Sin cloroformo. A bocajarro. ¿Ustedes qué prefieren, la malquerida amnistía o un gobierno del PP y Vox? Quien esto escribe no tiene ninguna duda al respecto: la amnistía. Incluso dos amnistías y, si se tercia, hasta tres amnistías. Porque en definitiva es ésta la disyuntiva a la que nos enfrentamos. Cierto que hay un paso intermedio posible, otras elecciones, pero ya se sabe que en demasiados lances las consultas en las urnas las carga el diablo. Ya hemos escrito aquí varias aproximaciones a las condiciones que requerirá esa medida, tan impopular en un amplísimo sector ciudadano, incluidos militantes de izquierda, pero habrá que confiar en que ese atisbo de justificación que adelantó Pedro Sánchez el sábado, “el interés de España y en defensa de la convivencia”, se concrete en algo más articulado que sea capaz de convencer a un buen puñado de votantes. Porque ahora ya no hay marcha atrás. El presidente en funciones ha apostado todas las cartas a la amnistía. Más claro, agua mineral. ¿Protesta Page? Está en su derecho. ¿Dicen algo González, Guerra y tutti quanti? Por qué no os calláis, que dijo el otro.
Aún quedan flecos variados, nos dicen los que saben, pero seguramente no nos equivocamos si creemos que el acuerdo con Junts, y se supone con ERC, así como con el PNV, ya está prácticamente alicatado. Terreno pedregoso el sendero que queda por recorrer, pero voy a transcribirles una frase que recientemente recordaba Ruiz Blas en Ctxt refiriéndose a mi Atlético de Madrid –sí, el Ojo es atlético, ¿pasa algo?– del considerado creador del periodismo gonzo, Hunter S. Thompson: “La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito!”. Eso dirá, seguro, Pedro Sánchez si consigue ganar la investidura.
Decíamos al comienzo que cualquier cosa es preferible a que nos gobiernen gentes tan faltas de una mínima dignidad como demuestran, una y otra vez, inasequibles al desaliento, los jerarcas del PP, empeñados en arrancar votos a la extrema derecha más salvaje que ha votado a Vox. La consigna, grabada a fuego en las biblias de portavoces y publicistas de los medios más canallas, es que mientras haya una brizna de posibilidades de nuevas elecciones al enemigo no se le da ni agua. Doctrina Netanyahu: acabemos de una vez por todas con la lacra del analfabetismo; que venga el verdugo. Han tenido ustedes estos días que asistir al deplorable espectáculo que toda la derechona ha montado en torno a los emigrantes –pobres gentes– llegados a Canarias. Han oído al propio Feijóo, “les dejan en paradas de autobús”. A Díaz Ayuso, hablar de “delincuencia” y “seguridad nacional”, frases todas ellas perfectamente equiparables a las declaraciones, xenófobas es poco, de los dirigentes de Vox, comenzando por Abascal y siguiendo por sus líderes en Castilla y León o Murcia. Por no volver a citar al bocachancla de Rafael Hernando y sus acusaciones a Sánchez de colaborar con las mafias de tráfico de personas. Todas estas lindezas de establo, bajo la magnánima sonrisa de satisfacción de sus jefes de filas. ¿Se imaginan ustedes a semejantes ejemplares gestionando la dramática llegada de las pateras? No, no. La amnistía, la amnistía.
Sobre todo, porque ya tenemos un marco posible para el gobierno de coalición tras el acuerdo Sánchez-Díaz, aún pendiente de solucionar el problema interno de Sumar con Podemos. Ya han visto cómo han reaccionado ante esas grandes líneas de actuación los más poderosos y sus terminales políticas o de los medios de comunicación que les sirven, estamos a lo que ustedes manden. Para no alargarnos, quedémonos con los impuestos especiales a la banca o a las grandes empresas. Han salido en tromba los mandamases del Santander o la Caixa, junto a los jefes de corporaciones como Repsol, quién ha visto al moderado Josu Jon Imaz, tan dialogante en sus tiempos de político y tan inflexible como ejecutivo de oro. Bastarán unos mínimos ejemplos, siguiendo la estela de la metodología propuesta por Thomas Piketty, tan sencilla como hacer la cuenta de la vieja.
