⁸Todavía se nos eriza el vello de los brazos a los más vetustos del lugar cuando oímos la expresión ruido de sables. Huyeron espantados los espadones cuando la democracia les relegó al oscuro rincón de los recuerdos, pero esa superestructura a la que representaban, perdonen ustedes el término marxista, algunos no tenemos arreglo, ha vuelto en forma de adustos señores, y señoras, por supuesto, embozados todos ellos en la negra toga, apenas si orlada con unas cursis puñetas. Aquí tenemos, opresiva y angustiosa, olvidados, por groseros, los se sienten, coño, a esa misma capa de obediente milicia transmutada en Brigada Político Judicial –nosotros somos muy educados y hemos leído muchos códices– al servicio de esa mezcla ridícula y asfixiante de señoritos con tanto poder económico como caspa en los hombros, siempre cargados de chulería patriótica. Llegaron los ilustrísimos señores jueces, quítenme toda la basura que me estorba, que ahora vengo yo, Pedro Navaja, con el tumba'o que tienen los guapos al caminar,
Por supuesto que la cosa viene de antiguo pero la enfermedad se ha agravado. Y hoy se han convertido en pieza fundamental de ese conglomerado dedicado en cuerpo y alma a derribar, a como dé lugar, a cualquier gobierno que pretenda hacer una política mínimamente de izquierdas, que tampoco hay que esperar a que lleguen los soviets. Los jueces, y muchos fiscales, son hoy piezas irremplazables en el mecanismo demoledor que ha creado la derecha de este país para destruir al Gobierno. Su labor es imprescindible para el señalamiento de las piezas a abatir, situar los nombres en la diana, el muñeco al que golpear con saña, labor a la que se suman, eufóricos, las redes sociales y los comentaristas de la prensa de la derecha, esto es, de la extrema derecha. El paraguas se lo brinda un Partido Popular envilecido bajo la dirección de Alberto Núñez Feijóo –¿de verdad es menos fiero y destructivo este nuevo ocupante de la sede de Génova, pagada con dinero negro, por cierto, que aquel pimpollo Pablo Casado, el señor lo tenga en su gloria?– en dura pugna para llevarse el pastel de la indignidad con los ultras de Vox o incluso del infamante Alvise, hay que ver a lo que hemos llegado.
Los hechos son tozudos y los tenemos delante, imposibles de soslayar como rocas gigantescas en mitad del carril bici. Decíamos que la cosa viene empeorando desde hace muchos años, pero quedémonos, para no hacer el cuento demasiado largo, en la revuelta de sus ilustrísimas desde el pasado año, cuando en el mundo político se empezaba a hablar de amnistía para los implicados en el llamado procés. Eso no es posible, se dijeron ellos, si nosotros ya les hemos condenado al infierno, cómo osan unos desharrapados como Pedro Sánchez y su banda de bolivarianos poner en solfa las eximias cavilaciones de nuestro ídolo Manuel Marchena, pónganse en pie al oír su nombre, sumadas a la obra magna del excelentísimo Pablo Llarena, palo tras palo en cualquier instancia europea, pero erre que erre, chufla, chufla, que como no te apartes tú.
Era de admirar cómo a finales del año pasado, jueces, fiscales y algunos letrados, siempre hay un roto para un descosido, se amontonaban en sonoras manifestaciones a las puertas de los juzgados, uniformados con sus togas, para protestar por una ley de amnistía que ni sabían de qué iba, faltaban meses para su redacción, y que a ellos no les correspondía decir ni mu sobre una decisión soberana del Gobierno. ¡Qué espectáculo aquél, unos señores que presumen de ser los garantes de la justicia y la libertad, echados a las calles cual bizarros obreros de la siderurgia, clamando por algo que ni siquiera existía! ¡Qué desfachatez, qué descaro, qué oprobio!
Y ante ese espectáculo, tan visible para cualquier ciudadano, ¿era una osadía hablar de que los jueces hacen política con las togas? ¿Acaso era un despropósito señalar las altísimas cotas de indignidad que se desprendía de esas turbulentas manifestaciones? ¿Es una exageración de insensatos hablar de lawfare o tachar de partido judicial a esos grupos perfectamente organizados? Nadie de los suyos se arriesgó a frenar aquel sindiós, el Consejo del Poder Judicial perfectamente neutralizado por el Partido Popular, ocupado por unos señores jueces que ponían el cazo a fin de mes, paga importante, por cierto, sin dar un palo al agua y sin que se les moviera un pelo del bigote.
