo jefe, algo que FG nunca le perdonó, y que lo llevó incluso a intentar implicar en sus declaraciones ante la Audiencia Nacional al hoy presidente del BBVA en ese asunto tan feo de Villarejo, que incluía el espionaje a periodistas.

Hoy Torres se enfrenta a su reto más difícil. El mal inicio de esta opa hostil ya ha supuesto para la cotización de su compañía unas pérdidas bursátiles importantes. ¿Dimitirá si la operación fracasa? Ya ha dicho que no, que no se lo plantea. El mundo de los grandes negocios, consensos aparte, tiene sus curiosas similitudes con la política: aquí también les cuesta asumir responsabilidades. 

Lo dejo aquí por hoy, que mañana me tocará trabajar con las elecciones catalanas, junto con buena parte de la redacción de elDiario.es. Espero que tú puedas descansar más que yo, y que tengas un buen fin de semana.

Un abrazo,

Ignacio Escolar

Sobre este blog

Éste es el boletín personal de Ignacio Escolar, en exclusiva para socios y socias de elDiario.es: una carta semanal en agradecimiento a nuestra comunidad por su apoyo con claves, datos y recomendaciones personales del director de elDiario.es. Si tú también lo quieres leer y recibirlo cada sábado en tu buzón, hazte socio/a aquí:

Hazte socio, hazte socia

Etiquetas
stats