Pongamos que ese impuesto es de un 3%. Hagamos esta simplificación para no complicar el cálculo. Veamos. De la prensa económica: “Los grandes bancos españoles, como Santander, BBVA, CaixaBank, Bankinter, Banco Sabadell y Unicaja Banco, han obtenido ganancias agregadas de 12.385 millones de euros en el primer semestre de 2023, experimentando un aumento del 20,7% en comparación con el mismo periodo del año anterior, impulsadas por la subida de tipos de interés aplicada por los bancos centrales”. Al detalle. Banco Santander: beneficio de 5.241 millones de euros en el primer semestre de 2023. Apliquemos ese salvaje impuesto del 3%, 157 millones. Los beneficios serían entonces de 5.084 millones; BBVA, beneficios en el mismo periodo: 3.878 millones; impuesto del 3%, 116 millones, total beneficios, 3.762; Caixabank: 2.137 millones, 3%, 64 millones, 2073 millones. Y vamos con Repsol: 2.785 millones. Misma cuenta: 84 del 3%, total, 2.701 millones. ¡Ah!, y de los 12.385 millones que citábamos al inicio del párrafo, se quedarían, deducido ese 3%, en 12.013. ¡Qué expolio, qué saqueo intolerable!
¿Advierten ustedes la miseria –para ellos– de la que no quieren desprenderse esos señores -y señoras- para ayudar al bien común y poner un mínimo remedio a la vergonzante desigualdad que inunda de sufrimiento y dolor a cerca de diez millones de ciudadanos que se encuentran en riesgo de pobreza en España? Amenazan algunas de estas compañías con irse del país, agobiadas por el cinturón de hierro que les impone este gobierno de rojos bolivarianos. ¡Qué grandes patriotas son ellos, la boca siempre llena de esa España que unos desalmados quieren romper! Pues sus defensores a tope, los que legislarán no ya para que acaben esas injusticias, sino para agrandarlas, son los señoritos del PP y Vox. Miren, simplemente, lo que hacen allá donde gobiernan, perdonando impuestos a los ricos para echar más pobreza en la espalda de los desfavorecidos. La amnistía, repite terco el Ojo.
¿Necesitan algún otro dato más para saber por dónde andan nuestros amigos siameses del PP y Vox, Feijóo y Abascal, tanto monta, monta tanto? Pues comprueben el silencio sepulcral que mantienen frente a los aberrantes datos sobre los abusos sexuales facilitados por el Defensor del Pueblo. Terribles, por supuesto, tanto o más que el silencio culpable de obispos, arzobispos y cardenales españoles, lacra que para siempre llevarán grabadas en sus devocionarios, si es que aún utilizan este adminículo los importantes miembros de la Iglesia española, aquella que llevaba bajo palio a Franco y que hoy se esconde en una pasividad ignominiosa ante los abusos a menores. Recordarán que PP y Vox ya votaron en su momento en el Congreso contra la propuesta de crear una comisión de investigación sobre estos actos abominables. No tienen remedio. Vayan, vayan todos a la plaza de Colón o a las calles de Málaga, incluidos esos finísimos intelectuales rebotados, griten las sucias consignas de siempre y ondeen banderas.
Pero amnistía, sí. Con cuidado en el aterrizaje, por supuesto.
Adenda. No deberíamos acabar ningún escrito en este medio sin enviar una muestra de solidaridad hacia esos palestinos que aguantan, sumando muertes de niños y adultos, la terrible venganza israelí. Y sí, de nuevo, condenemos sin la menor reserva las criminales acciones de Hamás. Pero Netanyahu. ¿Qué mundo es éste en el que no existe manera alguna de parar la barbarie que supone cualquier guerra, con sus miles de víctimas inocentes, ancianos y niños, multitud de niños? ¿Cómo es posible, nos preguntamos todos, que Naciones Unidas sea incapaz no ya de frenar la embestida brutal de Israel, es que ni tan siquiera logra imponer las pausas humanitarias necesarias para que entre la ayuda imprescindible para seguir viviendo o para que los hospitales puedan atender a los centenares de mutilados que se amontonan en pasillos y salas sin luz? ¿Cómo aguantan las sociedades dizque civilizadas, tal cantidad de crueldad? ¡Qué vergüenza Estados Unidos, qué vergüenza Europa!
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