Vuelve el Circo. Puede que sea por última vez, así que viene dispuesto a todo. Incluso a ofrecerte una nueva especie animal llamada ligre (una mezcla de león y tigre, totalmente antinatural y denunciada por organizaciones como The Wildcat Sanctuary por su crianza y explotación con fines lucrativos). También trae otras lindezas como elefantes gigantes, aves exóticas y caballos “en libertad”. Hay otras proezas y talentos humanos, incluso hacer reír, pero esto no es el Price o el Cirque du Soleil. No, aquí el plato fuerte son los animales, que obviamente no han elegido por sí mismos estar enjaulados, lejos de su entorno natural, secuestrados y separados de sus familias, amaestrados por la fuerza y torturados de por vida para subir, bajar, hacer fila india, abrir la boca y lo que sea para que otros ganen dinero. Le llaman circo de arena y serrín, pero es un salón de tortura y dolor.
¿Qué palabra cuenta más, la de la Ley o la de la promesa electoral? ¿La ordenanza municipal en mayoría o la palmadita cazavotos en Instagram? A nadie sorprende que la clase política del ruedo, la caza, el circo y los encierros hiciera campaña de camisa vieja para recoger calderilla de adhesiones como fuera. Tampoco nos sorprende que, llegados al despacho, empiecen los pies de foto para explicar lo que en realidad querían decir y ahora desdicen. Véase Madrid Central, o Madrid 360, bochornoso esto último hasta en el rebautizo. Lo mismo sucede con los circos sin animales, un sentir general de la ciudadanía, asqueada de leones enjaulados, palo arriba palo abajo.
Ni hablemos de los miles de niños y niñas que vieron y aplaudieron la fuga de Dumbo hace pocos meses en nuestras pantallas de cine y ahora se les atragantan las palomitas viendo a grupos de nuevos dumbos esclavos obligados a posar, a hacer fila india, a ser ridiculizados. Porque, igual que en la revisada historia de Disney, los empresarios y los domadores aún proclaman que son ellos quienes aman a sus animales más que nadie en el mundo. Ya se sabe: quien bien te quiere, te hará llorar. O peor: la maté porque era mía.
Esto ya lo habíamos resuelto, debatido, votado y legislado. Pero hemos escuchado una vez más hablar de tradición circense por ese lobby muerto de hambre llamado Circos Reunidos. ¿Crisis? Evolucionen, bailen, canten, salten, pero dejen de torturar. Incluso a sus trabajadores, pero ese es otro debate. Madrid dijo no a los circos con animales, y no fue solamente un partido. Pero ese alcalde strangething dice ahora que, aunque está a favor de ese tipo de circos, no puede derogar la Ley, porque no le dejan sus socios naranjas. No es que no le dejen los madrileños, no, sino sus compis de patio, de circo político, de pista central de gobierno. Y como amante de los circos, tira de truco, salto con red y trapecio, dando un órdago de barra libre a una empresa de esas de toda la vida para que se instale una larga temporada navideña en Madrid. Su carpa, su propaganda de bienestar animal (entérense: el único animal feliz y sano es el animal libre) y su aquelarre de jaulas y porrazos tentetiesos. Pero un poco más lejos, no en Las Ventas, sino en Carabanchel.
Es Navidad, cada vez empieza antes, y como tantas otras tradiciones sagradas trae una mezcla insana de empatía, piedad, abuso e hipocresía. A veces arrastrando a niños y jóvenes convertidos en testigos forzosos de asuntos bien siniestros. Animales convertidos en piezas de pesebres, seres no humanos explotados en transportes urbanos pintorescos en busca del selfie perfecto y espectáculos trasnochados en tiempos en los que un niño sueña con ser Messi, no un domador de leones. Pero no basta con decir que si no fuera nadie dejarían de existir. Queremos que haya circos inteligentes, con desafíos físicos, magia, humor, música, diversidad, imaginación. Pero sin animales. Ahora, en abril y nunca más, ya sea en Madrid, Guadarrama, Murcia o Finlandia.
No basta con llamarse verde para ser ecologista, ni humano para tener corazón, o político para mostrar inteligencia legal. Hay que tener alma animal para no pisar ni llevar a nadie, joven o mayor, a la tortura y dolor del circo con animales. Porque los animales no montan circos para entretenerse.