Un poco de despiece. Ahí tienen los últimos autos de Marchena, (por detrás el senador del PP Ignacio Cosidó), basados en la obscenidad –pura rebelión– de no acatar las leyes, tal y como es su obligación manifiesta. Y hacerlo, además, con razonamientos atrabiliarios, provocación de quien se siente impune, a mí no se me replica, argumentos basados en silogismos de chistes de judíos contados por Woody Allen. Si no pagaron Puigdemont y los suyos aquellos actos con su pecunio particular, dice el ilustre magistrado, eso significa que se incrementó su patrimonio. ¿De verdad, que aun admitiendo el esotérico campo de juego marcado por la Sala II, un ahorro de patrimonio es un incremento de patrimonio? ¿Se perdieron la clase de Barrio Sésamo en la que Epi y Blas diferenciaban las sumas de las restas? ¿Y qué me dicen de encontrar ahora, años después, en 2024, un golpe de Estado que esa misma sala, presidida por el mismo e inigualable Marchena, no vio en la sentencia de 2019? No añadamos más leña a los fervientes deseos del juez Llarena de detener de la manera que se prefiera al íncubo Puigdemont, pónganle unas cadenas bien gruesas, no se nos vaya a escapar.
Y no perdamos de vista al conocido escritor de ciencia ficción, el magistrado Joaquín Aguirre, brillante creador de la saga 'El siniestro planeta de los catalanes separatistas y los rusos invasores', de tanto éxito entre los lectores de Abc. Le dicen sus superiores que no siga por ahí, no nos gustan las novelas de Ian Fleming, pero a él se la trae al pairo y vuelve a presentar la epopeya. No crean, ni mucho menos, que se nos ha olvidado el inefable Manuel García-Castellón, esa indigna persecución a Podemos y autor de otra aberrante cacería como fue la del tsunami, hoy enterrada gracias a su impericia, otra medalla que colgar en tan honorable pechera. Porque la cuestión en unos y en otros magistrados no es hacer justicia, quia, sólo se condensa en acabar con el Gobierno que han elegido los ciudadanos, barrera tras barrera, por artificiosa y falaz que sea, porque son ellos, alma, corazón y vida de la España eterna, los elegidos para devolver el Estado a sus legítimos dueños, ahora en las sucias manos de unos perroflautas indecentes.
Y si los mayores campan a sus anchas por los verdes campos de la desvergüenza, por qué van a inhibirse los pezqueñines. Así que hay que cazar al fiscal general, Álvaro García Ortiz, aunque sea retorciendo las leyes y transformando a los descarados Miguel Ángel Rodríguez y Alberto González Amador en señores de intachable comportamiento. Vergüenza, vergüenza, vergüenza. Lo explicó muy bien, como siempre, Martín Pallín: “Nunca en la historia de nuestra democracia un Fiscal General del Estado se ha visto abocado a ser acusado de hechos delictivos por haber ejercido sus obligaciones estatutarias”. Y llegamos, por fin, al titular del juzgado de Instrucción número 41 de Madrid, en manos del juez Juan Carlos Peinado, hoy mismo, si nadie lo remedia, al frente de la comitiva, carretera de A Coruña adelante, que se va a encargar de apretarle las clavijas a ese Perro Sanxe que te vote Taxapote que tanto nos hace llorar. El director de esta cosa, Ignacio Escolar, ya explicaba el sábado los intríngulis de su tortuoso proceder. Nada que añadir, señoría.
¿Saben ustedes? Hay tan pocas alegrías en la vida política de este país, y de todos, a qué mentir, que es de agradecer la labor de este Tribunal Constitucional que nos ha tocado en la rifa. Es verdad que hubo algún trabajo previo. Pero es muy gratificante, de verdad, con el corazón y la sesera en la mano, ver cómo se restituye la dignidad perdida a la justicia de este país, cómo cae derrotada la ignominia de esas fuerzas reaccionarias que han intentado reescribir la historia con manchones de desvergüenza. Y lo que nos queda por disfrutar, afortunadamente. Saquen pecho, por favor, y presuman de Cándido Conde-Pumpido, que los magistrados del Constitucional están cumpliendo con su deber. Ni más ni menos. Lean sus explicaciones, tan llenas de sentido común, porque el Derecho no puede ser tan sólo un espacio reservado a los eruditos. Comparen unas y otras explicaciones. Sin haber dado clases de Derecho en la Universidad de Salamanca, pongamos como ejemplo.
Adenda. Maduro y la duda permanente. Hace bien el Gobierno español en pedir, como ha hecho Lula, todos los datos sobre el escrutinio venezolano. Y hacen el ridículo Gaby Pons y Fofó Tellado, chocarreros provocadores apareciendo en el aeropuerto de Caracas sin que nadie les haya llamado. Así que pasen algunos días quizá se vaya aclarando el panorama. A favor o en contra de Maduro, que nos cuesta apostar todo nuestro capital a la limpieza del régimen de Maduro.
Con todos estos dramas sobre nuestras cabezas, y eso sin mencionar Cataluña, esotérico asunto, ya les digo que el Ojo, tan insensible, se sumará el mes de agosto a las bandadas de esos despreocupados y ociosos ciudadanos, que si vermú, que si atún y gambitas.
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